Mario González Jiménez (39 años) es un científico abulense que ha recalado en Escocia tras su paso por Salamanca (donde fue a estudiar), Alemania y Lisboa. A Escocia llegó en 2013 acompañado de su mujer, Ana, y su gato, Croquet, que también es abulense porque le adoptaron en la protectora Huellas.
En Escocia trabaja como investigador en la Universidad de Glasgow, donde se dedica a estudiar las propiedades mecánicas de moléculas como el ADN o proteínas (la flexibilidad, la rigidez, la resistencia al calor) y como están relacionadas con su movimiento y su trabajo dentro de la célula. También ha desarrollado un método para estudiar las características de los mosquitos que transmiten la malaria sin diseccionarlos, lo que hace que sea muchísimo más eficiente, y con la colaboración de la Bill & Melinda Gates Foundation está implementándolo en laboratorios de todo África.
Eligió Escocia porque estaba interesado en una técnica espectroscópica muy específica y allí estaba uno de los mejores grupos de investigación que la utilizaban. Luego se quedó «por la cultura científica del país que, con poca burocracia y mucha financiación, hace que investigar y formar colaboraciones con otros investigadores sea muy sencillo».
Explica que la vida en Glasgow tiene las ventajas de una ciudad grande y a su vez de una ciudad pequeña porque Glasgow, aunque es la ciudad más poblada de Escocia, en «barrios como en el que está la universidad nunca hay demasiado jaleo. Pero a su vez tiene un montón de grandes eventos culturales y deportivos, tiene muchísimos museos y está a media hora de las Tierras Altas, una zona llena de montañas y paisajes preciosos por los que se puede ir a hacer senderismo o escalar», explica.
De los escoceses le sorprendió lo sociables que son, que les guste reunirse en bares y restaurantes con amigos y familiares y pasarlo muy bien hasta que se les hace tarde. Y así, dada la cultura tan sociable y amigable de los escoceses, «la verdad es que la adaptación a Glasgow fue muy sencilla», señala, aunque también tuvieron la suerte de tener un amigo abulense allí, Emilio de la Cerda, que les ayudó.
Sin embargo, echa de menos «el tiempo que no puedes pasar con tu familia o con tus amigos, como por ejemplo perdiéndote fiestas de cumpleaños, ir con ellos a un partido del Real Ávila o a tomar unos pinchos. Luego casi todos los antojos que tienes suelen ser de cosas que te gustaban de niño, como algún tipo de bollería en concreto o algún embutido, y como no las puedes encontrar aquí, tienes que acostumbrarte a vivir sin ellas». En el otro lado de la balanza está que allí encontró «las oportunidades, la cultura, la amabilidad de los escoceses, las opciones de tiempo libre…»
Respecto a su trabajo, explica que el horario de un científico es bastante repetitivo, trabajando en el laboratorio ocho horas y estudiando luego un poco más. Pero no es un trabajo rutinario. Además, en el tiempo libre sigue disfrutando de Glasgow y Escocia, aunque ahora lo hace con la hija que acaba de tener, Dorothea.
De momento su futuro sigue estando en Escocia por su crecimiento profesional en la Universidad de Glasgow y también el de su mujer, que es historiadora del arte y dirige tres museos de la ciudad.