Asfixiante. Aterradora. Conmovedora. Son tres adjetivos que pueden sintetizar Imposible decir adiós, la nueva y brillante obra de Han Kang, última ganadora del Premio Nobel de Literatura. El telón de fondo de la novela es esa misma tragedia que se respira en alguno de sus trabajos anteriores, pero esta vez a través de un único personaje: Gyeongha. Bajo su perspectiva, la trama recupera la memoria de la isla de Jeju e indaga en la violencia y en un trauma histórico.
En el contexto de la rebelión popular que se inicia en abril de 1948 en el citado territorio, con motivo de las protestas contra el mando militar estadounidense, Kang recuerda un conflicto que enfrentó a las fuerzas gubernamentales no solo con el Ejército rebelde conformado por militantes del Partido de los Trabajadores, sino también con los aldeanos, a los que se acusó de simpatizar con la causa comunista.
Esta confrontación desembocó en la masacre de 30.000 civiles y es el episodio en torno al cual orbita Imposible decir adiós: una novela que, más que reconstruir el pasado, transita el trauma. Esa herida abierta y dolorosa que deja la matanza no solo en aquellos que sobreviven a ella, sino también en las generaciones siguientes que se ven atravesadas por la memoria colectiva o su omisión.
Quien cuenta esta historia es una escritora que, al igual que Kang, ha hecho una investigación acerca de lo sucedido en la matanza de Gwangju de 1980. La inmersión, a través de los testimonios, en esa realidad brutal tiene un efecto devastador para ella. «¿Cómo pude ser tan ingenua, tener la desfachatez de creer que podría escapar algún día del sufrimiento y librarme de los vestigios de violencia cuando había tomado la decisión de escribir sobre masacres y torturas?», se pregunta Gyeongha mientras ve como su vida se desmenuza y, entre pesadillas, pérdidas y migrañas, una sensación de irrealidad se apodera de ella.
Tras la travesía agónica de la narradora hasta la casa de su amiga Inseon, donde su aislamiento pasa a ser absoluto, su voz comienza a entrelazarse con la de su compañera y la historia que ella ha venido a contarle. Entonces, lo onírico comienza a dar paso a otro registro, menos elíptico e incierto y, a cambio, mucho más perturbador: el testimonio del horror vivido en la isla de Jeju que, como dice una de las aldeanas que entrevista Inseon, ‹no es un paraíso, sino el mismísimo infierno›.
Prosa detallista
Extrañeza, horror y delicadeza se desprenden de dos mujeres unidas por una singular amistad y se conjugan en una novela escrita con una prosa capaz de detenerse en los detalles y evocar, al mismo tiempo, la atmósfera de un paisaje gélido que existe a caballo entre los sueños y la memoria más hiriente.
Esa memoria de la isla de Jeju, puro trauma colectivo que Kang recupera en la obra, indaga en una dimensión más de la violencia humana: aquella que, tan brutal, roza lo indecible y confronta con sus propios límites a quien la narra o la vuelca en su arte.
La narrativa de Imposible decir adiós se nutre de una concepción poética del lenguaje que, según la autora, es un medio único al cual necesita aferrarse aunque, a la vez, se resbale fácilmente de las manos.