Con el 'un, dos...Y al otro lado'

M.M.G.
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Más de 50 personas, entre ellas muchos jóvenes y niños, participaron en el taller de gorras de centeno organizado por el Grupo de Danzas de Paloteo de la Localidad y bajo la batuta de Isabel y Juani

Con el ‘un, dos...Y al otro lado’

Si hay una localidad en Ávila preocupada por mantener vivas sus tradiciones, ésa es Hoyocasero. Y lo logra, entre otras muchas cosas, por la dedicación de su Grupo de Danzas de Paloteo. 

En esta ocasión, dos de sus miembros, Isabel y Juani, quisieron acercar a vecinos y visitantes el arte de la cestería, una de las primeras artesanías que parecieron en la historia de la humanidad y además, una de las pocas actividades artesanales que no ha sido mecanizada. 

Lo cierto es que la cestería realizada en paja de centeno geográficamente está muy extendida. Pero la provincia de Ávila destaca por conservar las decoraciones en paja abierta, la cual pervive gracias al impulso de personas que de manera totalmente altruista siguen sembrando, recolectando, seleccionando la material prima, las pajas de centeno.

Pues bien, la plaza de Hoyocasero aglutinaba este fin de semana a medio centenar de personas que bajo la batuta de Isabel y Juani trenzaban sin cesar sus pajas de centeno al ritmo del «uno, luego dos y vamos al otro lado». Allí encontramos alumnas aventajadas, como Noelia, nieta de Isabel, que trasmitía sus nociones a sus amigas a las que ayudaba voluntariosamente a añadir las pajas para continuar con la labor.

Fueron dos horas y media marcadas por la paciencia y la pasión por este trabajo artesanal, que en otros tiempos dio de comer a familias, se trasmitía de manera ejemplar.

la tía fili y la y tía justa. Un claro ejemplo es tía Fili, madre de Isabel, o la tía Justa, que fueron las últimas gorreras profesionales de Hoyocasero. Estas mujeres, nos dicen desde Hoyocasero, sacaron a sus familias adelante gracias al trabajo artesanal de tejer el centeno. 

Ellas, siempre tuvieron tiempo para dar las primeras nociones a las curiosas muchachas, quienes miraban asombradas sus ágiles dedos a la hora de trenzar el centeno y de convertirlo en hermosas gorras. Esas gorras eran lucidas por las mujeres del pueblo cuando se ponían al sol para hacer sus labores de costura, cuando iban al huerto o a lavar en los arroyos. Y ahora, de alguna manera, sus figuras vuelven a estar presentes gracias al desarrollo de talleres como éste.

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