¿Qué caracteriza al ser humano actual, sino es la constante sensación de que llegamos tarde? Vivimos apurados, caminando por el mundo con prisas. Nos levantamos temprano para ir al trabajo y empleamos, como máximo, cinco o seis minutos en tomarnos el café antes de salir de casa y que empiece la verdadera carrera. Da igual que uno no tenga un lugar concreto al que ir o que dispongamos de un gran margen de tiempo; siempre sentimos la urgencia de andar rápido. Tanto que, cuando nos cruzamos con alguien que no lo hace, que pasea por la vida con tranquilidad (y por tanto nos obstaculiza el camino), refunfuñamos para nuestros adentros: 'Pero ¿a esta persona qué le ocurre? ¿Es que no ve que llegamos todos tarde?'.
¿Tarde a dónde? ¿Al trabajo? ¿A la vida? ¿A la rutina soñada? ¿A cumplir un objetivo que, según la sociedad, ya deberíamos haber alcanzado? ¿Será todo esto una consecuencia de las redes sociales, que nos adentran en la vorágine de la inmediatez? Cada vez existen más funciones diseñadas para que el ser humano ahorre tiempo (¿Para dedicárselo a qué? Nadie lo sabe exactamente). ¿Cómo no nos iba a parecer largo un vídeo de cinco minutos, si podemos ver el mismo tutorial en TikTok resumido en 15 segundos? ¿Por qué iba a escuchar un audio de WhatsApp a velocidad normal, si puedo reproducirlo a 1,5x o a 2x? ¿Cómo ibas a disfrutar con tranquilidad de tu día, si además hay cientos de personas en internet compartiendo sus vidas aparentemente perfectas, y haciéndote sentir que te estás quedando atrás? Que deberías estar haciendo otras cosas. Trabajando con más intensidad para lograr tus metas. Correr para no perderte nada. Y dándote prisa, prisa, prisa, prisa y más prisa, como si el tiempo se te escurriera entre los dedos y supieras que, por más que te estires sobre tus puntillas, jamás lograrás alcanzar la línea roja que determina que eres «suficiente».
¿Y si rompes con la pareja con la que, de aquí a tres años, planeabas tener hijos? ¿Y si te despiden del trabajo en el que debías ascender? ¿Y si el mes que viene no te nombran jefe de tu departamento, como la empresa te había prometido? ¿Y si nunca nos libramos de la sensación de ir siempre un paso por detrás? ¿Y si nos equivocamos? ¿Y si vamos a todos lados corriendo porque siempre creemos que tendríamos que estar en otro sitio?
¿Es el presente solo un trampolín hacia el futuro soñado?
A mí todo esto me recuerda a cuando, de pequeña, me reservaba las pegatinas de mi agenda anual para los días súper importantes. Como venían pocas y me parecían preciosas, quería usarlas solo en ocasiones especiales. Seguro que ya te lo imaginas, pero al final acababa el año y yo seguía teniendo las pegatinas guardadas en un cajón, esperando a que ese futuro perfecto llegara de una vez y les diera la oportunidad de mostrarse. Ocurre lo mismo con la vajilla bonita de casa. Con tus joyas preferidas. O con esa chaqueta tan mona que compraste y quieres estrenar en el momento perfecto. Tenemos la mala costumbre de reservar las mejores cosas de nuestra vida para un futuro idílico, como si lo de ahora no importara, como si el presente no fuera más que una oportunidad para llegar a algo mejor, como si hace 15 años no soñáramos con convertirnos en quien somos ahora. ¿Estás tan enfocado en quien quieres (o sientes que debes) ser que se te olvida lo mucho que has trabajado para llegar a donde estás? ¿Nos obsesionan tanto nuestras metas que se nos olvida disfrutar de lo que ya tenemos? ¿No seríamos más felices si no viéramos la vida como una carrera, sino como una oportunidad de disfrutar del presente?
Ya lo dijo Isaac Asimov, en una de mis citas favoritas, que además usé para abrir una novela: «Tal vez la felicidad sea esto: no sentir que debes estar en otro lado, haciendo otra cosa, siendo alguien más…».
#TalentosEmergentes