Este título me lo sirve en bandeja mi amigo Pablo que cualquier día me va a escopetar «que buena tarde se está quedando», y es que en un momento en que la frase de Séneca «senectutem suam convenit», nos recuerda que las goteras de la edad llegan, y es cuando empezamos a acuñar frases por el estilo que nos recuerdan que donde quiera que vayas, casi todo te recuerda el paso del tiempo, todas las advertencias sobre las distintas edades de los hombres y mujeres cobran sentido.
De ese estilo la mejor que he escuchado es la que decía el jesuita P. Jose Luis Cano, que cuando le preguntabas cómo estaba, siempre respondía «como nunca» que agarrándonos al criterio de Heráclito de que nunca se podría cruzar la misma agua ni el mismo río por estar en constante movimiento, se convertía en algo siempre cierto, sin por ello revelar si se encontraba bien, mal o regular.
Para el paso del tiempo, Ávila tiene una ventaja natural como descubrieron esta semana un grupo de noruegos convenientemente guiados por nuestra mística y sempiterna ciudad. Aquí la dimensión del tiempo es histórica, no hay que dejarse impresionar por el presente y mucho menos pensar con los ojos cerrados, que el futuro será totalmente distinto a lo que hemos disfrutado desde generaciones y que ahora alegremente denominamos pasado. Los mismos problemas, los mismos anhelos, las mismas limitaciones derivadas de nuestra terca naturaleza humana.
Algunos matizados por la tecnología, pero solo modificados, no alterados. Esta es la buena noticia para los que ya sabemos que el futuro es el lugar natural de los crecepelos y sus vendedores. Vivir el presente importa mucho más de lo que pensamos. Los afectos cercanos, por los que tengo que dar gracias en cada paseo por nuestra querida y amable ciudad, por tanta gente que te para y recuerda a todos los tuyos y preguntan por todos los tuyos, importan mucho más que los beneficios de un futuro que pedirá su pago en precio de sangre, sacrificando algo cercano por una ganancia nunca vista antes, y si no, que se lo pregunten a todos los agricultores y ganaderos de Ávila sin excepción. Se les vendió un futuro mejor y ahora no hay quien sobreviva en el presente. Todavía recuerdo de niño terneros naciendo en Hoyos del Espino, leche hervida en Cardeñosa con un poco de tocino y limonada para los mayores, chorizos en Velayos, algún licor casero ofrecido en Arévalo a los amigos, y un picadillo tras la matanza en Pradosegar mientras alguien tocaba 'el caldero'. Hoy todo eso inmolado de forma abnegada por un futuro que debían haber servido para mejorar, no para asfixiar. Se vivió una mejora que no permitía, como en el cuento de la gallina de los huevos de oro, pensar que a lo mejor el fin era otro distinto, algo más a lo que se parece ahora, aunque contemos con no se sabe qué inundación de grano de un país que siempre lo vendía antes, una sequía tan pertinaz como otras, o una concentración del poder de compra de los alimentos que lo expone a una 'commodity' y ya no sea un alimento, si no un bien financiero, por lo tanto fácil de cambiar, fácil de prostituir, fácil de manipular. Por eso estoy de acuerdo con Pablo, aunque seamos jóvenes cascarrabias inconformistas.