Ismael del Peso Jiménez

Los hollines de las llares

Ismael del Peso Jiménez


Curanderos y saludadores

07/08/2023

Hasta la llegada de la vacuna de Pasteur a finales del siglo XIX, la rabia sería en España una enfermedad con desenlace de muerte en la inmensa mayoría de los casos. Aquellos con diferente final, quedaban con» reliquias» y seguir con vida era milagro.
Se creía que los perros rabiaban los días de canícula por el excesivo bochorno y el mucho calor y la escasez de agua para aplacar la sed y refrescarse. Por eso la nutria no contraía rabia. Siempre, por mucho calor y canícula que hubiera en el ambiente este animal tendría continuamente a su disposición agua fresca para beber y en la que refrescar su cuerpo. Admiraban esta virtud de las nutrias, aunque esto no fue óbice para darles caza por el alto valor de sus pieles y lo exquisito de su carne. Y por aquello de que "más vale el agua de carne que la carne de agua" la carne de la nutria podía consumirse todos los días del año, incluidos los viernes de Cuaresma. Eso sí, habría que cazarla inexorablemente dentro del agua y nunca en la tierra porque fuera de su medio, su carne podía contaminarse y sabría a montuno, mientras que en su hábitat sabía a pescado y siempre estaría sana y siempre su pelaje limpio de pulgas y garrapatas y su exquisita carne libre de rabia. 
Ya los griegos veneraban a la Diosa Artemisa protectora y sanadora de la rabia, y por ende, siglos más tarde se utilizaría la planta homónima como ingrediente de pócimas para combatir la temida infección. 
Los enfermos infectados conscientes de que la medicina carecía de medios para ayudarlos encomiendan su agonía al poder divino dejando en manos de Dios su desenlace. Así representantes de Dios en la tierra como Santa Quiteria, San Humberto, Santa Catalina, San Antonio San Roque y San Clemente, San Cristóbal y los mártires Sebastián y Fabián, Santa Jimena y la Virgen de Guadalupe (que resucitó un muerto por la rabia) se convierten en los abogados Divinos protectores de la rabia y la peste en el mundo cristiano. 
Además de abocar su tragedia en manos de la fe cristiana recurren a la medicina tradicional y su raigambre en el mundo pagano, con la esperanza de que las pócimas y brebajes de los curanderos y sanadores logren su pronta recuperación. Hierba buena, artemisas, manrubios y agavanzos se convirtieron en antídotos que a penas conseguían atenuar los síntomas paliando el sufrimiento y el calvario hacia una resolución predestinada. De hecho, este último, el escaramujo, agavanzo, tapa culos, tarambuque, rosal silvestre o zarzal perruno (Rossa Canina) precisamente debe su nombre a su empleo en la curación de la rabia cuyo aceite esencial, la rosa mosqueta, pasaría a la historia por sus propiedades cicatrizantes.
Elaboraban brebajes con las babas de animales enfermos y pelos del mismo animal rabioso que hubiere contagiado el virus en sus dentelladas y se aplicaban a modo de apósitos sobre la herida.
Las cuernas de ciervos y cuernos de machos monteses molidas por la fricción de dos piedras y reducidas a polvo servirían de antídoto contra la rabia y el mal de ojo. 
Los enfermos rabiosos se ahogaban al beber y algunos morían de sed y deshidratación. Su desesperación era tal que una persona rabiosa mordía, arañaba y despedazaba cualquier criatura que encontrara en su camino. Eran capaces de reducir a briznas a fuerza de mordiscos las suelas de las albarcas, los astiles, de las hachas y las azadas e incluso de masticar cristales y reducirlos a polvo. 
Se les practicaban profundas sangrías e imposiciones de sanguijuelas en las mordeduras con el afán de expulsar con ellas todo el mal y la ponzoña que la rabia les hubiera inoculado… 
Por su parte los emisarios de Dios en la Tierra desgarran fragmentos de los banzos de los Patrones y Santos protectores de la rabia y tras incrustarlos en las entrañas de las heridas o coser con ellos sus bordes tras las mordeduras, rocían las carnes infectas por los colmillos de la bestia con abundante agua bendita y recitan salmos y oraciones pidiendo clemencia. 
"Mis pies pongo en el suelo 
Mi cuerpo pongo de guía
Y a Dios le pido y le ruego
También a Santa María
Me lleve en el buen camino
Caminito de la vida
Y al valle de 'Josefrán'
Cuando se acabe la vida
Dios me libre en mi camino 
De los perros enrabiados
De los que están por rabiar 
Por dañar y los dañados".
(Oración para cuando se sale del camino).
Y al advertir presencia de 'perro malo': "Con dos te llamo. Con tres te ato. Si llegas a mí tan manso como el Señor a la Cruz la noche de Jueves Santo".
Fueron muy recurrentes y socorridos los Panes de San Antón, pan del pobre o Pan Bendito (como se conocería siglos más tarde un distrito madrileño con orígenes en gentes humildes devotos del Santo). Estos panes de pobre se bendecían cada 17 de enero siendo imputrescibles y útiles para encontrar pareja, objetos perdidos y remedio contra la rabia y la viruela. Si el pan Bendito se echaba a perder era obligado dárselo a las gallinas, los perros y los pájaros en honor al milagro de San Antonio. Se tiene constancia escrita de estas tradiciones desde el siglo XVI. 
Contra las mordeduras de lobos y zorros rabiosos se habría de labrar una Cruz con saliva en la incisión de la mordedura, estando el enfermo en ayunas y en la mañana del día de San Juan. 
Así mismo podía labrarse una cruz con un cardo de arzolla en la huella de la mano izquierda del animal hidrófobo. 
Y en este escenario de desesperación e impotencia encuentran el caldo de cultivo los curanderos saludadores. 
Los saludadores eran varones que nacían con un don. Nacían con Gracia. Pero no por simpatía ni sentido del humor. Eran capaces de sanar lo que para la ciencia era incurable por gracia divina e innata. Lloraron tres veces en el vientre de sus madres y ésta mantuvo el secreto hasta el parto. Igualmente, en las mujeres encintas en cuyo vientre se fraguaba el despertar a la vida de aquellos saludadores, la hermosura de su rostro y su expresión facial mejoraba por semanas confirme avanzaba la preñez. La luz de su tez y su mirada se tornaban más bellas y radiantes confirme maduraba la gestación. Las futuras madres iniciaban su andadura indistintamente con el pie derecho y con el izquierdo. Nacían con una cruz en el paladar y a menudo una Cruz de Caravaca bajo la lengua o la imagen de la rueda de Santa Catalina en los brazos, las piernas o los costados. Estigmas inequívocos de su especial condición y naturaleza. 
Abrazaban el mundo siendo el último de siete hermanos, todos varones y sin hembras entre ellos. Nacían de pie y casi siempre el día de jueves o viernes Santo o el último de febrero en los años bisiestos. Otras veces eran el mayor de dos gemelos y sólo el primogénito era agraciado con el don de sanación por ciencia infusa. Las más de las veces nacían con rasgos que imponían mucho respeto, con las orejas exageradamente grandes, nariz aguileña, pómulos muy prominentes, cejas extraordinariamente pobladas, un ojo de cada color, rasgos de albinismo o tullideras y malformaciones que les imposibilitaba trabajar y hacer esfuerzo físico. 
Ya desde cachorros hacían gala de su especial esencia, curándose a sí mismos sus propias engordaderas de lactancia untándolas de su saliva y nunca se les conocieron escoceduras ni irritaciones anales ni genitales. Tampoco diarreas, fiebres ni dolores dentales. No se les conocieron en la niñez piojos ni liendres ni en la juventud lombrices ni solitarias ni sabañones ni albarranas. Y en la vejez nunca sufrieron histéricos ni culebrillas. Mamaban con tal dulzura y cuidado de los pechos de sus madres, que aquellas se abandonaban arropadas por el abrazo de Morfeo lo mismo que si fuera la culebra quien succionara sus pezones. No se les conocían miedos, temores ni llantos nocturnos y su respiración la calidez de su aliento eran hipnóticos e inspiraban mucha paz a todos los miembros del hogar. Se les creía inmunes al mal de ojo y su mirada era capaz de leer lo que pensabas al mirarte directamente a los ojos. Incluso leían en el iris de los ojos las dolencias que aquejaban al enfermo y podían adivinar leyendo las manos y las plantas de los pies de que males se adolecía.
Oían aquello que sólo los perros eran capaces de escuchar. 
Curaban por contacto del aliento y la saliva y presentían la presencia de animales y personas rabiosas en siete leguas a la redonda.
Entre ellos se reconocían y barruntaban su presencia porque se les ponían los pelos de punta, se agitaba su respiración y se ajigolaban cada vez más, cuanto más se aproximaban el uno al otro.
Al contacto con la herida de la mordedura que contagió la enfermedad la saliva desaparecía al instante entre burbujas que la desinfectaban y provocaba la inmediata curación.
Eran capaces de mantenerse cautivos dentro de un círculo que ellos mismos dibujaban en la tierra, infligiendo a víboras, arraclanes y áspides y todo linaje de animales peligrosos y mortales suficiente daño para inducirles a morder o picar en sus propias carnes mostrando así su inmunidad a tales ponzoñas. 
Los perros rabiosos curados por los saludadores, eran capaces de presagiar la muerte de alguien cercano, aullando por tres noches consecutivas frente a la puerta o ventana del enfermo. Igualmente escarbaban frente al umbral o el alféizar del enfermo por tres días consecutivos advirtiendo de esta forma el inminente entierro. Al aullido que presagiaba la muerte lo llamaron plañir. 
Podían caminar descalzos sobre las brasas, sostener entre las manos un hierro incandescente sacado de la fragua e incluso entrar en los hornos candentes del pan y en las ascuas de las carboneras. 
En ocasiones era requerida su presencia y otras veces recorrían los caminos de todos los pueblos de extensas comarcas llamando a las puertas de chozos y casas y saludando a las gentes por si fueran necesarios sus servicios. Eran Saludadores por saludar en el sentido más purista del término, por dar y retornar salud al enfermo, ya fuera bestia o persona.
Se mataron miles de perros y gatos callejeros e hidrófobos como también se llamaban los animales rabiosos. ("Muerto el perro se acabó la rabia"). Muchos seres humanos contagiados fueron también sacrificados por petición propia o de sus allegados con el fin de evitarles la agonía durante un viaje angustioso y desquiciante hacia un desenlace escrito. Enfermedades mentales como la epilepsia, esquizofrenia y el histérico presentaban síntomas comunes con los efectos de la rabia. 
Hubieron de dictarse leyes que prohibían expresamente matar personas rabiosas colgadas
por las cuatro extremidades, ni ahogadas, asfixiadas ni ahorcadas. Tampoco arrojarles a los pozos ni albercas ni ríos atados de manos y piernas. 
Las lavanderas fueron un gremio muy castigado por los ataques de perros rabiosos, aprovechando los animales cuando éstas se hincaban de rodillas para lavar la ropa en el río para hincar sus fauces en sus carnes.
 «Lavando en el río estaba 
pobre moza, Dios del cielo 
cuando sintió que en el brazo
derecho a morderle llegó un perro (...) 
Y para salir de dudas llaman al saludador. 
Y el saludador les dice tan sólo ha sido aprensión. 
Pasa tu mano sobre mi frente
que este sudor que me corre
Es el sudor de la muerte»
En Navaluenga dicen las crónicas que los casos de rabia por mordeduras de perros y lobos rabiosos fueron tan numerosos, que la propia Virgen de los Villares patrona del municipio se apreció una tarde de agobiante bochorno y canícula espesa típica de los rigores de junio en el día de San Juan. Contaba siempre mi abuela paterna, a quien estos mundos no le eran en absoluto ajenos, que la Virgen se apreció en mitad del arenal de un "desaparta caminos" anunciando el peligro de 'Perro Malo'. Sobre la piedra donde tuvo lugar la aparición se labraría una cruz bautizando el paraje La Cruz Del Arenal. 
En pleno siglo XXI todos sabemos que la magia y lo sobrenatural no existe. Tan sólo es el fruto de una realidad lejana y a muchos años luz de la evolución y los conocimientos y avances actuales. 
Quizá fuera por eso por lo que de muy pequeño cuándo aún arropado en una mantita de bebé un niño de pocos meses de vida padecía fuertes y continuos dolores de boca y oído y su madre desesperada por el sufrimiento constante del pequeño decidió visitar a la curandera de Navaldrinal. La señora María. Ante la imposibilidad de la madre de desplazarse desde Navaluenga envió a su hermano mayor con la mantita que arropaba al bebé. Al cruzar el umbral de la puerta de La señora María, enseguida la mujer se tapó con las manos los dos oídos y acercando la mantita a su mejilla dijo sollozando: "Criaturita, qué dolores de oído sufre el pobre niño. El dolor es inhumano. En cuanto llegues dale tal y cual hierba y haces esto y lo otro. Apúrate. Es tan fuerte que el niño puede morir del propio".
Cobraba la 'voluntad' que a menudo voluntad podía haber mucha, pero recursos escasos... 
Siempre escuché contar en casa aquella historia y como en breve los dolores remitieron hasta desaparecer. 
Años más tarde yo mismo fui a casa de La Curandera en los idus de Mayo. Iba como mensajero para una persona del pueblo que no podía subir por sus propios medios. Al entrar en la casa, la señora (a la que no había visto en mi vida) juntó los parpados con asombró. "Sabía que ibas a venir. Te estaba esperando. Yo sé quién eres. De buena ralea vienes. Ya veo que ganaste el pulso al dolor de oídos y muelas. Cualquier otro crío hubiera muerto por aquel dolor. Habiendo vencido aquello, serás capaz de vencer en cualquier cosa. Dale un beso a tu abuela. Que gran mujer, 'La Alejandra'". 
Me quedé perplejo. Todos mis esfuerzos se centraban en procesar la información y ponerla filtros desde el raciocinio y el sentido común. 
Sólo acerté a preguntar cómo es que sabía que iba a visitarla. 
"Tu abuela me lo dijo. Entre nosotras nos apañamos. Lo mismo que el día que tu madre mandó a su hermano venir a verme. Vi nacer aquella niña que ahora es tu madre, y le curé con ruda las lombrices de las tripas. También entonces tu abuela me avisó de que vendría. Preguntas mucho.... Pero eso es bueno y me gusta. Quizá 'La Alejandra' te pase a ti los dones…".
Por supuesto sería casualidad. Una sucesión de casualidades. Porque todos sabemos que la magia y lo sobrenatural no existen. 
"Cuídate del gato preso 
Suero de queso 
Del can rabioso
Y de hombre facineroso".