Tras la pausa que aquí suponen siempre las celebraciones navideñas, han vuelto a sus quehaceres habituales las diversas Españas que habitan entre nosotros. La España política, por ejemplo, se ha instalado de nuevo en escaños y coches oficiales, en parlamentos, tribunas y despachos que tan apetecibles resultan a los componentes de esa variopinta tropa de líderes a los que hemos confiado las riendas de nuestro país. Son líderes que, en una gran mayoría de casos, disfrutan hablando, exhibiéndose, discutiendo y peleando entre ellos, jurándonos a los ciudadanos que están dispuestos a solucionarnos lo divino y lo humano, aunque luego abjuren sin rubor alguno, y en un abrir y cerrar de ojos, de lo que acaban de jurarnos. No cambiarán nunca y ahí los tenemos otra vez, entregados a sus eternos enredos, estrategias, sarcasmos, corrupciones y engaños. Porque resultaría injusto no reseñarlo, añado que existen igualmente (¡ojalá su número fuese mayor!) algunos políticos en los que la vocación de servicio prevalece sobre afanes menos nobles. Pues bien, tanto los primeros como los segundos, ahí están una vez más en estos inicios del año que acabamos de estrenar.
He hablado de diversas Españas y también siguen ahí los que componen esa otra España que a lo largo de los próximos meses nos sobresaltarán, por desgracia, con inadmisibles pedofilias, inaguantables atrocidades machistas y con odiosas locuras que nos parecerán indignas de la condición humana. La componen energúmenos ahora agazapados entre personas de buena voluntad que hace escasos días se intercambiaban entre ellas bienintencionados, pero ineficaces augurios de paz, armonía y felicidad. Los malvados a los que me refiero pertenecen a una dolorosa realidad que no hay modo de erradicar y con la que, sin caer en absurdas cegueras, debemos contar. Conforman el lado oscuro de nuestra sociedad, amasada con luces y sombras, y la estridencia de sus hechos disipará pronto nuestros candores navideños, obligándonos a aceptar que la humanidad es como es y no como nos gustaría que fuese. Por muy impregnados de ingenuidad que nos hayan dejado los días recientemente vividos, ¿podemos soñar que habitamos en utopías que el cineasta francés Jean Yanne, hace 50 años, resumió en el irónico título de su más famosa comedia: «Tout le monde il est beau, tout le monde il est gentil»? Pues no, ni todo el mundo es bello ni todo el mundo es bueno.
Pero, afortunadamente, lo bueno y lo bello existen, claro que sí. Al lado de las Españas que nos exasperan o inquietan, existe una España mejor, una España que hoy deseo resaltar sobre las demás y que compensa cualquier pesimismo social que nos atenace a veces. Es la España que, superados los villancicos y las inocentes fantasías, ha reiniciado los madrugones diarios para ir a la fábrica, al andamio, a la oficina, a la tienda. al campo o al taller. La España que, anónima y silenciosa, se ha vuelto a arremangar y trabaja, investiga, cura a enfermos en los hospitales, educa a niños y jóvenes en humildes escuelas de pueblo o en multitudinarias universidades urbanas. Sí, hay una España mejor, a la que pertenecen millones y millones de hombres y mujeres, la España del sacrificio, la del obrero y la del emprendedor que crea empleo, la del voluntariado altruista y el sano deporte, la que huye de egoísmos tribales y patrias de campanario, la de espíritu europeo y universal, la que paga impuestos en beneficio de todos y defiende sus legítimos intereses sin menoscabar los intereses ajenos. Es una España de la que hablamos poco y que no protesta nunca. La ennoblecen padres y madres que afrontan con bravo heroísmo la discapacidad o la enfermedad rara del hijo y quienes se rompen el alma para crecer y mejorar, para llegar más arriba, para que la lotería del destino no sea la que tenga la última palabra en su propio devenir y en el devenir de sus retoños. Es la España que no hace ruido, no se exhibe, no grita, no causa alborotos, porque sólo sabe de acción y prudencia, de coraje, nobleza, esfuerzo, sudor y esperanza. Pero es, que nadie lo olvide, la más numerosa y auténtica, ¡la mejor de las Españas!