Si hay dos características que definen a Eduardo Duque, esas son el trabajo y la constancia, que le han permitido sacar todos los proyectos formativos y profesionales en los que se ha embarcado hasta la fecha.
De padres abulenses, nació en Orense, donde su padre estaba destinado en la Delegación de Hacienda y su madre trabajaba como profesora de contabilidad, pero fue bautizado en Ávila y aquí ha vivido desde que apenas tenía dos años.
Sus estudios los realizó en el Colegio Diocesano, primero en la plaza Teniente Arévalo, luego en la calle Lesquinas y más tarde estuvo en el Colegio Mayor Tomás Luis de Victoria de Salamanca, donde le hicieron colegial de honor, mientras estudiaba la Licenciatura en Derecho. También durante la carrera se fue de Erasmus a Roma, y al terminar sus estudios en la capital charra se colegió en el Colegio de Abogados de Ávila y luego comenzó el Posgrado en Documentación y Archivos en Madrid, que es lo siguiente que me dio por estudiar.
Por Derecho se decantó porque «había que estudiar algo que fuera útil, que tuviera salidas y que me permitiera acceder a la administración, porque yo siempre he tenido bastante clara la idea del funcionariado y de la función pública, pero también estaba ahí la empresa privada o la posibilidad de ejercer como abogado colegiado», explica, mientras que la Documentación y Archivos fue «una vocación que empezó a surgir en Salamanca, porque de las asignaturas en Derecho, las que más me gustaban eran Historia del Derecho, Derecho Romano y Derecho Constitucional, pero sobre todo el Derecho Procesal».
Así, comenzó el posgrado de Archivística que se hacía en la UNED con la Fundación Carlos de Amberes, en la calle Claudio Coello de Madrid, donde estuvo dos años, y las prácticas las realizó en el Archivo Histórico Provincial de Ávila en 2013, para después hacer el máster en Derecho Nobiliario y Premial, Heráldica y Genealogía, cuyo trabajo final dedicó a la ciudad de Ávila y más concretamente al linaje de los Guillamas, que está relacionado con la ermita de Sonsoles, con la fundación de la Concepción Francisca de la Inclusa o con el Palacio de la Plaza de San Gil, y posteriormente el doctorado, también en la capital de España, dirigido por Javier Alvarado Planas y Jaime Salazar y Acha. «He ido encadenando una cosa con otra y también la tesis doctoral se la dediqué a las cuadrillas de la ciudad de Ávila, naturaleza y evolución jurídica, del siglo XVI al XVIII, es decir, toda la Edad Moderna, porque principalmente esta ciudad es modernista y yo soy modernista en mis estudios», comenta. En 2021-2022 le dieron el Premio Extraordinario del doctorado a nivel nacional.
En el plano laboral, Eduardo Duque es funcionario del Ministerio de Cultura. Al terminar el doctorado, comenzó a preparar la oposición. «Fue dejar la Diputación en julio y en octubre ya tuve el primer examen y aprobé las oposiciones en marzo, por lo que desde el 3 de junio soy funcionario de carrera del Cuerpo de Archiveros del Estado, pendiente de destino», indica.
«El problema es que todo el mundo relaciona la archivística con archivos históricos y la archivística está enfocada a todos los ministerios y a todos los niveles. La gente piensa que la archivística es una cosa de papeles viejos. y es todo lo contrario, nadie piensa en los archivos digitales que hay en cualquier empresa privada. En el ámbito privado y público hay archivos en papel, pero también archivos digitales», explica Duque, quien añade que «el público en general, vamos a decir, tiene una visión muy distinta de lo que realmente es un archivo. Recientemente hemos estado de visita en los archivos centrales de los Ministerios de Industria, Comercio, Hacienda y Fomento, y todos tienen unos archivos espectaculares, con kilómetros de metros lineales de documentación y que están por investigar y por describir, una documentación contemporánea, de los siglos XX y XXI, que también va a ser la historia que a nuestros descendientes les toque estudiar».
Pero un espíritu inquieto como Eduardo Duque no se puede quedar ahí y ya tiene en mente nuevos estudios, en este caso de idiomas, «para mejorar mi nivel o incluso aprender alguno nuevo con la idea de intentar hablar el mayor número de idiomas posibles, que es algo fundamental», pero también de otra de sus grandes vocaciones, la arqueología, para «poder dedicarme también a esta disciplina en la provincia de Ávila, que es a la que he dedicado todas mis investigaciones y para mí es el centro neurálgico de todo».
la política, otra vocación. Eduardo Duque comenzó en la política con apenas 18 años y asegura que «siempre fue una vocación». De hecho, en su familia siempre hubo políticos. «El hermano de mi madre había sido alcalde de Mingorría, mi bisabuelo fue presidente de la Diputación y mi tatarabuelo fue alcalde de Ávila. Había mucha gente a mi alrededor relacionada con la política y es algo que siempre me gustó», señala, «sobre todo la política local, porque me llama mucho la atención poder servir a tus vecinos y creo que es una labor por la que todos deberíamos pasar, por ser alcalde de un pueblo pequeño, pues nadie se da cuenta del esfuerzo que supone. Además el 90% de los alcaldes no cobran ningún tipo de sueldo ni tienen ningún tipo de dieta, y la gente debería saber lo difícil que es la política del día a día de un pueblo abulense y la cantidad de problemas que surgen y que luego, nunca llueve a gusto de todos».
«Ávila tiene más de 80 municipios menores de 100 habitantes y localidades, muchísimas más. Entonces, hay que imaginarse cómo es, con unos presupuestos tan pequeños, intentar que tengan todos los servicios, especialmente en época estival, cuando los pueblos se llenan de personas que viven en los cinturones de las grandes ciudades, que tienen una serie de servicios que aquí somos incapaces de darles, y eso también se lo exigen a los alcaldes y a los concejales», señala Duque, quien añade que «el reto demográfico al que nos estamos enfrentando es muy grande y toda esa población exige y vive en nuestra provincia sin que revierta en los pueblos, y eso es muy injusto para nuestra provincia».
Su andadura política se inició presentándose en las listas en Mingorría, y luego, a mitad de la siguiente legislatura, entró como concejal por la retirada de otra edil, y el último año estuvo de concejal en la oposición. Ya con Juan Ignacio Sánchez Trujillano como alcalde, estuvo dos legislaturas con una mayoría sólida en el Partido Popular de Mingorría. También dio el paso a la Diputación al quedar vacante el puesto como diputado de la Sierra de Ávila, Alta Moraña y la Sierrecilla tras la retirada de la política de su compañero Ignacio Burgos, y allí trabajó como responsable del área de Cultura.
De esa etapa destaca el hecho de «haber entablado relaciones personales muy bonitas y algunas no tan bonitas. Te da la posibilidad de desarrollar proyectos muy importantes que ahí han quedado y que siguen en la actualidad, festivales de múscia, publicaciones que todavía se siguen presentando en las que yo creí, investigaciones arqueológicas en yacimientos que se iniciaron, como el proyecto Ulaca las que se siguen desarrollando en Medinilla, Chamartín y La Coba; proyectos que se han mejorado, instituciones a las que también se les dio una vuelta, como Institución Gran Duque de Alba, en la que se hizo una gran renovación, entre ellas la de los estatutos. También se le dio un nuevo enfoque a la Fundación Cultural Santa Teresa, que se convirtió en un consorcio. Pues todo ese tipo de cosas y también las colaboraciones que se establecen con otros países, como México a través del proyecto del Tata Vasco, con ese kilómetro cero en Madrigal de las Altas Torres y con la implicación de las provincias de Salamanca y Valladolid, el estado de Michoacán y la ciudad de Morelia.
Además, según explica, en la política «descubres la verdadera personalidad de gente que no te podrías ni imaginar que son así. Porque la política a veces es el mundo de las apariencias y la gente se sorprendería verdaderamente de cómo son ciertas personas, para bien o para mal».
Pero ese periodo de su vida quedó atrás y asegura que no fue nada difícil dejar la política. Y es que, como indica, «mi idea desde el principio era estar solo dos legislaturas. Desde el minuto cero, yo siempre dije que solo iba a estar dos legislaturas como máximo, porque creo firmemente en la renovación política, por lo menos en el mismo puesto. Esto es parte de mi propio convencimiento, pero creo que una persona, para desarrollar sus proyectos en una legislatura sola, es muy difícil, pero en dos legislaturas ya has conseguido materializar muchos de los proyectos que tú llevabas en mente y quizás en algunos casos necesitas un proyecto a largo plazo, como pueden ser las grandes infraestructuras, porque los presupuestos son los que son y en un municipio pequeño es imposible desarrollarlos en ocho años, y es importante a lo mejor estar incluso 12 años, más, no».
A su juicio, estar más de tres legislatura «ya roza cuestiones de vanidad y de ego, pero esa es mi creencia personal y yo no lo recomiendo porque lo único que puede crear en una persona, por muy fuertes que nos creamos, son manías y vicios». Por eso aboga por «la regeneración, dejar espacio a otras generaciones y a otras personas con proyectos nuevos, porque siempre la sangre nueva en cualquier empresa privada o institución aporta ganas, fuerza e ideas nuevas que son siempre bienvenidas, pues todos tenemos una fecha de caducidad y no somos imprescindibles». Además, deja claro que igual que cree en la regeneración para la política, «también lo creo para las asociaciones, fundaciones e instituciones de la provincia».
miembro de número de la igda. Volviendo a su faceta investigadora, Eduardo Duque es miembro de número de la Institución Gran Duque de Alba, donde comenzó como miembro colaborador. «Antes de ser diputado provincial yo ya había pedido mi ingreso y luego reunía las condiciones, el doctorado y la serie de publicaciones realizadas sobre investigaciones y estudios relativos a la provincia de Ávila y especialmente a sus conjuntos históricos y a la ciudad», comenta.
En ese sentido, ha dedicado muchas de sus investigaciones a Bonilla de la Sierra, participando en un libro como coautor junto a Raimundo Blanco, Serafín de Tapia, Jesús Gascón, Francisco Fabián y Carlos Jiménez Torres. Pero también ha realizado estudios sobre Gotarrendura, Las Berlanas… «las villas de mi alrededor» y asegura que tiene «muchísimo por publicar, que está en mi ordenador, a la espera de publicación».
Actualmente está inmerso en un libro dedicado a Adelina Labrador, que está a punto de ver la luz, y en otros proyectos que están prácticamente terminados y que, como dice, «necesitan un poquito más de cocción para salir del horno». Publicaciones que espera que puedan salir adelante, bien a través de la Institución Gran Duque de Alba o de la editorial Dykinson, dedicada a la historia del Derecho, que es donde mayor número de publicaciones tiene.