La primera tertulia en televisión, la mítica La Clave de Balbín, no se puede considerar como tal. Quien la hizo fue Jesús Hermida. Fue a la primera que yo fui allá por el principio de los años 90 en TVE, donde él llevaba más de 20 años y desde que era en blanco y negro.
Así, nos retransmitió desde los Estados Unidos de América la llegada del hombre a la luna en 1969, el acontecimiento que lo catapultó a la fama. Él había llegado el año anterior como primer corresponsal de la historia de una cadena española en Nueva York y allí estuvo durante más de una década. Volvió a España en 1978, el año en que se aprobó la Constitución democrática, y con su personalísimo estilo, tanto de voz como de gesto y flequillo, se convirtió en todo un referente, en un icono.
A aquel niño huérfano de Huelva (1937) su padre, pescador, se lo arrebató el mar. Había nacido para el periodismo, el micrófono y la tele. A mediados de los años 60 era ya redactor jefe en el periódico Informaciones, un diario de la tarde competencia de Pueblo, donde yo llegaría a principios de los 70, cuando él ya había tocado la luna. Vuelto a casa hizo y fue muchas cosas en TVE, entonces la única televisión, y, aunque no se le ha reconocido mucho, fue pionero en más de alguna senda. Fue cuando ya iban a dar los 90 cuando yo llegué a conocerlo y compartí algunos días pantalla y tertulia. Acababa de nacer un género, aunque ya había tenido un antecesor radiofónico en Javier González Ferrari, en el programa Hora 25, aunque a él tampoco se le ha reconocido mucho ser el primer padre del invento.
Yo, tras peripecias varias, había estado en los semanarios: Tiempo, El Globo, además de la Cadena SER. Acabé recalando como adjunto al director, o sea de Julián Lago, en la revista Tribuna de Actualidad. Hermida dirigía las mañanas televisivas y Julián a veces me llevaba con él. Un día, Jesús decidió probarme como suplente y a poco me fichó como fijo, aunque discontinuo, pero perseverante. Estuve yendo a unas y otras hasta que en el año 2020 decidí decir «basta», porque aquello ya había dejado de gustarme.
A lo mejor hasta se acuerda. Fue cuando empezó aquello del COVID y hubo toque gubernamental a rebato de que era una cosita de nada. ¿Recuerdan a Lorenzo Mila desde Roma diciendo que aquello no llegaba ni a gripe y al «experto» Fernando Simón diciendo que todos a la manifa del 8-M y que encantado de que fuera su hijo? No estuve yo por la labor de esconder muertos, pues siguen ocultando la cifra verdadera, y me di puerta. Ha sido una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.
Pero volvamos a cuando comenzaron las tertulias en la tele, las de Hermida. Que eran de verdad tertulias y se hablaba de esto, aquello y lo otro e iba gente de variados registros y profesiones y muy pocos políticos. Ni sus papagayos, tampoco. La política era solo uno de los apartados y ni siquiera el más destacado. Sí era más determinante en las de radio, pero sin llegar a la obsesión de ahora.
Me convertí en asiduo y recuerdo vivamente aquel año de 1990 y hasta la anécdota donde más colorado me he puesto ante las cámaras. Resultó que me estaba sacando el carnet de conducir, a la provecta edad de 37 años, y no había manera. Fue a la séptima cuando lo logré y salí eufórico y escopetado porque llegaba tarde al plató. Me llevaron en volandas, me pusieron el micrófono y me pregunto Jesús el por qué del sofoco. Contesté con todo lujo de detalles mis cuitas, azoramientos y dificultades al volante y que no le había dado un beso en la boca a la examinadora que me había aprobado porque era de naturaleza tímida. Eso y cosas aún peores.
Fue entonces cuando Hermida consideró que ya me había echado suficiente oprobio encima y, cortándome, dijo a cámara: «Señores y señoras, si ven a este tipo conduciendo un coche, ya saben, anden con ojo». Porque resultaba que aunque yo creía que estábamos en una pausa publicitaria resultaba que estábamos en directo.
Me acuerdo muy bien de la carcajada de todos al ver mi cara de terror y, sobre todo, a José Luis García Berlanga celebrándolo por todo lo alto como si hubiera sido un gag de una de sus películas. Para mi fortuna, no había entonces redes sociales ni el Twitter este o como ahora se llame, la examinadora no debió enterarse y no revisaron el aprobado, que sin carnet me vi y teniendo que examinarme otras siete veces.
Como ven, eran otras tertulias, más como son o eran entonces en los cafés las charlas y en aquellas daba gusto estar y aprendías mucho. Podías encontrarte con Berlanga o con Cela, que también iba a alguna y con gente competente en lo suyo y que sabía de qué hablaba. Ahora, y en la mayoría de las teles, han ido derivando al formato de la telebasura aplicada a la política y a las trincheras y la consigna como escenario y argumento. Las radios han mantenido, en mi humilde parecer, bastante más dignidad y sentido.
De ellas y de quienes fueron y algunos siguen siendo los grandes protagonistas hablaremos otro día, porque hay que reconocer que fue la radio quien dio a las tertulias la capacidad de influencia en la creación de opinión que tienen y que hoy se ha convertido en un elemento imprescindible y a veces invasivo de todos los medios.
Sin tertulia ni tertulianos, el palabro lo lanzó a las ondas Luis del Olmo. También estuve con él en alguna. Ahora, ya saben, son plaga. Da igual de qué haya que hablar y qué programa sea, desde la casquería íntima, al futbol y por supuesto a la política, que allí habrá una parva de tertulianos y otras dos enteras esperando la oportunidad de entrar a trillar y pillar cacho.
La profesión de tertuliano es ya un apartado dentro del periodismo y la meta soñada de muchos antes de pensar ni siquiera en ser periodistas. Porque antes, cuando no había ni facultad, los aprendices de periodistas lo que querían ser era reporteros como Miguel de la Quadra y ahora a lo que aspiran es a pasarse el día de plató en plató y salir en todas las cadenas. Hay ciertamente alguno, que se ponga la tele a la hora que sea y en la cadena que se te ocurra, que te lo encuentras. A veces incluso se puede llegar a pensar que tienen el don de la bilocación. O sea, de estar en varios lugares al mismo tiempo, como la monja azul de Javier Sierra.
No creo que muchos de ellos sepan, y puede que a más de uno les horrorizaría saberlo, que Jesús Hermida fue un precursor de aquello. Fue, también, un gran periodista, un gran creador de equipos y lanzadera de muchos y muchas, las famosas chicas Hermida que llegaron y por méritos propios. Había que currárselo y Jesús no era blando, para llegar al estrellato profesional.
Hermida, cuando llegaron las cadenas privadas, dejó la pública y fichó por Antena 3, donde fue su director desde el año 1992 hasta el 2003. Se resistió a la jubilación e incluso llegó a estrenar las cadenas autonómicas, trabajando para la de Castilla-La Mancha, donde presentó su Noticias. Volvió a su casa primigenia, TVE, en el año 2006, y allí acabó su carrera. En el año 2012 le dieron el Premio Nacional de Televisión «por su profunda trayectoria profesional como periodista, creador y conductor de programas televisivos».
Su última entrevista de relumbrón fue la que le hizo, La noche del rey se tituló, en enero de 2013, a don Juan Carlos en su 75º aniversario. El monarca se vería abocado por su mala cabeza postrera un año después a abdicar en su hijo Felipe, nuestro actual soberano. Jesús Hermida falleció poco más de un año más tarde, en 2015, a los 77 años de un infarto cerebral, sino con las botas sí casi con el micrófono puesto. Le tuve estima y le sigo teniendo respeto.