A orillas del río Adaja, en sus márgenes molineras que baña el municipio de Mingorría y su anejo Zorita de los Molinos, descansa desde el pasado martes el cuerpo del último molinero activo de Ávila, Valeriano San Segundo García, fallecido el pasado martes a los 83 años. El Molino de Hernán Pérez de Zorita fue el lugar donde pasó la mayor parte de su vida, y ahora su pequeño cementerio es el lugar donde reposan sus restos dando testimonio del noble oficio que ejerció.
Hace seis años, en estas misma páginas (“Diario de Ávila”,17/11/2013) lamentamos también la muerte de David, y antes de Tomás, y de Manolo, todos ellos hermanos ya muertos que fueron la última generación que mantuvo viva la rica tradición molinera de esta zona fluvial, siendo los continuadores de la tradición familiar que su abuelo Teodosio García y Eustaquio, el hermano de éste, habían iniciado en el siglo XIX en el mismo molino. Ellos eran naturales de Cardeñosa, hijos de Felipe San Segundo y Trinidad García en una familia de catorce hermanos, de los que viven dos mujeres.
Con la muerte de Valeriano, un hombre humilde y honesto, se nos va una parte de la historia del pueblo donde vivió, Zorita de los Molinos, y también de la nuestra, pues en la ribera de Zorita y Mingorría llegaron a contarse hasta una veintena los molinos que servían a casi un centenar de panaderías de este pueblo.
Retomando nuestro recuerdo por la muerte de David, el hermano mayor de Valeriano, diremos que antes, el molino de Hernán Pérez había pertenecido desde el siglo XVI a los dominicos del convento de Santo Tomás de Ávila, siendo desamortizado en 1884 y adjudicado a Rafal Rico por 136.000 reales, cuando la fanega de trigo costaba entonces treinta reales y medio. El molino cuenta con cuatro muelas instaladas en un edificio con cubierta a cuatro aguas de dos plantas, la segunda de adobe fue sobre elevada con posterioridad.
Los últimos años de convivencia de los hermanos Valeriano, David y Tomás transcurrieron entre la casa del molino, la vivienda que tenían en el pueblo de Zorita y otra que poseían en Ávila capital, cambiando de hogar según las circunstancias y las épocas del año. Los tres vivían juntos como una familia de la que se ocupaba David, el hermano mayor que también cocinaba, lavaba y planchaba, y todos mantienen el molino en perfecto estado de funcionamiento, de cuya carpintería y maquinaria se ocupaban antaño los herreros y carreteros
El viejo molino, aunque ya no funciona como tal, sigue en perfecto estado y manteniendo el mismo aspecto de antaño. En su interior, junto a la entrada, un poster de una mujer desnuda sacada de una revista alegra el decorado polvoriento de las viejas paredes y suelo encachado de antiguas piedras de moler desechadas por el desgaste de siglos.
Hasta aquí llegaban últimamente numerosos vecinos y lugareños en busca de grano y pienso para cerdos, gallinas, vacas y otras caballerías de pequeñas cabañas que cuidan en sus casas, a la vez que se aprovisionan de huevos frescos mientras charlan amistosamente, y cuentan los tiempos duros en la posguerra de los años cuarenta y cincuenta, una época de racionamiento y estraperlo. Y en la vista nunca faltaba una demostración del trabajo de molinería, de lo que siempre se ocupaba Valeriano.
Para ello, abría el saetín de la cacera por donde pasaba el agua embalsada, el cual hacía girar la rueda hidráulica o rodezno cuyo movimiento se transmite al eje que hace funcionar las ruedas de piedra que trituran el grano que llega desde la tolva donde es depositado mediante el vaciado de pesados sacos cargados a hombros. No todas las piedras funcionan en la actualidad, pues ya no se muele trigo candeal y en cambio se muele maíz. Hecha la demostración, Valeriano enseña un motor marca Deutz de 20 caballos de gasoil y con solo cilindro horizontal que sustituyó a una vieja máquina de vapor que funcionaba con carbón o leña, sistema utilizado cuando escaseaba el agua en los meses de verano para mover dos piedras, dejando las dos restantes para el poco agua que se recogía en la presa.
Ahora, con la muerte de Valeriano, como antes ocurrió con sus hermanos, perdemos algo del alma del oficio de molinero y de una tradición secular. Y además, lamentamos el vacío que se crea en el entorno natural de la ribera del Adaja donde las puertas del molino Hernán Pérez siempre estaban abiertas al visitante deseoso de conocer el ingenio medieval creado y mantenido por la sabiduría popular.
Ya jubilado, David se acercaba diariamente hasta el molino con su hermano Valeriano, donde se sentían cicerones de su propia vida. Después de la muerte de David, Valeriano dejó de frecuentar el molino con la misma asiduidad, debiéndose deplorar varios robos sufridos en los que se sustrajeron la báscula de pesaje, la rueda de afilar, y otros objetos y herramientas. Los ladrones armados con butrones y palancas forzaron las puertas y se llevaron todo lo que puede transportarse fácilmente, a la vez que causaron importantes destrozos.
A pesar de todo, el edificio se mantiene todavía en un estado relativamente aceptable y se conservan las tolvas y ruedas de molino con guardapolvos, así como la admirable obra de ingeniería que conforman la presa, el canal o caz, el socaz y el movimiento giratorio de ruedas y rodeznos que hacen posible la transformación del grano en harina en una incipiente actividad industrial que se ha mantenido inalterable durante siglos.
Últimamente, el molino de Hernán Pérez se había convertido, en un interesante y atractivo turístico de la zona. Tanto que la Diputación de Ávila intentó su rehabilitación, aunque sin conseguirlo por falta de acuerdo con los propietarios. Hasta él llegan los viajeros y curiosos que se alojaban en las numerosas casas rurales de los pueblos del entorno. Y también acuden los participantes en cursos y jornadas socioculturales organizadas por diversas instituciones y ayuntamientos de la provincia, y también grupos de amigos, familiares y escolares.
Uno mismo ha acompañado hasta aquí a los alumnos del curso ‘Cómo acercar nuestro patrimonio cultural a los niños y niñas de primaria’ organizado por el Centro de Formación del Profesorado e Innovación Educativa de Ávila, y de los talleres de cultura popular de Caja Ávila.
Y también lo ha hecho con los miembros de la Asociación de Amigos del Museo de Ávila y con diversos grupos de vecinos y otros particulares, haciendo partícipes igualmente de la visita a los alumnos de los cursos de Turismo Rural de la Universidad de Salamanca. Al mismo tiempo, en torno a los molinos del Adaja hemos realizado exposiciones e impartido conferencias en el centro de San Juan de la Cruz de Caja Ávila, en los salones del convento de Santo Tomás en talleres de Cruz Roja, en los museos de Ávila y Mingorría, y en jornadas socioculturales de los pueblos de El Oso y Narros del Castillo, por ejemplo.
Y sobre los molinos hemos escrito artículos, libros y textos divulgativos de su riqueza etnográfica, destacando siempre el ejemplo del molino Hernán Pérez que atendían los hermanos San Segundo como excelente muestra de todo ello. Con todo, la memoria de Valeriano, como ya dijimos cuando fallecieron sus hermanos, siempre seguirá viva, a pesar de notar el vacío que deja y la ausencia de recepción y guía para los curiosos visitantes.