Esther es una de los 62 trabajadores que durante los últimos años ha solicitado la prestación de cuidado de hijos enfermos. Ella lo hizo para poder atender a su hija mayor, María, que nació en 2016 con una malformación de las vías urinarias y una pielonefritis complicada que hizo que la niña tuviera que pasar por varias intervenciones médicas y multitud de ingresos hospitalarios cuando aún no había cumplido los tres años. Para Esther, experta en recursos humanos, y para su marido compaginar el trabajo y atender a una niña que por su enfermedad no podía ir a la guardería ni quedar en manos de cualquiera se convirtió en un reto diario que se complicó aún más cuando en octubre de 2019 la niña se sometió a una cirugía complicada cuya recuperación, le dijeron los médicos, iba a ser más difícil aún. Fue entonces cuando Esther decidió solicitar la prestación por cuidado de hijos enfermos, que le fue concedida por ser la dolencia de su hija una de las que figuran en el catálogo de enfermedades de esta ayuda.
En vista de los cuidados que a partir de la cirugía iba a necesitar su hija Esther optó por una reducción de jornada del 99,9 por ciento, concedida en principio por dos meses pero que fue ampliando ya que la operación solo supuso la curación de la pielonefritis pero no de la malformación, con lo que la intervención no acabó con la sintomatología de la niña.
Cuenta Esther que optó por la máxima reducción porque hasta el momento de la operación la niña ya acumulaba decenas de ingresos hospitalarios, pruebas diagnósticas, la mayoría de ellas fuera de Ávila, y varias cirugías y todo eso con ella sola al frente de una oficina. «Si yo faltaba no había nadie que hiciera mi trabajo y tampoco podía organizar reuniones con antelación porque nunca sabía cuándo María se iba a poner mala o iba a estar ingresada, y eso me generaba mucha angustia», cuenta esta madre que de hecho hasta que solicitó la prestación había estado haciendo encaje de bolillos para poder compaginar su trabajo con los cuidados de la pequeña. Pese a todo, dice, a su responsable directo «no le sentó bien» que ella solicitara esta prestación, si bien tanto desde el departamento de recursos humanos de su empresa como desde la mutua le confirmaron que tenía derecho a esa reducción.
«A efectos legales, de protección y salariales estaba cubierta», cuenta al recordar la tranquilidad que sintió cuando le concedieron una prestación «que no se da a cualquiera y que a mi me correspondía por ley». «Tú no dejas de ir al trabajo porque el niño tenga un catarro, que también hay que atenderle, lógicamente, sino que es por una enfermedad que te impide saber cuándo el niño va a estar mejor o peor o cuándo en el hospital», apostilla.
«En mi empresa buscaron una persona que me sustituyera y yo sentí mucha tranquilidad», reconoce Esther que aún recuerda lo complicado que fue atender a su hija hasta los tres años y trabajar a la vez. «Muchas veces quedaba mal porque fijaba una reunión o me comprometía a hacer algo y luego no podía porque la niña estaba en el hospital», pone como ejemplo de las dificultades que encuentran en su día a día los padres con hijos con enfermedades graves.