UN niño que no contaría con más de ocho años de edad se hace una foto junto al monumento de las toras en el Fresno. Viene de embestir a los que seguro son sus amigos y familiares y, como el resto de sus compañeros, va perfectamente vestido para la ocasión: con sacos de papel atados con cuerdas en las piernas, un saco de arpillera para cubrir la cabeza y el tronco, una camiseta vieja y una cornamenta en las manos. Es una de las toras más jóvenes pero ya sabe bien cuál es su papel. ¿Es tu primera vez? le preguntamos. «No, ¡ya llevo tres!», dice orgulloso. Junto a él una veintena de toras, muchos jóvenes pero también muchos niños, dieron vida este sábado, como manda la tradición, a la primera gran mascarada de invierno en la provincia.
La expectación, con la presencia de vecinos, fotógrafos y aficionados, y la diversión en torno a estos personajes ancestrales estuvieron aseguradas. En una tarde fría pero soleada, las toras fueron las grandes protagonistas en las calles de El Fresno. Como siempre bajo el anonimato que dan las máscaras en forma de saco, y con llamativas batas de colores, camisas o camisetas como único elemento distintivo, las toras volvieron a cumplir con el mandato de asustar y hacer correr a grandes y pequeños con la poderosa amenaza de su cornamenta. «Eh, tora», desafiaban los niños. La tora entraba al trapo y, aunque los mayores medían algo más, muchos pequeños iban con todo, se comentaba entre risas en la plaza.
Con el sonido de algunos cencerros como compañía, y con todo preparado ya para añadir a la fiesta el elemento purificador del fuego con la hoguera, las toras se volvieron a citar con la tradición para abrir el camino del resto de mascaradas en este 2024. Uno de los participantes, veterano en estas lides, hizo una pausa en su tarea para destacar las ganas de los más pequeños y el empuje del proyecto de Mascarávila. Larga vida a las toras.