Que Miguel nació cinco años después, cuando Juan jugaba a hincar varas en el légamo de la laguna de su pueblo. Rodrigo de Cervantes vagaba de ciudad en ciudad en busca de mejor vida; lo mismo que Catalina, viuda de Gonzalo de Yepes, que dejó el telar de Fontiveros y recaló en Arévalo, y luego en Medina del Campo, intentando recomponer una familia segada por la hambruna.
También supo que, primero los jesuitas y más tarde las aulas de la universidad de Salamanca, habían acogido a dos alumnos aventajados que escudriñaban la magia del lenguaje hasta hacerlo propio.
Y escribió: "Las palabras bullen en sus plumas como rayos que agitan la noche hasta romperla, como chorro sediento que serpentea en mitad de la espesura. Agua y fonte, llama y noche; música callada que alumbra impaciente la prosa en Miguel y en fray Juan la mística que fluye por las acequias del verso".
La cárcel, que no mitigó su libertad, atrapó en la penumbra dos sueños para huir: Argel y Toledo. Dos prisiones: una, militar; la otra, desencuentros en la familia carmelitana.
"Quedéme y olvidéme..."
Úbeda, penúltima morada para fray Juan. Las campanas tocan a maitines. "Dichosos los que podían arrebatar un jirón de la mortaja...sonaban tristes las campanas, lloraba toda la ciudad... escribe Muñoz Garnica.
El recaudador topa con la iglesia y no consigue escapar al destino de su caballero: soldado y pobre.
No va a descansar el cuerpo del frailecillo. Ubetenses y segovianos entran en una ardua disputa. Antes, desde la noche de Úbeda, con el sigilo propio de un hurto, sus restos franquean Sierra Morena rumbo al convento de Segovia. ¿Testigo? Miguel de Cervantes Saavedra.
Por eludir todas las adversidades, el cortejo fúnebre deambula alejado de los caminos reales. "Yendo, pues, de esta manera, la noche escura, el escudero hambriento y el amo con gana de comer...". Así se relata en el capítulo XIX de la obra. Así topó Cervantes, Alonso Quijano, con "...hasta veinte encamisados, todos a caballo, con sus hachas encendidas en las manos, detrás de los cuales venía una litera cubierta de luto,..." Y requiere su identificación so pena de arremeter contra ellos. Y lo hace.
La retahíla de Alonso López, alcobendense, salva a la comitiva de la intervención de la Inquisición. Miguel reconoce al místico fontivereño y se hace cómplice de las piadosas mentiras que escucha. Ni Baeza ni Segovia. Úbeda y Fontiveros, cunas para nacer a una y otra vida.
Que estos guiños del novelista, le pareció, venían a desentrañar que "El Quijote" no es sino el diario de un escritor fracasado, sin fortuna, que narra lo que ve, y en halos poéticos nos lo muestra para distraernos de los molinos-gigantes y de las Dulcineas-amadas.
El hidalgo manchego recobra su falsa personalidad, y tan alto vuelo aspira que se promete pincelar en su propio escudo un retrato que así convenga a su condición de andante: El Caballero de la Triste Figura.
Juan de la Cruz descansa a la sombra del alcázar. La ciudad, espiritual, vela su cántico.
"...entre las azucenas olvidado."
Año del Señor de mil y quinientos y noventa y tres.