El gobierno acaba de sufrir un nuevo revolcón parlamentario. Lo merece: intentaba colar un proyecto de ley ómnibus que tenía trampa.
Es difícil cumplir con el deber profesional, a todos los niveles, cuando el suelo está minado de artefactos que pueden explotar en cuanto intentas averiguar qué está pasando. Para los periodistas, por ejemplo, es desesperante averiguar qué hay de cierto en lo que te transmiten personas de fiar, aunque no sea más que porque ocupan cargos de máxima responsabilidad a los que supuestamente han llegado por contar con la formación adecuada y un<a intachable hoja de servicios.
Ese periodista se encuentra con tramposos donde menos lo esperaba, tipos que acaban engañando, o intentan engañar, a personas que no conciben que su país pueda estar infectado por gentes con mucho mando, pero con absoluta falta de moralidad. Capaces de lo que sea con tal de mantenerse en el machito y destrozar al adversario.
Estos tramposos se mueven por el gobierno y sus distintos círculos. También los hay en el PP, pero actualmente se les ve menos. El pecado del PP es que anda corto de cabezas políticas sólidas y, desgraciadamente, son más de recurrir al insulto personal que de actuar con solvencia ante la corrupción presentando denuncias bien estructuradas que hagan mella en la credibilidad de su adversario, el PSOE de Sánchez y sus oportunistas socios de gobierno. Por no mencionar que en las operaciones de escándalo que se están conociendo, aparte de personas muy próximas al gobierno, se mueven gentes muy turbias, de curriculum detestable, campeones en la mentira, las amenazas y el chantaje. No es fácil neutralizarlas.
Si a eso sumas un gobierno que maneja todas las instituciones del Estado, que cuenta con poderosos medios de comunicación que le apoyan incondicionalmente, con empresarios que bailan el agua al presidente porque temen que de no hacerlo puedan caer porque desde Moncloa se mueven toda clase de hilos, nos encontramos entonces en una situación desconocida hasta ahora.
Con un arma parlamentaria que también tiene trampa, como los mencionados decretos ómnibus que hay que aprobar de una sola tacada, e incluyen iniciativas que apoyaría cualquiera con un mínimo de sensibilidad y de compromiso social; pero incluye también iniciativas que son infumables, pero Sánchez necesita aprobar para seguir gobernando.
Una inmoralidad. Pero es lo que hay.
Cuesta informar cuando se acercan a los periodistas supuestos conocedores de corrupciones que pueden hacer caer el gobierno; o, en sentido contrario, personas afines al Psoe te susurran noticias horrendas que desprestigian a los dirigentes de la oposición. Es difícil detectar quién engaña y quién cuenta verdades, aunque hay una regla que solía servir: indicar al informante la dirección del juzgado más cercano, para que presentase una denuncia. Si se resiste, hay motivos para dudar de lo que dice. Pero ahora, cuando los tramposos han logrado ya cierta experiencia, la denuncia no es prueba de que no mienten: jueces y fiscales ya se andan con prudencia porque intentan colarles documentos perfectamente falsificados.
Lo dicho: es difícil trabajar con tantas trampas en el camino.