CON raíces familiares en La Moraña y en Ávila, donde nació en 1971 y donde mantiene su vida, Diego Senovilla ha emprendido recientemente un nuevo camino profesional en torno al siempre difícil mundo del arte de la mano de sus PhotoLeaves, que son fotografías hechas en hojas de plantas naturales de gran tamaño mediante la clorofila y la luz del sol y cuyo desarrollo le ha llevado seis años de pruebas y dedicación. Este próximo jueves, precisamente, se cierra en la Fundación Tatiana la que está siendo su primera exposición, 'PhotoLeaves', una muestra que le está reportando grandes alegrías, está superando sus expectativas y que ha supuesto el arranque, el kilómetro cero, del que está siendo su nuevo proyecto vital.
Pero antes de llegar a este punto Diego Senovilla transitó por otro camino, el de la empresa y los negocios. Después de cursar en Ávila la educación obligatoria y el instituto, estudió en Salamanca Administración y Dirección de Empresas (ADE), empezando por la diplomatura en Empresariales y continuando con una estancia de Erasmus en Países Bajos, en Rijksuniversiteit Groningen. El mundo empresarial no le era ajeno. Su familia tenía una empresa de construcción de piscinas y en ella, precisamente, estuvo trabajando mucho tiempo, hasta que decidió apostar por el arte. Antes también había sido el cofundador y CEO de una empresa internacional de joyería y había ocupado puestos de dirección en los sectores de maquinaria, construcción y moda.
Apasionado de la fotografía desde niño, «en casa había una cámara bastante buena y desde pequeño empecé a funcionar con ella. Cuando me independicé y me fui a vivir solo me compré una casa con vistas a montar un laboratorio de blanco y negro en el cuarto de baño», nos cuenta. Pronto evolucionó con distintos tipos de película y de papel y llegó un momento en el que quiso aunar sus «dos grandes pasiones, la naturaleza y la fotografía, desde lo típico que es hacer fotografía en la naturaleza a la fotografía de naturaleza y a la fotografía dentro de la naturaleza».
Yde repente, un día cualquiera, todo cambió. «Tras una reforma de jardín, levanté una palé que llevaba allí semanas y para mi sorpresa vi que las tablas que habían estado encima de la hierba la habían privado de la luz del sol y se había quedado una parte del césped amarillo, mientras que el resto seguía verde, produciendo un efecto listado. El sol había producido una positivación en la estructura del palé sobre el césped, una imagen fotográfica». Llegó entonces la gran pregunta. «¿Y si pongo un negativo en una hoja de una planta generará la imagen igual?». Pronto lo comprobó. Empezó a cultivar plantas tropicales y a hacer pruebas, obteniendo unos resultados preliminares que «más o menos me indicaron que sí podía llegar a hacerlo».
Pero a su curiosidad se unió su afán de superación y «enseguida me autoimpuse seis objetivos para el proceso que al principio pueden parecer estrictos, pero que luego son lógicos, porque sin ellos esto no sería lo que es», explica. Habla de la calidad fotográfica, que ha llegado al nivel celular –los cloroplastos son más pequeños que los píxeles–; la posibilidad de usar cualquier fotografía; el gran tamaño –hojas de más de un metro de largo)–; en cualquier época del año; la conservación y un plazo razonable que ha llegado al límite de dos meses.
¿Cómo lo hace?Pues convenciendo a sus plantas de que hagan fotografías en sus hojas, utilizando únicamente la clorofila y la luz del sol. Una vez la planta ha generado la imagen, la seca, de forma natural también (solo utiliza la luz del sol), y luego la encastra en un encapsulado especial de 16 milímetros de grosor para su óptima conservación.
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