CRUZAR la puerta de la Pastelería Muñoz Iselma del Mercado Chico es entrar en un mundo de sensaciones. Por lo bonita que es la tienda, casi de cuento, por su gama de productos, auténticas obras de arte hechas pastel, y también por el olor. Nos cuentan que en el obrador todavía huele mejor y no lo dudamos. Yemas de Ávila –el producto estrella–, pero también hojaldritos y pastas de San Juan de la Cruz, dulces de Isabel la Católica, mantecados y perronillas, empiñonados, delicias de monja, todo tipo de pasteles y sus afamadas palmeras, de las que hay hasta 17 variedades, dan colorido a un mostrador que hace las delicias de los más golosos. Sus clientes vienen de la ciudad y la provincia pero también de más lejos, no en vano no son pocos los turistas que se llevan un recuerdo en forma de dulce típico y que tienen en Muñoz Iselma su sitio de referencia. Por tradición, sabor y por el buen hacer de una familia de pasteleros que tiene en el trabajo su seña de identidad y lo ha ido inculcando a las siguientes generaciones, y ya van por la tercera.
El negocio nace en 1939 en el Grande con Ismael Picón. Al principio era La Violeta, pero por una cuestión de marca se cambió pronto a Iselma, las sílabas cambiadas del nombre del fundador. En 1948 entró a trabajar y aprender el oficio el joven Carmelo Muñoz, el que con el tiempo acabaría cogiendo las riendas e iniciando la saga actual. El dueño falleció en 1953 y la pastelería se quedó en manos de su viuda, que no consiguió encauzarla hasta que en 1962 la dejó en manos de Carmelo. ¿Cómo la reflotó? «Trabajando mucho, él y su mujer», responde Ángel Muñoz, uno de sus cuatro hijos.La familia se mudó al piso de encima y prácticamente hicieron la vida en la pastelería, tanto que uno de los niños casi nace detrás del mostrador. «Era un 22 de diciembre y había que vender turrones», apunta Ángel, quien acaba la historia contándonos que con el tiempo su padre se hizo socio, fundó por su cuenta las pastelerías del Chico y el Paseo de la Estación y le compró el negocio a los hijos de la dueña, una vez fallecida. «Acabó casi como un hijo más y siempre se portaron muy bien».
Con enseñanzas como «no sois hijos de un empresario, sino de un obrero» o ejemplos como acostarse en el obrador para no dormirse, lo hijos de Carmelo y Angelita se fueron incorporando y ahora son los socios actuales de Muñoz Iselma. Tres de ellos trabajan en las tiendas, un nieto está en el obrador y tienen además una decena de empleados que para ellos son «lo primero». La pandemia dejó momentos difíciles, porque no abrieron y les denegaron el ERTE, y a partir de ahí optaron por reducir el negocio y centrarlo en «nuestras tiendas», las cuales están abiertas prácticamente todo el año. Una de las nietas cuenta que solo las vio cerradas en la pandemia y en el funeral de su abuelo Carmelo, en el que se volcó toda Ávila, incluido un gremio de pasteleros con los que siempre ha habido «muy buena relación».
Y es que el suyo es más que un comercio. Ha dejado recuerdos imborrables en numerosas generaciones de abulenses (y de visitantes) asociados a la infancia y a los dulces. Todavía hoy de vez en cuando les nombran a Carmelo y Angelita, y a esas tartas de cumpleaños y pasteles que nunca faltaban.