Mayte Jiménez, técnico en cuidados auxiliares de enfermería
Si las miradas se volvieron hacia algún lado durante la pandemia fue a la sanidad. Y se habló de la labor de médicos, enfermeras… pero no se puede olvidar que fueron muchos más los que se pusieron en primera línea en los cuidados de personas que, en aquel momento, no tenían a nadie más. Es el caso de Maite Jiménez, TCAE (técnico en cuidados auxiliares de enfermería), con su trabajo en el Complejo Hospitalario de Ávila. El mejor resumen que queda después de todo lo vivido en ese tiempo lo ofrece ella misma cuando dice que «cinco años después, seguimos latiendo con esa misma fuerza que teníamos y cuidando de todos los que lo necesitan», pero también es cierto que en la memoria quedan momentos muy duros y pequeñas satisfacciones. Maite recuerda que cuando llegó el covid ella era una «correturnos» en el hospital y estaba en reanimación. Y allí, mirando urgencias, vieron que había casos de covid. «Madre mía» fue la expresión que utilizó entonces, en un resumen de que «la cosa se estaba poniendo fea». Y a partir de ahí «todo fue exagerado».
Los primeros días fueron «horribles» porque le tocó abrir muchas plantas del hospital e ir acostumbrándose porque «de repente el hospital se convirtió en un campo de batalla contra un enemigo invisible. Cada día, cada turno, todo era distinto, se sacaban protocolos nuevos, te tenías que adaptar a la situación que había en ese momento, porque ni teníamos material disponible suficiente, ni recursos. Por momentos, el personal ni nos conocíamos, no teníamos EPIs suficientes, fue un caos», aunque un caos que dice que «se gestionó lo mejor posible y es verdad que todos luchamos» y por eso «hemos salido».
En su memoria queda cómo se iban «llenando las plantas» y de ello derivaban situaciones tan terribles como que subieran a pacientes de «urgencias con una sábana verde tapados por encima, te los dejaban en la habitación y no sabías si cuando le quitaras esa sábana estarían vivos o muertos. Fue horrible. Y la cantidad de fallecidos que había al día, es que era abrumador, exagerado».
La lucha en primera línea contra el covid, cinco años después - Foto: Isabel GarcíaY ahí estaba ella, en la conversión de reanimación en UCI, con el personal aprendiendo nuevas técnicas y «desbordados entre plásticos, que parecían carnicerías».
Fue un tiempo en el que se pusieron en marcha muchos protocolos y, entre ellos, «el más terrorífico de todos creo que fue el que seguíamos con los fallecidos, que al meterlos en el sudario los teníamos que rociar con lejía». Y, aunque sabían que eso era lo correcto, «humanamente era horrible. Yo, cuando llegaba a echarle a la cara ni le miraba», sobre todo porque «por momentos habíamos sido su familia porque no tenían a nadie. Se han ido sin despedirse absolutamente de nadie».
Entre sus sentimientos estaba el miedo de luchar «contra algo invisible» pero dentro de ese miedo luchaban «con fuerza y con ganas. Cuando estaba de descanso y me iba a mi casa, he llorado mucho en la ducha. Cuando me caía el agua, me caían las lágrimas». «Tenías ese miedo, pero a la vez esa necesidad de estar aquí», afirma.
La lucha en primera línea contra el covid, cinco años después - Foto: Fernando Chinarro FuentesEn este tiempo pasó a trabajar en la UCI, algo distinto a las plantas «pero igualmente horrible, porque todos los que llegaban eran críticos». Y estaba ese momento de intubar y decirles que no se preocuparan, que todo iba a salir bien, cuando probablemente ni ellos se lo creían. Ahí recuerda un momento en concreto, con el marido de una compañera que tuvo en otro trabajo y no pudo «por menos que ponerle al teléfono antes de intubarle. Cogí mi teléfono y llamó a su mujer». Fue su última llamada.
Otro recuerdo que tiene es lo que suponía cumplir con los protocolos, ir de un sitio a otro y tener que ponerte el Epi, quitártelo, la limpieza, volvértelo a poner… Momentos en los que al principio no había mascarillas suficientes. Y desde ese dolor encuentra espacio para decir que también ha tenido «sensaciones muy buenas», de aprendizaje. Ahí se encuentra cuando escuchaba los aplausos y cuando ella misma salía a aplaudir porque sentían que era recibir las gracias por lo que estaban haciendo. También todo lo que se aprendió del trabajo en equipo, porque parecía que no había jerarquías, y el «control que hay de las visitas, que antes era una locura, en una habitación podía haber mucha gente, y ahora no. Ahora las visitas son más estrictas» y es algo que ha quedado instaurado desde entonces «y me parece fantástico».
Queda esa sensación de que «todos remábamos en la misma dirección, también la dirección del hospital porque para ellos también fue un caos y supieron dirigir esto. De repente había que abrir algo o poner camillas y supieron reaccionar muy bien frente a todo. Ayudándonos, echándonos todos una mano, no existían esas categorías porque todos hacíamos todo porque era la forma de salvar las vidas».
La lucha en primera línea contra el covid, cinco años después - Foto: David Castro«Yo estoy convencida de que esta crisis la hemos salvado entre todos, porque hemos sido todos muy humanos», asegura. «Dentro de que no somos los mismos, el corazón se nos ha quedado ahí marcado», pero sí que queda esa humanidad.
Javier Romo, oficial de Policía
Entre lo bueno y lo malo recuerda el oficial de policía Javier Romo lo vivido durante la pandemia. Ahora en Ávila, la pandemia llegó cuando estaba destinado en Segovia. Recuerda cuando saltó la noticia y empezaron a estar enfermos en comisaría. Después, el confinamiento, un momento de gran preocupación para él al ser asmático. Su primera reacción fue no ir a trabajar porque se asustó y lo cierto es que desde la propia Dirección General se dijo que las personas con riesgo, y el asma era uno de ellos, no fueran a trabajar. Ese primer día se quedó en casa pero veía a sus compañeros trabajar y no pudo con ello. «Me la jugué», señala, y fue a trabajar a pesar de que también pensaba en su familia. Valor para ir a trabajar, aunque lo hacía con miedo porque pensaba que no superaría si se contagiaba.
Lo que se encontró era que no les dejaban juntarse, «había como turnos» y «en el tema de vestuarios, si el turno era de doce, iban seis un día, al día siguiente los otros seis. Entonces no coincidíamos ni en pasillos. Con tus geles, tu mascarilla... Había un poco de psicosis en el tema». De las primeras semanas tiene el recuerdo de un «silencio impresionante en la calle, en avenidas donde siempre hay bullicio de gente. Es algo que todo el mundo tenía que haber experimentado». Y luego, tiene una imagen que no se le va a olvidar: «A las tres de la mañana, para que la gente no se asustara en plena pandemia, los servicios funerarios sacaban los ataúdes por la noche y alguna vez salí de comisaría en ese momento para tomar el aire yo solo, para mirar al cielo, y vi pasar una vez una comitiva de diez ataúdes. Eso no se me olvida, nunca».
Y eso sucedía mientras patrullaban solos, algo fuera de lo habitual, pero donde aprendieron a hablar por el equipo con los compañeros, quizá como una forma de estar algo acompañados. Había momentos «de bromas» para destensar la situación, «para quitar un poco la realidad de lo que estaba pasando» cuando todo «era feo y veías todos los días que había un montón de fallecidos y tú estabas pensando que podías ser tú».
La lucha en primera línea contra el covid, cinco años después - Foto: Isabel GarcíaEntre las cosas 'feas' que recuerda de entonces estaba «ir al hospital y no dejar pasar a una hija cuyo padre había fallecido. No la podía dejar entrar al hospital y alguna vez tuve que agarrar a personas haciendo un poco de fuerza. Y lo tuve que hacer porque no dejaban. Entonces la cara con la que miraba esa persona a ese policía que la estaba agarrando», esa mirada como diciendo que el policía le tenía que ayudar pero le estaba reteniendo. «Eso me entristecía porque soy policía pero me pongo en su lugar y si hubiera fallecido alguien muy cercano me hubieran tenido que agarrar mis compañeros también».
También recuerda con dolor cuando el suegro de un compañero y amigo falleció de covid y el sentimiento que tenía de que podía haber sido él quien lo llevara a casa porque «los primeros que estuvimos malos fuimos nosotros». Ese hombre falleció y «la sensación de que venga tu compañero en el siguiente turno y te diga eso...»
Con algo menos dolor cuenta situaciones curiosas como cuando fue la UME y llegaron «con máscaras como de astronautas» a llevar a un compañero a la zona de aparcamiento de la comisaría tras una intervención con un fallecido de covid. «Le desnudaron entero y le regaron de arriba abajo con aspersores, como cuando riegan a las plantaciones». Allí estaba su compañero desnudo y desinfectado rodeado con gente «vestida con trajes de buzo» y es que era «tal la psicosis, el miedo».
Fue tiempo de protocolos que cambiaban y a los que había que adaptarse, como lo que hacía él cada día en el trastero de su casa donde había dos cartones, como la zona sucia y limpia, para que él llegara con su uniforme, se desnudara y dejara todo en una bolsa de basura antes de saltar al cartón limpio para vestirse y subir a ver a su mujer y sus hijas. Y aún así, antes de acostarse se «embadurnaba de gel. Abría la puerta y las llaves las metía en una bolsa…». Era un tiempo en el que no daba mi besos a su familia por seguridad.
En la parte de las cosas bonitas queda «la gente aplaudiendo por las calles. Cuando pasabas con el coche y había un silencio, no había nadie, en avenidas enteras salía la gente a los balcones y te aplaudía porque al final, los servicios prioritarios, tanto bomberos, policía, sanitarios, estábamos al pie del cañón». También recuerda el altruismo de la gente, cuando se acercaban personas a la comisaría para ayudar con lo que fuera o cuando los hoteles dejaron a algunos compañeros residir allí para que no tuvieran que desplazarse.
Y también un aprendizaje a nivel personal: «Aunque sea asmático, si tuviera que volver atrás, lo volvería a hacer».
A nivel operativo, también han aprendido cosas y para él queda algo tan importante como ratificar que «la policía está para ayudar al ciudadano». Además, ahora los protocolos están mucho más trabajados porque lo han vivido y saben cómo actuar. «Quizá haya que ir por otros caminos, pero de primeras sabemos cómo actuar. Que sepa la gente que vamos a estar ahí», señala.
Antonio Belenguer, director de colegio
El director del CEIP Zorrilla Monroy de Arenas de San Pedro, Arturo Belenguer Martín, recuerda que las primeras noticias de la pandemia le llegaron con los medios de comunicación y los primeros avisos desde la administración, con información sucesiva desde Educación hasta que llegó el momento del cierre. «Entonces, al principio, fue todo un poco caótico porque era algo que nunca había sucedido aquí en España, una pandemia que cerró absolutamente todo», explica. Esto supuso que en esos inicios «todo era improvisación» y «el primer fin de semana fue de locura porque fueron muchísimas reuniones de cómo podíamos empezar a llevar dentro de la normalidad la más anormalidad posible para que durante las mañanas los niños tuvieran sus clases». Fueron días ajetreados, de planificación y reuniones porque tenían que ver la manera de poner en marcha una enseñanza online y la comunicación con las familias que no se había hecho hasta ese momento. Y fue ahí cuando realmente vieron «la brecha digital de la que se hablaba» y lo tuvieron que afrontar de golpe.
Fueron días de trabajo «incansable» y de ver también las diferentes entre los centros porque no es lo mismo un CRA (centro rural agrupado) de una localidad más pequeña que centros más grandes como el de Arenas de San Pedro o el de la capital «porque todos no tenemos las mismas infraestructuras y los mismos medios telemáticos y tecnológicos». Eso supuso que «cada centro se tuvo que amoldar a las necesidades del momento con el material que teníamos. Y fueron muchos días, muchas horas, y con la preocupación de la salud. Eso no lo olvidemos, que estábamos todos encerrados con ese temor».
La parte positiva es que los directores, dice, conocen «de primera mano las necesidades de las familias que tenemos en nuestros centros"» es decir, tenían presente las condiciones y necesidades de cada familia y, así, «con muchísimo esfuerzo, cada centro, por lo menos el nuestro, pudo elaborar una programación y un plan para todas las etapas educativas, tanto para la Infantil como para la Primaria».
Además tuvieron que adaptarse a las circunstancias de cada docente, porque «no era solo dar cobertura a las familias, sino también los docentes porque no todo el mundo tenía una formación digital igual. Había gente que sí que dominaba las TIC, pero había gente que no dominaba las nuevas tecnologías. Con lo cual, también fue un proceso de formación rapidísima. Y ahí la Consejería de Educación nos proporcionó todo lo que había y lo que podíamos hacer».
La consecuencia directa fue empezar las enseñanzas on line con herramientas como Teams que les sirvió muchísimo. También el Aula Virtual donde se podían diseñar y colgar actividades y a las que podían acceder los alumnos. Además tenían la ventaja de «que todos los alumnos tenían un correo de Educación que la Consejería de Educación proporciona a todas las familias» y también «fue una manera de coordinarse». Y las videollamadas, el WhatsApp también, toda herramienta posible era utilizada gracias a que «los profesores se volcaron, dieron sus números de teléfono para cualquier información y al final salimos del atolladero».
«El momento más duro para mí fue cuando los alumnos tuvieron que volver al aula», explica, y lo fue porque «durante todo ese verano tuvimos que hacer un protocolo de actuación para entrar en las aulas. Teníamos una serie de medidas que cumplir y que tener en los centros sobre distancias o agrupamiento de alumnos en los distintos espacios del centro. Hubo que reorganizar los comedores escolares» y eso supuso que la Junta «hizo un esfuerzo económico con todos los centros para que compráramos el material que nosotros necesitábamos» y teniendo en cuenta que las necesidades variaban en función de si había comedor, transporte escolar u otros servicios.
Fue necesario, recuerda, hacer «un plan de actuación muy minucioso. Creo que es el peor verano de que he pasado en mi vida, y los sucesivos meses posteriores también, porque estábamos en el ojo del huracán. Todo el mundo focalizaba la mirada en los centros y la responsabilidad que tienes como director es grandísima, más cuando es una cuestión de salud».
Las conclusiones que saca de entonces es que «estas cosas son un aprendizaje y tienen que servir para mejorar. Y yo creo que nosotros los centros nos quedamos con todo lo positivo» y por eso hay cosas que siguen manteniendo. En su caso, de entonces sigue «la organización dentro del centro, de diferentes espacios» porque «estar en una emergencia así te hace también abrir la mente, abrir los ojos y ver otras posibilidades organizativas que hay». Y, a nivel de enseñanza, mantienen los recursos que les proporcionaron desde la Consejería de Educación, temas como el Teams o el Aula Virtual que llegaron «para quedarse y nos ha ayudado mucho a la organización interna de los centros, reuniones con los profesores y con familias». También queda de aquella época la dotación de equipos tecnológicos como paneles digitales y portátiles convertibles, lo que está ayudando a luchar contra la brecha digital.
Antonio García, periodista Agencia Efe
Todo cambió para Antonio García, periodista de la Agencia Efe en Ávila, el día en el que se declaró el estado de alarma por la pandemia del covid. Fue un momento «en el que no se sabía exactamente lo que estaba pasando. Y era angustioso porque toda la información generada se refería a la pandemia, no había nada más».
Supuso tener que trabajar desde casa y «cuando llamabas a los sitios, sobre todo a los alcaldes, todo era malo. Ellos también estaban perdiendo vecinos. Y todos conocíamos a gente que moría de nuestro entorno. Físicamente no era un trabajo duro, yo creo que lo más duro era lo psicológico», explica.
Cada día era tener que «trabajar con un tipo de información con la que nunca habíamos trabajado. Podíamos haber cubierto accidentes en los que ha muerto gente, por ejemplo el de la Paramera, o las inundaciones que hubo en su día también con niños muertos. Y siendo eso grave, no tiene nada que ver con esto».
Es cierto que se vivió con una parte de «tranquilidad por estar en casa con los tuyos sabiendo que estás protegido. Pero desde el punto de vista profesional, fue muy angustioso porque eran las 24 horas del día con lo mismo. Y además teníamos que informar de lo que estaba pasando». Y sobre lo que estaba pasando le vienen a la mente todos los casos en residencias como Candeleda o Solana de Rioalmar, con los fallecidos. «Esos casos en concreto se te quedan», reconoce, y luego con toda la gente que conoces porque «tratas de hacerlo un poco desde la distancia y la frialdad, pero es la vez en la que menos pudimos mantener la distancia respecto a la información». Esto se debe a que «normalmente llamas a alguien y te cuenta su vida y puedes o no empatizar. Pero en este caso lo que te están contando también te tocaba a ti».
Tras todo ese tiempo de cierre, con esa forma de trabajar desde casa, llegó el momento de la apertura, de volver a conectar con un periodismo más personal y es algo que agradeció, aunque reconoce que de entonces queda una parte negativa en cuanto a la forma de informar de las fuentes y la disponibilidad de tiempo. «El trabajo en su momento cambió» porque fue pasar «a trabajar desde casa porque no podíamos salir, tener que llamar porque había que hacerlo todo prácticamente por teléfono, con notas de prensa…» y es eso lo que le lleva a a reflexionar sobre las 'secuelas' que han quedado en el trabajo. «Nosotros mismos nos hemos acostumbrado a trabajar con las notas de prensa, pero también porque cambió la forma de comunicarse las fuentes y el periodista, y se quedó la idea de informar a través de notas. Tenemos que estar con las notas de prensa y no te queda tiempo para hacer otras cosas, por lo menos a mí».
La última mirada de este periodista invita a reflexionar sobre cómo fue el periodismo entonces, cómo se trabajo con los medios que había. Ahí sí que ve la parte más positiva porque se «hicieron muchas informaciones desde el punto de vista humano» y, «aunque no hemos salido mejores, en esos momentos todos empatizamos con el dolor de los demás y, fuimos solidarios». Comunicar entonces era complicado por esa imposibilidad de estar más en la calle pero para entender lo que sucedió hay que ver las opciones que había y es que «no se podía hacer de otra forma. En ese momento todos pusimos lo mejor de nuestra parte y hicimos informaciones muy humanas y empatizando con la gente que sufre. Se hizo lo que se pudo».
Noelia Robledo, taxista
Noelia Robledo es taxista en Cebreros. Es más, según explica, fue la primera mujer taxista en la provincia y ahí sigue al pie del cañón cuando hace casi 25 años tomó la decisión de ponerse detrás del volante en. La noticia del inicio de la pandemia la recibió en un momento cuanto menos curioso, puesto que coincidió con el Domingo de Piñata, dentro de la fiesta del Carnaval de Cebreros que tan popular es. «Se empezaron a ver casos y luego ya vinieron las restricciones, las mascarillas, los sustos porque de repente alguien decía: oye, he ido ayer contigo y tengo covid. Y aunque habías tenido la precaución, al principio no había mucha mascarilla e íbamos cinco en el coche».
Es decir, fueron días de sustos y de tener que hacerse pruebas, aunque también aclara que en su caso no es como «un taxi de ciudad, que coges mucha gente y no sabes quién sube. Al final aquí es Cebreros, El Hoyo de Pinares, El Tiemblo… pero la gente era legal. Si tenían covid normalmente no iban. El que ha subido es porque no lo sabía».
Ella sólo paró en los 15 días obligados de confinamiento y nada más porque «al ser un servicio básico tenías que trabajar». Y era un «trabajo complicado» por las mascarillas, llevar solo a dos personas atrás, desinfectar cada vez que alguien se bajaba del coche. O, al menos, era lo que ella había. Y mientras tanto, «cuando alguien a quien habías llevado te decía que había dado positivo, te entraba ahí más susto todavía».
En su caso, además del traslado de personas, lo que sí ha hecho es llevar pruebas de covid en el coche en un momento en el que todo estaba centralizado y las tenían que recoger de los centros de salud en la zona. No era mucho cambio sobre su trabajo habitual, pero era algo más mientras se seguía llevando a las personas, también al hospital, por ejemplo a rehabilitación. «Había gente que te decía, me encuentro muy mal, ¿te atreves a llevarme al hospital? Y no le podías decir que no. ¿Cómo le vas a decir que no a una persona que encima es de tu pueblo y la conoces?», explica. Así que la opción era su mascarilla y de viaje. Es más, hoy en día sigue llevando el gel, una mascarilla colgada en el intermitente, además de en la guantera, «y si alguien llega enfermo, por ejemplo un hombre con cáncer que va con su mascarilla, le ofrezco ponérmela». «Tampoco cuesta mucho», reflexiona.
No sabe si entonces no fue muy consciente de todo lo que sucedía porque siempre pensó que con la precaución de las mascarillas, los guantes y no acercarse sería suficiente, pero lo cierto es que logró superar aquellos tiempos y llegar hasta ahora. «No fui una persona muy obsesionada, fui a la compra cuando tenía que ir, no limpiaba las cosas con lejía. Igual lo hice mal, no lo sé», comenta. Pero eso sí, insiste en que la mascarilla, que no había usado en su vida, aún sigue presente si se lo piden o simplemente si tiene «un día malo de tos» cuando decide usarla «aunque sea por un constipado porque también se contagia y si evitamos un contagio, estupendo».
Ahora la gente ya viaja sin miedo, reflexiona, al menos que sea alguien con un problema de salud muy concreto, por ejemplo con una enfermedad en los pulmones. Eso supone dejar atrás un tiempo en el que cree que la gente fue muy comprensiva con ella y todo lo que estaba pasando. «No tuve ningún altercado con nadie. Fue todo el mundo muy comprensivo y en general marchó bien», concluye.