Reciclarse para tener una segunda vida laboral

Sergio Jiménez
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Juan Ignacio y Fernando García Garcinuño regentan una pequeña tienda de ultramarinos en la calle David Herrero de la capital abulense desde 2012, tras reinventarse por la crisis del sector de la construcción

Reciclarse para tener una segunda vida laboral - Foto: ISABEL GARCÍA

En estos casi 25 años de siglo XXI se han vivido más crisis de la cuenta: la de 2008, la pandemia del Covid, la Guerra de Ucrania, la subida de los precios, … Una sucesión de recesiones que obligó a muchos trabajadores a reinventarse para poder sobrevivir. Es el caso de dos de los hermanos García Garcinuño, Juan Ignacio y Fernando, quienes, desde 2012, regentan una pequeña tienda de alimentación en la calle David Herrero después de muchos años dedicándose al mundo de la construcción. "En la construcción falló todo, nos surgió esta oportunidad y decidimos cogerla. Es una tienda que lleva abierta desde siempre, desde que éramos unos chavalillos", explica Juan Ignacio, que compagina el negocio con su profesión como pintor ("Me han salido bastantes trabajos estando en la tienda", comenta). Fernando es quien está permanente atendiendo a los clientes, mientras que su hermano le sustituye cuando su otra labor se lo permite. "Yo estoy todos los días en la tienda, pero Juan Ignacio me hace relevos de varios días una vez al mes, más o menos", dice Fernando. 

La pastelería Hermanos Ga. Garcinuño es una típica tienda de ultramarinos, centrada en la alimentación, pero donde se puede encontrar cualquier producto: verdura, fruta, algo de droguería, encurtidos, conservas o gominolas. También ofertan al consumidor productos vinculados a las festividades: hornazos y torrijas en Semana Santa, buñuelos por el Día de Todos los Santos o Roscones de Reyes en Navidad. De todo. Sin embargo, lo más vendido, aparte del pan, es la bollería casera (especialmente, la magdalena de aceite de oliva), procedente de muchos lugares de España: Valladolid, Sevilla, Salamanca, Burgo de Osma ('Dulces El Beato'), Peñaranda de Bracamonte y de Ávila, con dulces de la céntrica pastelería de Mariano Hernández. Y para los más sanos, tienen, entre otras cosas, surtidos de galletas integrales sin azúcar. No obstante, su clientela habitual son mujeres mayores del barrio. "Aquí vive gente muy mayor, que entra a por un poco de todo. Es una clientela acostumbrada a comprar en el barrio y viene casi todas las mañanas", afirman. 

Por desgracia, en estos 12 años han visto cómo han perdido muchos clientes por culpa de la edad y, sobre todo, a consecuencia del dichoso Covid. La pandemia les afectó, como a todos, aunque, al ser un comercio de primera necesidad, permaneció abierto y vendieron bastante. "De trabajo anduvimos bien. Había gente que, como tenía mucho miedo, compraba de forma compulsiva: en vez de una barra de pan se llevaban ocho. Y ya no volvía en toda la semana", recuerda Fernando. Aquella época terminó y llega otro momento de incertidumbre: el futuro. Porque temen que las tiendas clásicas de barrio tienen un corto recorrido. "El futuro pinta feo. Hace diez años, cuando nos quedamos con el negocio, vendíamos casi el doble de lo que vendemos ahora", argumenta Juan Ignacio. La subida incesante de los precios y la presencia de tantos supermercados les han restado compradores en los últimos años. Pero, a pesar de los males, Fernando y Juan Ignacio aún mantienen una fiel y regular clientela que evita que estos negocios tan maravillosos no desaparezcan todavía.