Hace trece o catorce años, en una entrevista con el entonces presidente de las Cortes de Castilla y León, el arenense José Manuel Fernández Santiago, se me ocurrió preguntarle sobre la posibilidad, dada la trayectoria ya asentada de una autonomía como ésta en la que vivimos, de dispersar los actos festivos en torno al Día de Castilla y León, Villalar, como suelen decir los más próximos a esa localidad vallisoletana donde tuvo lugar la batalla de los Comuneros en 1521, además de aquellos que se definen como castellanos. Fernández Santiago, sagaz y políticamente correcto -como manda ese cargo que ostentó, el de responsable del Legislativo de la Comunidad-, me dio un buen capote y me vino a decir lo que yo ya sabía que me iba a contestar. Recupero este episodio porque en este 2024 la polémica de los últimos días ha estado servida como consecuencia de la decisión de remover la Fiesta, no sé si con o sin acierto. Una fiesta que, en puridad, no todo el mundo vive como tal aquí, y que, por unas cosas u otras, muchos enfocan como un festivo en el tramo final de abril, para subir a Cantabria, visitar Las Rozas y sus tiendas, o acercarse al pueblo. El que sea. Hay que ser claros. Lo del sentimiento de pertenencia, que suele ser uno de los valores a explotar en toda empresa, en Castilla y León, no ha calado como debería. ¡Y mira que ha habido intentonas! Ahora los leonesistas y aledaños apuestan por celebrar nada menos que dos fiestas autonómicas, una para los de León y otra para los de Castilla, ambas bastante cercanas en el calendario, porque para qué vamos a hacer algo a la vez, como cantara Mecano allá por finales de los 80. Cada palo que aguante su vela. Es cierto eso de que la sociedad tiene los políticos que se merece, pero yo diría que viceversa, también. La clase dirigente sale del pueblo y hay veces que los pueblos andan un poco perdidos. Es el caso. Aquella pregunta que yo lancé a nuestro paisano iba con retranca. Y él lo sabía. Años más tarde no sé si eso se capta. De manera que la atomización de Villalar contentará a unos pocos para a la vez servir para profundizar en uno de los males endémicos de Castilla y León desde que es comunidad autónoma, que pasa por no ponerse de acuerdo en grandes proyectos. Porque en lo de calzarse la boina, en eso sí, somos especialmente profesionales. Dicen que muchos empleados sólo se quejan ante sus jefes de su sueldo cuando se enteran de lo que cobra el de al lado. Aquí ocurre algo parecido. Made in Spain. Hace unos días la alcaldesa de Burgos, preguntada sobre esa eterna cuestión del impulso a un gran aeropuerto castellano y leonés osó decir que a ella no le importaría que fuera Valladolid -por otra parte, algo que parece razonable si tenemos en cuenta la distribución geográfica del territorio-, y hasta el apuntador se la ha echado encima. He de añadir que el ruido mediático incentiva estas polémicas, pero ayudar, lo que se dice ayudar, yo creo que lo hace poquito. Ese no es el periodismo que la gente necesita. El de boina, insisto. Populismo, cortoplacismo y envidia en la vida como en la política, y más si se hace con ceguera impostada, no suelen llevar a nada. Y ya que estamos, a lo mejor tendría más sentido hacer una gran fiesta en un solo sitio, el que se decidiese, si Villalar sigue dando tanta urticaria a algunos, pero no cuarenta migajas dispersas. Si se trata de repartir y ese es el objetivo, será todo un éxito que una vez más contentará a unos pocos. Si se trata de aunar voluntades, lo mismo hay que pararse a pensar una pizca más. Ya me entienden.