Pedro Sánchez no es corrupto -dice el PSOE-, y pobre del que sostenga lo contrario.
Sánchez llegó al gobierno a través de una moción de censura por un auto judicial que acusaba a Rajoy de lucrarse a través de la financiación ilegal del PP. Auto que rebatió uno posterior que recogía que el presidente no tenía conocimiento de la financiación ilegal de su partido. Pero perdió el gobierno y, desde entonces, Pedro Sánchez no ha desaprovechado ocasión para presentarse como un luchador implacable contra la corrupción.
A riesgo de ser acusada de miembro de la fachosfera que se mueve en el fango, hay que señalar que ya son millones los españoles perfectamente conscientes de que pocos políticos han actuado con más soltura en el mundo de la corrupción que Pedro Sánchez. No para engordar su cuenta corriente, pero sí a título lucrativo, porque se ha mantenido en el gobierno y al frente de su partido a través de concesiones a políticos a los que ha "perdonado" sus delitos, incluso sus condenas, a cambio de prestarle su apoyo.
El caso más grave de corrupción vivido en España ha sido el de los ERE, con 680 millones de euros malversados, pues no llegaron a quienes estaban destinados y sirvió además para crear una red clientelar al PSOE andaluz. Clientelar en votos. El Tribual Constitucional ha protagonizado estos días un nuevo choque con el Supremo al aceptar el recurso de la exministra Magdalena Alvarez, sobre la que tendrá que pronunciarse la Audiencia de Sevilla que, ante la decisión del TC, reducirá los años de inhabilitación a los que fue condenada. De inmediato, otros condenados por los ERE han presentado recurso para conseguir los mismos beneficios.
Pedro Sánchez ha concedido indultos primero, y amnistía después, a condenados por diversos delitos, y modificado el código penal y el primer borrador de la ley de amnistía para que pudiera aplicarse a los delitos de corrupción. Todo ello sin contar con que uno de sus socios, Junts, antigua Convergencia de Catalunya, es uno de los partidos españoles con más importante historial de corrupción.
El presidente que presume de visceral enemigo de la corrupción muestra una comprensión hacia los negocios de su mujer que habría considerado escandalosos si fuera alguien de otro partido quien utilizara su influencia para buscar patrocinadores que financiaran sus masters a cambio de contratos del gobierno; y no habría dudado en actuar con la máxima contundencia ante las primeras informaciones sobre los tejemanejes de su entonces ministro de Transportes José Luis Ábalos y su ínclito asesor Koldo García.
Por no mencionar la corrupción moral, tan grave o más que la corrupción con dineros. El asalto a las instituciones, las puertas giratorias para algunos de los ex altos cargos con curriculum más torpe e ineficaz, o la mentira y el engaño sistemático a los ciudadanos y a los ingenuos que han firmado pactos con el gobierno.
¿Es Pedro Sánchez el adalid de la lucha contra la corrupción? No se lo cree ni él.