Hacer Estados Unidos grande de nuevo. Ese es el emblemático lema que lleva defendiendo desde hace años Donald Trump, el mismo que le aupó a la Casa Blanca en 2016 y que ahora tratará de hacer realidad tras su incontestable triunfo electoral del pasado 5 de noviembre. Su victoria en las urnas marca la culminación de una gesta política sin precedentes que ha logrado expandir el conocido como Movimiento MAGA , más allá de los hombres blancos de zonas rurales -el perfil por excelencia de sus simpatizantes-, redefiniendo el Partido Republicano y las reglas del discurso político en EEUU.
La premisa parecía clara: un candidato con una condena criminal, que bromea sobre poner a una excongresista frente a un pelotón de fusilamiento, que ha sido acusado de machista y acosador, que se rodea de portavoces que airean sin complejos comentarios racistas no tiene posibilidades de llegar a la Presidencia de la nación norteamericana, que disputaba a la vicepresidenta Kamala Harris.
Pero el magnate neoyorquino, que ya provocó un terremoto político que echó por tierra las teorías de sesudos analistas hace ocho años, lo ha vuelto a hacer y ha demostrado que su plan para ampliar -aunque sea levemente- su atractivo entre sectores de la población mayoritariamente demócratas ha surtido efecto, con mejoras entre los ciudadanos hispanos, hombres negros y jóvenes. Para ganar, el futuro presidente -que tomará posesión el próximo 20 de enero- ha necesitado prácticamente el mismo número de votos que en 2020, cuando Joe Biden le arrebató su deseo de regresar al poder, un hito que ha podido culminar ahora.
«El hecho de que Trump haya insistido en su base con un discurso bronco, de resentimiento, racismo, misoginia, odio y miedo es producto de un escenario político polarizado (...) La mayor parte del electorado desde 2008 se ha atrincherado en dos bandos. Cada vez hay menos votantes indecisos», explica Don Nieman, profesor de la Universidad de Binghamton.
Carta blanca
El que ya fuera dirigente de EEUU ha superado todos los pronósticos: ha destrozado el llamado muro azul que daba esperanzas de victoria a Harris, ha tomado el control del Senado con candidatos elegidos por él y que le rinden pleitesía constante y está a un paso de tomar también los mandos de la Cámara de Representantes, que ha purgado de republicanos independientes o críticos.
Paradójicamente, es que para llegar a este resultado, Trump no ha tenido que recurrir a la corrección política. En los últimos meses, se ha burlado de la edad del todavía presidente -pese a que solo les separan tres años de diferencia-, ha llamado persona de «bajo cociente intelectual», entre otros descalificativos, a la aspirante demócrata, de quien ha puesto en duda sus orígenes, y se ha rodeado de asesores como Stephen Miller, quien ha lanzado proclamas contrarias a la inmigración.
Según el experto republicano Frank Luntz, el error de Harris fue dedicarse «casi en exclusiva a atacar a Donald Trump. Los votantes ya saben todo lo que tienen que saber de él (...) Es un error colosal de su campaña poner el foco de atención en Trump más que en Harris».
El presidente electo se ha impuesto en las urnas pese a haber enfrentado un gasto de más de 1.000 millones de dólares por parte de la campaña demócrata, lo que evidencia aún más su falta de acierto a la hora de movilizar su voto -como lo hizo el propio Biden en 2020- en un sistema electoral fragmentado en 50 estados, donde hasta ahora el dinero era un factor clave para definir las probabilidades de victoria.
Este segundo triunfo del magnate lo consolida como el político conservador más influyente de toda una generación y una fuerza que ha transformado en menos de 10 años a su partido, el más longevo de un país democrático, en una nueva formación. De hecho, en campaña, el exmandatario raramente hablaba del Partido Republicano, sino del Movimiento MAGA -siglas de Make America great again-, al tiempo que ha ido colocando en lo más alto a sus aliados más fieles.
Lo que pudo ser
En el camino, este tiburón empresarial ha dejado un reguero de conservadores que durante esta campaña se refugiaron en el bando demócrata de Harris, que recibió apoyos de republicanos como la exrepresentante Liz Cheney, el exfiscal general Alberto Gonzales o el diplomático John Negroponte, exiliados a los que prometió «un puesto en su mesa» que ahora nunca se materializará.
Esta desbandada y el discurso de halcón de la candidata a la Casa Blanca deja a demócratas y a republicanos tradicionales en estado de shock del que tardarán en recuperarse. «Es un drama, pensamos un momento que podíamos cambiar las cosas, que había un futuro y ahora no lo vemos», asegura una fuente que trabajó en estas elecciones. «Me gustaría saber qué va a pasar en 2028 si Trump se enfrenta a una Presidencia de pato cojo y sus aliados del partido comienzan a tomar posiciones para reemplazarle», reflexiona Nieman.
De momento, no es una preocupación que afecte al magnate, que ya vislumbra su futuro sentado en el Despacho Oval.