LLEGA el verano, suben las temperaturas y pocos se resisten al pequeño gran placer de tomarse un helado, a cualquier hora del día pero especialmente por las agradables noches. De eso saben mucho en La Flor Valenciana, todo un clásico de la ciudad. La heladería y turronería más famosa y querida de Ávila está a punto de llegar a centenaria y, desde su emblemático local de la plaza del Ejército, sigue en plena forma dispuesta a seguir endulzándole la vida a los abulenses de todas las edades, empezando por los niños y sin límite.
La Flor Valenciana se puso en marcha en el año 1927 de la mano del «bisabuelo Pepe», que llegó de Jijona (Alicante), la cuna del turrón, se enamoró de la ciudad y se quedó. Él ya vendía helados en Argelia y continuó con el oficio en Ávila, donde cuentan que la llegada de la primera heladería causó sensación. Con una elaboración totalmente artesanal y los inicios en un garaje, el negocio funcionó. Pronto tuvieron varios puestos en el centro de la ciudad y salían a vender helados con carritos, hasta que se prohibió la venta ambulante.
La Flor Valenciana dio trabajo a las siguientes generaciones, la de Fina y Rafa, primero, y la de Minerva después, hasta llegar a la cuarta generación que ahora representa Manuel Miquel Company, que lleva el negocio con María, su pareja. En verano tienen la ayuda de media docena de trabajadores para hacer frente a los momentos fuertes que dependen del día que haga, pero suelen concentrarse en las tardes-noches de los fines de semana, cuando la apertura se puede alargar hasta más allá de la una de la mañana. «Hemos llegado a cerrar a las cuatro, pero eso fue antes de la pandemia, luego ha bajado un poco», nos cuenta Manuel mientras pone a punto el establecimiento para empezar la jornada.
Lo que no ha cambiado en estos años es la manera de hacer los helados, al estilo tradicional, y de hecho parte de la maquinaria (que quieren actualizar) es de hace décadas. Bajo la premisa de que el mejor helado es «el más sencillo», sobre la base de leche, azúcar y nata (también los hacen con fructosa para diabéticos), en su oferta no faltan los sabores tradicionales, como el de leche merengada o turrón, dos «súper ventas» que desde hace un tiempo rivalizan con el de galleta de oreo, para muchos clientes «el más rico» que han probado. También suelen tener el de mantecado, «el sabor clásico por excelencia» y heredero de la tradición de Jijona, aunque «no lleva manteca» y su nombre viene del proceso de darle frío al helado. Muchos sabores van rotando y cada año intentan incorporar alguno nuevo, si bien para esta temporada han optado por ofrecer un helado del mes, para dar rienda suelta a su creatividad –el de este mes es de carrot cake– y ver cómo funciona entre su fiel clientela.
Pero La Flor Valenciana no solo vive de helados. También ofrecen horchata fresca, siendo uno de los pocos establecimientos del centro del país que elaboran el producto sin pasteurizar, y en la campaña de invierno (desde noviembre), turrones. Parte de ellos los elaboran en Jijona –el tío abuelo de Manuel trabajaba en una conocida fábrica de turrón– y parte aquí, en una curiosa sinergia que se mantiene en el tiempo.