Es de suponer que en esto de la política hay elementos comunes en los diferentes ámbitos de aplicación. En la nacional, la autonómica, la provincial, la local.... o incluso la supranacional.
El ciudadano tiene además la voluntad y la capacidad de poner nota a los mandatarios cada cuatro años, y más allá de que el elector tenga un corazón marcado por una ideología, la valoración se hace antes de ir a las urnas, y dos ciudadanos pueden poner notas opuestas a un mismo proyecto.
En dos años estaremos de nuevo en la carrera electoral para los ayuntamientos, y al margen de la habitual batalla política, cada elector estará justificando o criticando las decisiones tomadas (a pesar de que cada vez hay menos memoria histórica). Y además de valorar asuntos más volátiles como si ha crecido o descendido la población, o si la ciudad o el pueblo están mejor que hace cuatro años, o si hay mejores fiestas, se valorará con extrema crudeza cosas más triviales como si ha mejorado el tráfico a una fórmula más fluida, si es más fácil o difícil aparcar, si los servicios básicos llegan a cada rincón, si hay zonas amables y accesibles de esparcimiento... Y en esto habrán tenido mucho que ver las obras que durante un tiempo se han sufrido con resignación ciudadana. Estas son más incómodas cuanto más grande es la localidad, y a pesar de que la capital abulense no es una gran urbe, bastante trajín llevamos ya los últimos años.
Decía el alcalde de la capital, Sánchez Cabrera, esta semana en una entrevista que los ciudadanos están cambiando su percepción de las obras de la ciudad. «Ahora la gente dice lo bien que están quedando las calles», afirmaba. No acabo de compartir esta apreciación, aunque estoy de acuerdo en que el aspecto del centro está mejorando. Faltaría más. Un lavado de cara ha de tener al menos eso.
Pero lo relevante no es tanto eso, sino que cuando acaben las obras, la ciudad respire dinamismo. Me recuerda un poco, con razonables diferencias, así que entiéndase la analogía, a algunos pisos en los años 80 en los que se reservaba una habitación para uso y disfrute en contadas y señaladas ocasiones. Siempre me preguntaba de qué servía tanto lujo si no se podía utilizar El caso es que, en este tiempo, cala más entre la población la filosofía funcionalista. Y ahí creo que ha de radicar la esencia de las obras que se hacen en una ciudad o en un pueblo. ¿Para qué sirven? ¿Van a dar servicio a la población? ¿Van a generar más trastornos? ¿Van a terminar los espacios en lugares abandonados y convirtiendo los espacios en lugares degradados? Seguro que estas preguntas nos han traído a la cabeza imágenes de muchos rincones de nuestras ciudades o pueblos, que ninguno se escapa.
Igual que cuando fueron creciendo en tamaño y número los barrios, estos se iban llenado de vida (y si no lo hacían, seguro que acababa siendo preocupante), porque daban respuesta a unas necesidades de la población, las actuales obras han de servir no solo para embellecer la ciudad, sino para crear espacios más habitables, y eso solo se puede hacer desde la planificación, y no desde la presión del momento.
Así, el gobernante más beneficiado en las elecciones será quien mejor sepa leer la necesidad real de una localidad y sus gentes.