Habían brotado en los últimos días briznas de esperanza para un apaciguamiento en Oriente Próximo, pero se han truncado en un abrir y cerrar de compuertas de cohetes y drones explosivos. Justo cuando Israel y Hamás se disponían a negociar en El Cairo un alto el fuego en Gaza, otro frente se ha encendido este domingo con el mayor intercambio de fuego en dos décadas entre Israel y las milicias chiíes de Hezbolá, el poderoso grupo terrorista apoyado por Irán. El «ataque preventivo» lanzado desde Tel Aviv con un centenar de aviones, y contestado rápidamente desde el sur del Líbano con 300 proyectiles, supone una peligrosa escalada bélica que amenaza con desencadenar una etapa aún más peligrosa en la región, y hace saltar por los aires el impulso diplomático desplegado en las últimas semanas por la administración Biden y el Partido Demócrata, empeñados en que los tambores de guerra no afecten a los intereses de campaña de la candidata Kamala Harris.
Acostumbrado a desatender las presiones internas y externas, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, parece decidido a prolongar el enfrentamiento armado con todos sus adversarios. Si para su propia supervivencia política le ha importado poco enfrentarse a medios de comunicación, críticas de su propio partido o incluso de familiares de los rehenes secuestrados por Hamás el Sábado Negro, que fue el detonante que hizo estallar el asedio a la Franja de Gaza, ahora que comprueba que la mano dura y la amenaza de Irán le han resucitado en las encuestas, endurece sus acciones militares contra Hamás y Hezbolá. A la par, para no desairar notoriamente a su principal apoyo internacional, Netanyahu escenifica unas negociaciones para un alto al fuego en Gaza que parecen conducir a ninguna parte. Escasa confianza se puede tener en unas conversaciones donde no se sienta directamente una de las partes, en este caso Hamás, que lo hace a través de terceros. También invita al escepticismo el hecho de que el Gobierno de Israel se haya dedicado a matar a los posibles interlocutores antes de sentarse en la mesa y que siga destruyendo escuelas y centros médicos en Palestina con niños y heridos dentro.
El papel de Estados Unidos se antoja, como siempre, decisivo, pero hasta ahora no sólo ha sido incapaz de frenar a Netanyahu, sino que se ha dedicado a renovar su colaboración militar. El principal temor de la administración estadounidense es que la entrada de Irán en la guerra desembocaría en un escenario mucho peor, pero si eso no pasa, en plena campaña electoral la carpeta de una solución duradera para Oriente Próximo es más que probable que aguarde en el cajón hasta el próximo mandato. Mientras tanto, las tensiones regionales llegan a un punto de ebullición que quema muchas posibilidades de evitar un conflicto de consecuencias impredecibles.