Adolfo Yáñez

Aquí y ahora

Adolfo Yáñez


No pasa el tiempo, pasamos nosotros

28/12/2023

Hay momentos que nos obligan a pensar en la celeridad con la que transcurre el tiempo. Uno de ellos lo volveremos a tener en esta próxima nochevieja, cuando doce campanadas nos anuncien el final de un año y el inicio de otro. "¡Un año más que se va!", pensaremos. ¿Pero se va, realmente, o somos nosotros los que pasamos? ¿Estaban en lo cierto aquellos antiguos relojes de péndulo y carillón que advertían en su esfera que el tiempo huye –"tempus fugit", proclamaban– o el tiempo es eterno y somos nosotros los evanescentes, los que transitamos por la existencia de forma fugaz, muy fugaz, angustiosamente fugaz? 
¡Ay, el tiempo! Se trata de una enigmática realidad de no fácil comprensión, pues incluso los científicos que más lo han estudiado aseguran que cualquier explicación que de él se dé es un simple constructo con el que intentamos interpretar algo que hoy sigue siendo incomprensible. Para complicarlo todo más, esos estudiosos aseguran que tiempo, materia y espacio son inseparables.
En cualquier caso, quienes vivimos al margen de las sesudas especulaciones de los sabios, nos vemos obligados a formarnos sobre el tiempo una idea que se adecúe a nuestro diario vivir, a nuestras relaciones con los demás y a los íntimos aleteos de nuestro espíritu. Por lo que a mí concierne, confieso a mis lectores que lo veo con tres aspectos distintos y que hacen referencia, cada uno de ellos, al tiempo cósmico, al tiempo social y al tiempo personal.
En efecto, hay un tiempo de dimensiones inmensas que desconocemos si se inició en el Big-Bang o si éste fue sólo un simple rebrote de los rebrotes infinitos de física y de azar que se permite a sí misma la eternidad. ¿Estamos en un universo que cuenta "sólo" con trece mil setecientos millones de años y que se diluirá dentro de millones y millones de años más o formamos parte, como algunos suponen, de un multiverso sin principio ni fin, un infinito océano de energía, tiempo, materia y espacio en el que sus olas se encrespan y amansan ininterrumpidamente desde siempre y hasta siempre? Lo ignoramos porque el tiempo cósmico nos sobrepasa y sólo podemos reaccionar ante él desde la fascinación que producen los impenetrables arcanos que nos hemos encontrado al nacer.
Hay también un tiempo social que invertimos en relacionarnos unos con otros. Lo llenamos con filantropías o peleas, prisas, acción, compromisos y obligaciones que nos tienen aprisionados y hasta esclavizados; es un tirano que nos posee, nos agita, nos lleva y nos trae en busca no sólo del necesario pan que precisamos para subsistir, sino de consumos y desbordamientos que, a veces, nada nos aportan de positivo. Pero el tiempo social es así y nos avasalla, nos oprime y, muy a nuestro pesar, nos domina.
Existe, finalmente, un tiempo personal que no se mide en minutos ni en segundos, sino en campanadas interiores, en íntimas vivencias, alegrías y tristezas, en intransferibles anhelos, triunfos, derrotas, sueños, miedos y esperanzas que sólo a nosotros pertenecen. Nos permite la reflexión y el reabastecimiento de bríos, palparnos, lamer heridas propias, injertar alma y biología y mirar con delectación a los seres queridos. Es un tiempo para la palabra serena y el sereno silencio, para saborear la soledad, encontrarnos con nosotros mismos y reconocernos. Me parece valiosísimo este tiempo personal, aunque, en circunstancias como las de cada nochevieja, nos traslade siempre la sensación de que se esfuma vertiginosamente. Cuando éramos jóvenes, todo parecía estancado y no fluir, pues el tiempo era un tesoro inagotable. Sin embargo, llega un instante en el que comprobamos que el tesoro ha disminuido mucho y caemos en la cuenta de que conviene evitar cualquier derroche e invertir sólo en excelencia las escasas monedas temporales que nos restan. Y sentimos la urgencia de huir de lo intrascendente, de lo que genera enredos, de lo que nos vacía por dentro. Porque el tiempo –cósmico, social o personal– es en definitiva esa brizna infinitesimal de eternidad que se nos da una sola vez para amarnos, amar a los demás y amar este milagro breve, pero fascinante de la vida. 

ARCHIVADO EN: Nochevieja, Ávila