Javier S. Sánchez

A la legua

Javier S. Sánchez


Educación

24/01/2025

A la legua adivinamos que, más pronto que tarde, nuestra Moraña se llenaría de escuelas vacías; escuelas donde convivían pupitres de los de tintero y cajón, mapas donde Castilla la Vieja acariciaba el mar en Santander y enciclopedias que abarcaban desde Historia Sagrada hasta las conmemoraciones dictadas por el régimen. Y también de escuelas de hechura más moderna, que miran atónitas desde sus ventanas a quienes tuvieron tan mal ojo que no acertaron a ver que la natalidad es utopía en pueblos habitados por personas de "cierta edad". Lo de Abraham y Sara de Ur es otra historia.

En 2018, un poco tarde y casi sin día libre en el calendario, la Asamblea General de las Naciones Unidas decidió que el 24 de enero fuera el Día Internacional de la Educación; un día para recordar que "La educación es un derecho humano, un bien público y una responsabilidad colectiva". El artículo 27.4 de nuestra Constitución añade, no es broma, "La enseñanza básica es obligatoria y gratuita".

Esta retahíla de citas nos invita a cuestionar qué educación queremos; si realmente estamos haciendo bien las cosas cuando el profesorado dedica más tiempo a generar papeles inútiles y a cumplimentar interminables evaluaciones que al propio acto de educar, a la hermosa complicidad de mirar a un niño a la cara y educere, extraer todo su potencial, espolear su curiosidad, ensanchar su capacidad de asombro.

La cabeza no es un recipiente, es el centro neurálgico donde pergeñamos nuestro propio anaquel de sentimientos, de emociones, de anhelos; donde resolvemos todo lo que nos sucede con la premisa de la duda. Porque lo otro, creer sin ver, leer sin filtrar, hablar sin pensar, son procesos primarios que, ya lo vemos, están generando una sociedad limitada, muy limitada en pensamiento crítico, en juicios rectos, en creatividad; y, en consecuencia, vendida a quien mejor mercadea con sus verdades de plástico. De ahí la plaga de bulos y el tan demandado derecho al analfabetismo.

Algo falla cuando, se lamenta el presidente del Gobierno, no se plantean cuestiones sobre educación, sanidad y vivienda. Eso sí, nadie nos libra de una nueva ley de educación en cuanto la moneda del bipartidismo caiga del otro lado; una ley más engorrosa, más embrollada y menos servible para el alumnado y el profesorado; y a mayor gloria del ministro que le dé su nombre.

Claro que, si tomáramos por educación el comportamiento de sus señorías, bien podríamos decir que estamos en un cuarto mundo o en épocas prehistóricas. Quizás, por eso, hablar de educación sería una paradoja y, en definitiva, hacen bien en no trastear en tan hermoso jardín.

En fin, se desangran los pueblos morañegos y sus escuelas ya no esperan más niños; agonizan entre los tenues murmullos de los recreos, el golpeteo de pesadas mochilas sobre adoquines que ya no esconden la playa y el humo de coches que llevan a los escolares a la vuelta de la esquina.

Me dice David Lara que guarda un poema de su maestro.

Me gustan las escuelas que huelen a tiza

y a cordones desatados;

me gustan las mañanas llenas de palabras

y de números que señalan

fechas, o manzanas, o besos.