Resu y amigos. Retratos y autorretratos. 1987 al 2023' es el título, largo y buen definidor, de la exposición de pintura que se inauguró este lunes en la sala subterránea del Episcopio, una muestra original y sugestiva, con obras que demuestran oficio y textos al margen que evidencian agudeza y humor, que protagonizada por la profesora de Arte Resurrección Jiménez podrá verse hasta final del mes, organizada por el Ayuntamiento.
La artista, acompañada por el concejal de Cultura, Ángel Sánchez, inauguró ayer la exposición, una colección de una veintena de obras que el edil definió como «una retrospectiva que empezando en el 2023 llegas hasta 1987», una selección de «36 años de retratos y autorretratos» realizados por una licenciada en Bellas Artes que «ha dado clases en la Escuela de Artes de Valladolid y que ha aprendido mucho en su trayectoria vital».
Manifestó Resurrección Jiménez, teniendo a su obra como testigo elocuente, que, «como en todos los oficios, hay que trabajar para aprender. Yo empecé en el retrato con la intención de aprender a dibujar caras, porque siempre se me dio bien dibujar, pero descubrí que encontrar la expresión de la cara con la pintura es otra cosa diferente».
Así las cosas, y así puede verse en la exposición, «mis primeros retratos son un poco más de dibujo», pero «cuando ya fui teniendo más conocimientos y practicando mucho ya fui metiendo más color y empezando a construir, a dar volumen» a sus retratos.
Continuó explicando, a modo de clase magistral en minidosis, que «lo que pasa cuando experimentas con el color es que cada uno de ellos te lleva a otro, y ese te lleva también a otro; no es una idea que tú tengas pensada, pero el cuadro habla, te va pidiendo una cosa o otra y tienes que trabajar para encontrar ese color que te está pidiendo».
El fruto práctico de ese conocimiento teórico, y de su puesta en práctica en una constante evolución de la labor creativa, es esa colección de autorretratos y retratos de gente conocida, en los que la artista juega muy bien con las formas y con los colores, demostrando ese excelente oficio que hace tan interesante el pintar como el despintar, el dibujar como el desdibujar, el decir como el insinuar, no preocupándose tanto por la exactitud formal como por saber plasmar detalles del espíritu del retratado.
En esa tarea compleja de llevar el alma de alguien al soporte plástico considera Resurrección Jiménez que «lo importante es que se establece una relación muy bonita con el que posa, que en este caso son casi todos amigos, y vas viendo cómo se cansa, cómo le salen otras emociones de las que a veces ni ellos mismos son conscientes». Los retratos y los autorretratos son de por sí elocuentes, pero para aportar un poco más de información sobre sus protagonistas, siempre con humor, a su lado un pequeño texto resume rasgos de su personalidad –tanto del artista como de su cómplice– que son un pequeño valor añadido.
Como cierre a la exposición, tras seguir la evolución física y creativa de la protagonista, ha querido ésta colgar un autorretrato en el que la cara es sólo un contorno sin ningún matiz dentro. Quizás quiera insinuar –aunque ¿quién es el que esto suscribe para decirlo?– que no hay mejor pincel ni mejor color que la imaginación. O quizás no. Que sea el visitante quien lo decida.