La historia de la bodega Huellas del Tiétar, en Lanzahíta, tiene su origen en 2013, cuando Feliciano Conde comenzó junto a unos amigos a recuperar un viñedo de garnacha vieja y vio el potencial que tenía esta zona. Cuatro años después nacía la DOP Cebreros y ese mismo año Feliciano decidió construir la boda y adherirse a esa marca de calidad.

2018 fue el año de su primera añada, ya con venta al público y un año después comenzaron a apostar por el enoturismo. Durante la pandemia, como explica Teresa Conde, «aprovechamos para plantar viñedo dentro de la finca para acercarlo al consumidor» y tras comprobar el potencial enoturístico que tenía la zona y ver que su propuesta tenía una gran acogida, decidieron poner en marcha el segundo desarrollo, el restaurante Huellas del Tiétar que verá la luz en pocas semanas. «Un restaurante de fin de semana principalmente, abierto a eventos, en el que también trabajaremos con la temporalidad, dando un servicio de calidad a esas personas que deciden celebrar aquí sus eventos», señala Teresa, con cocina propia para «controlar la calidad del producto desde su origen». Ofrecerá producto típico de la zona, con una carta de temporada, pero «con un toque Huellas del Tiétar», comenta, y «con alguna pincelada de algo diferente».

Además, dentro de la finca tienen previsto desarrollar también un proyecto hotelero con casitas rurales de perfil medio-alto, y a todo ello se suma la Quesería de María, con sus quesos de cabra que «nos permiten gracias a su maridaje con nuestros vinos, ofrecer al consumidor una serie de experiencias». Y es que, como dice Teresa, «detrás de nuestro vino no sólo hay una recuperación de patrimonio natural, sino también dinamización del entorno rural y un producto de calidad».