En una época de prisas, el éxito de los aforismos, tan breves, pero que reclaman una lectura lenta y sosegada, son canela en rama para el pensar y el sentir; tal vez por eso vuelven a resurgir con fuerza. He leído este verano algunos textos dedicados a lo aforístico, que es un género literario que requiere, como digo, reflexión y tiempo para rumiar y meditar y de agradecida lectura. Sigo el consejo que me dió Jorge Luis Borges, en mi Buenos Aires querido, allá en la calle Maipú, junto a Roberto Alifano: «Convénzase, Fonseca, que lo que importa no es escribir, sino leer». ¡Cuántas veces recuerdo a Borges y su sorna burlesca, cargada de sabiduría! Aquellas milongas que nos recitaba al atardecer, después de compartir una rica pasta –que tanto le gustaba– en Recoleta. Me viene ahora a la memoria una de la que te hago partícipe, amable lector: «Lo he soñado en esta casa/ Entre paredes y puertas./ Dios permite a los hombres/ Soñar cosas que son ciertas./ Lo he soñado mar adentro/ En unas islas glaciales./ Que digan lo demás/ La tumba y los hospitales.» Milonga del muerto, la llamaba Borges. Pero volvamos al título de esta gacetilla, que pretende dar holgura, en medio de tanto cenizo y profeta de catástrofes. Aunque antes quiero dejar claro que, la escritura del aforismo, es para funambulistas. Eso que todos somos en el alambre de la vida; una realidad que le ha servido, a mi amigo Ramiro Calle, de argumento para un par de novelas. Por cierto que, Álvaro Cunqueiro -amante de los aforismos- gustaba decir que, el gallego, era como era, por las muchas invasiones padecidas. Ante el nuevo invasor, su defensa era no dejar claro lo que pensaba, lo que hacía más difícil su dominación. Algo que puede ser una estrategia aprovechable -como es mi caso- para los resistentes de la posmodernidad, cada vez más invasiva. ¡Si no puedes vencerles, al menos confúndelos! Pero volvamos al aforismo: «Quítate el reloj cada noche, como ejercicio de la virtud de la Esperanza y anticipo de ese momento en el que nunca más lo necesites». O a ese otro que advierte: «cuántas cosas oculta la transparencia». Los dos forman parte de un atinado libro de Rialp, de apenas 80 páginas, de esos a los que gusta volver una vez y otra. Escrito por Gonzalo Robles, se titula: «También se admiten soluciones» y contiene verdades como esta: «la derecha clama contra la superioridad moral de la izquierda. No aspiran a declarar la suya, solo les indigna que otros lo hagan. Todavía no se han enterado de que la política es justamente mostrar la superioridad moral de tus propuestas». Pero hay un aforismo que lo dice todo: «lo peor del dolor es que te impide ver el de los demás». Termino con este: «no hay más aristocracia que la del espíritu. Y esa se forja en el servicio: los mejores son los que más sirven, y los que más sirven nunca se consideran los mejores».