Ávila celebra hoy la fiesta de su patrón, San Segundo. Se trata de un santo del que, desgraciadamente, es muy poco lo que sabemos a ciencia cierta y del que nos ha llegado más información legendaria que documental. Hay investigadores que ponen en duda, incluso, el hecho de que viniera a esta ciudad. El grupo de siete varones apostólicos en el que se le integra desembarcó en tierras de la actual Andalucía y San Segundo, según narra la tradición que ha prevalecido oficialmente, fue el único que, al parecer, no se quedó en el sur peninsular en el que predicaron sus compañeros. Tampoco hoy gozan de unánime aceptación las conclusiones a las que aquí se llegó quince siglos después, cuando en la ermita existente junto al río Adaja se halló en 1519 un sepulcro con huesos humanos, un cráneo mitrado y la inscripción "Sanctus Secundus". ¿Eran aquellas las reliquias del obispo al que se le atribuía la cristianización de Ávila o eran las de otro obispo muy posterior que en esta diócesis pudo llevar por segunda vez el nombre de Santos? Había razones para la incertidumbre. Desde luego, los objetos encontrados junto a los despojos óseos (un cáliz, una patena y un anillo de oro) parecían un clamoroso anacronismo que aconsejaban desechar la alternativa del varón apostólico. Alguien, sin embargo, deseoso de que Ávila tuviera un patrón de postín, impuso su criterio y las crónicas nos detallan la grandiosidad festiva con la que los abulenses comenzaron a venerar a San Segundo.
Por encima de equívocos y leyendas, lo que me parece realmente importante es la fe en Dios y en la trascendencia del hombre que abrazan infinidad de seres humanos (también la mayoría de abulenses) para que les ayude a transitar con dignidad por la vida. De esa respetable fe de gentes, ciudades y países, mientras las mentalidades fueron más ingenuas que racionales, a veces se abusó demasiado con fabulaciones e inexactitudes y se la infantilizó de forma absurda por parte de las autoridades eclesiásticas. A medida, sin embargo, que lo racional ha ido prevaleciendo, los papas se han apresurado a talar lo innecesario doctrinalmente o a eliminar del santoral decenas de personajes de existencia dudosa, aunque algunos continúen siendo tan célebres popularmente como San Valentín (patrón de enamorados), San Cristóbal (auxilio de conductores), Santa Bárbara (protectora en las tormentas), San Jorge, Santa Verónica, etc. Es comprensible también que hoy se trate de arrinconar superfluos aditamentos con los que otrora se aderezó la loable apuesta por la divinidad y la inmortalidad de las almas. Estoy pensando, por ejemplo, en el uso y abuso que se hizo de reliquias extrañas, apariciones y milagros inciertos, peregrinaciones o ceremonias que reportaban pingües beneficios, pero en las que lo crematístico primaba sobre lo espiritual. Recordando todo esto, suelo preguntarme con frecuencia si, en un siglo de ciencia y empirismo como el nuestro, masivas crisis que ahora padecen ciertas confesiones religiosas no procederán del hecho de haber ofrecido a sus fieles en demasía lo artificioso y secundario en detrimento de lo sólido y medular. Hay alimentos para la mente que, si se consumen mucho tiempo, acaban causando inexorables daños de difícil erradicación.