El cortoplacismo en la política actual resulta aberrante. Mentes preclaras empujan hilos tras las bambalinas. Si bien, la responsabilidad es compartida. Esos dirigentes -o aspirantes a ello- que creen merecer aplausos por volcar sandeces, memeces y abrazafaroladas cada diez minutos, porque tienen su público, deben creerse enrolladísimos -o cómo se diga ahora-, pero viven en la inopia. No tienen quien les quiera, quien les diga las verdades del barquero. Las grandes obras, las grandes civilizaciones no han sido flor de improvisaciones, de un día de iluminación acrílica o de esas flores que adjudicamos a entrenadores que cosechan victorias inverosímiles. No. Y, como siempre digo, muchos políticos que tiran piedras contra su propio tejado. No hay uno solo de ellos que alce la voz diciendo: sí, estupendo, nos pagáis un buen dinero que sale del bolsillo de todos, hago públicos mis bienes y ganancias, pero, ¿os habéis fijado en que no tengo horarios, en que tal vez hoy, ayer y antes de ayer he estado resolviendo asuntos hasta la una de la madrugada y a las seis estaba en pie, dándole a la tecla? ¿O que los fines de semana viajo más que el baúl de la Piquer, y no precisamente por ocio? La verdad es que no. No es ecofriendly. Lo es, mucho más, atizar. Y a mí, me sorprende y casi diría, inquieta. El choque, la afrenta, el y tú más hace tiempo conforman la realidad. Pero no ya en el Congreso de los Diputados, ese proceder acontece en parlamentos regionales, en el pleno municipal de turno… Todos en el mismo saco. Llevamos a cuestas años agotadores de avance polarizador. En la política pasa algo parecido a lo que ocurre con las entidades financieras, cuya imagen ha empeorado en las dos últimas décadas. Raro de mí, considero que los bancos deben ganar dinero, sí, porque asumen riesgos que otras empresas ni siquiera se plantean. Economía. Por supuesto, obtienen ganancias como cualquier otra compañía, que tiene la insana aspiración de crecer, año tras año. Riada popular crítica, siempre con alguien enfrente, moviendo la cabeza al estilo del perro de los salpicaderos de aquellos Renault 11. Aplausos. Pero, no es de recibo que se haga una simplificación tan barata. Y disculpe esta suerte de antítesis. Coja su dinero y corra: escóndalo debajo de una baldosa, al modo de Rompetechos. En la funda de un cojín. Piense con la cabeza, porque a veces creo que a veces actuamos como turba. No ha habido, hasta hace unos meses, una entidad financiera que saque pecho por su labor, sin ir más lejos en los años de pandemia. Curiosamente, los bancos son entidades privadas, con directrices claras, e, igual que se asfaltan cada dos días algunas calles en ciudades y otras se dejan en el ostracismo durante años y años -Ávila es un buen ejemplo de ello-, los no pocos impuestos que pagamos deberían de tener un destino lógico y revertir en la igualdad de acceso a servicios bancarios. Pero es más sencillo abrir la bocaza y cantar a coro. Y así nos va. Ya me entienden.