Al frente de Rusia desde hace más de dos décadas, Vladimir Putin volvió a demostrar su lado más bélico tras iniciar ayer un ataque militar masivo contra Ucrania. Y es que en todos estos años, el país ha tenido conflictos en regiones y Estados vecinos, como Chechenia, Georgia o Siria. Y con las autoridades de Kiev mantiene un pulso que se inició hace ya ocho años.
El que fuera jefe de la KGB, el servicio secreto soviético, nació en 1952 en Leningrado (actual San Petersburgo), donde se licenció en Derecho. Vinculado desde 1975 al organismo, entre 1985 y 1990 trabajó para esta agencia en la alemana de Dresde, escalando puestos hasta llegar a dirigirla, abandonándola con el grado de teniente coronel.
A su regreso a San Petersburgo, fue nombrando ayudante del decano de la Universidad Estatal, al tiempo que se introdujo en política en el Ayuntamiento de su ciudad natal, siendo vicealcalde entre 1991 y 1996, cuando se trasladó a Moscú.
Ejerció durante un tiempo como jefe de Intendencia del Kremlin, y en 1997 ya era subdirector del Gabinete presidencial; un año después, en julio de 1998, fue nombrado director del Servicio Federal de Seguridad. A partir de ahí, se abrió paso hasta la cima del poder. Tras ocupar unos meses el cargo de secretario del Consejo de Seguridad del Kremlin, en agosto de 1999 el entonces presidente ruso, Boris Yeltsin, lo nombró jefe del Gobierno para poner orden en Chechenia.
El 31 de diciembre de 1999 relevó a Yeltsin tras su dimisión y en marzo de 2000 fue refrendado en las urnas con el 52,9 por ciento votos, repitiendo victoria cuatro años más tarde. Después de dos mandatos consecutivos que permitía la Constitución, no pudo presentarse a las presidenciales de 2008, pero sí participar más adelante en otras. Para ello aseguró su parcela de poder escogiendo al sucesor tecnócrata Dimitri Medvedev. Y, tras cuatro años como primer ministro, volvió a la Jefatura del Estado en las elecciones de 2012. De esta forma el hombre fuerte de Rusia regresaba al Kremlin (de donde, en realidad, no se había ido).
En estos años, ha estado en el punto de mira por cercenar la oposición, como sucedió por ejemplo con el caso del espía Alexander Litvinenko, quien murió envenenado en Londres en 2006, o más recientemente con el encarcelamiento del disidente Alexei Navalni.
En marzo de 2014 dio una vez más muestras de su política de una «Rusia fuerte» al anexionar Crimea, perteneciente a Ucrania. Las protestas y las sanciones de la comunidad internacional devinieron en un conflicto que ahora vive un segundo capítulo.
Volvió a ganar las elecciones en 2018 y en 2020 impulsó una reforma constitucional que le permitirá continuar en el Kremlin más allá de 2024. También se aseguró la aprobación de una ley que le garantiza la inmunidad cuando abandone el Kremlim, lo que hace imposible que se le pueda juzgar en Rusia, para la que pretende, cueste lo cueste, recuperar la fortaleza de antaño.