Voluntariado en familia

Mayte Rodríguez
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Laura y Guillermo son dos veteranos voluntarios de Cruz Roja que no solo se enamoraron en la entidad sino que han contagiado su implicación a su hijo, que con solo tres años aprendió a hacer una Reanimación Cardiopulmonar

Voluntariado en familia - Foto: David González

Laura y Guillermo llevan media vida juntos, se conocieron hace más de veinte años y, mientras hacían labores de voluntariado en Cruz Roja de Ávila, prendió la llama del amor. «Yo terminé los estudios de auxiliar de enfermería en el año 2002 y, a través de una compañera conocí Cruz Roja, me involucré como voluntaria en un principio en el área de Juventud, pero en todo este tiempo he tocado todos los palos», apunta ella. Él es algo más veterano: empezó en la entidad en 1998. «Hice la mili en el centro de comunicaciones de Cruz Roja y cuando acabé aquello ya me quedé como voluntario, después pasé por socorros y también por el área Juventud», relata él  recordando aquellos primeros años en los que se formó un grupo de voluntarios  jóvenes que conectaron muy bien entre sí y acabaron formando una pandilla de amigos que aún hoy se mantiene. Pero quienes mejor conectaron fueron nuestros protagonistas de hoy, Laura y Guillermo, que además de voluntarios acabaron iniciando una relación sentimental que perdura hasta hoy. Igual que el voluntariado que iniciaron entonces y a través del que se conocieron. En las dos décadas largas transcurridas no solo no han abandonado la entidad, sino que han sumado a ella a un nuevo miembro: su hijo Guille, que está a punto de cumplir 13 años.

Para él, el chaleco rojo con la cruz que distingue a la entidad forma parte de su vestuario y de su vida prácticamente desde que nació. «Mis padres iban a dar las charlas de primeros auxilios y yo no podía entrar porque era muy pequeño, pero les acompañaba y así aprendí   lo que era una RCP (Reanimación Cardiopulmonar) porque me enseñaron a hacerla desde pequeño», cuenta Guille, con el desparpajo y la alegría que le caracteriza. En este punto interviene su madre para matizar que a Guille hubo que enseñarle a hacer la RCP con tan solo tres añitos, «porque él quería aprender a toda costa, así que tuvimos que emplear para ello un muñeco bebé, después ya un muñeco un poquito más grande y así hasta llegar al muñeco adulto».

Aunque Guille lleva la vida entera en Cruz Roja, oficialmente no ha sido voluntario hasta este verano porque, por normativa de la entidad, la edad mínima para ser voluntario tutorizado son los doce años. Y sus tutores de voluntariado, como no podía ser de otro modo, son sus padres. Así es que, por ejemplo, el chaval echó un mano  en la carrera que la Policía Nacional organizó en Ávila este otoño. «Ayudé a los participantes que lo necesitaban a llegar a la ambulancia, pregunté a la gente si necesitaba algo, ...», apunta, orgulloso. 

Las obligaciones propias de la vida adulta -trabajo, hijos, ...- han reducido el tiempo que esta pareja dedica al voluntariado, pero siguen al pie del cañón. De hecho, a Guille le conocen todos en Cruz Roja porque, como hemos comentado, desde pequeño ha sido uno más allí.

Sus padres coinciden en que lo  más bonito de regalar tu tiempo a una causa noble como la de Cruz Roja es «ayudar a las personas» a través de los distintos programas que tiene la entidad. Y Guille no dua en sumarse a ese argumento. En esta familia el tiempo de ocio se destina al voluntariado.