Tras el alto el fuego en la Franja, el rugido de las bombas israelíes ha desaparecido después de 15 meses de guerra, pero no así los 42 millones de toneladas de escombros que hoy sepultan a sus fallecidos: miles de cuerpos, algunos ya solo huesos, que familiares y forenses intentan identificar y devolver a los suyos.
El gazatí Zaki Abdel Salam aún no sabe cómo decirle a su hermana que su hijo, de 19 años, está muerto. Asegura que le perdieron el rastro hace casi medio año en el área sureña de Al Shabura, en Rafa, y que conservaban la esperanza de que estuviera detenido por las tropas hebreas, incluso pese a las denuncias de «abuso sistemático» a la que los presos palestinos son sometidos. «Tras la retirada de la ocupación de Rafa, encontramos su cuerpo», se lamenta Salam. «Lo identificamos por su ropa, reconocimos sus zapatos y sus pantalones», cuenta, sobre quien perdió la vida junto a otras dos personas.
Desde la entrada en vigor de la tregua, el pasado domingo, los grupos de salvamento ya han recuperado unos 200 cadáveres en el enclave. Pero el difícil acceso a la zona norte, así como la falta de maquinaria pesada, hace que este proceso apenas avance. «El norte de la Franja es otra realidad, una montaña de escombros», asegura el portavoz de los equipos de rescate de la Defensa Civil, Mahmud Basal. «Tras la invasión militar terrestre que duró mas de 100 días, los muertos se quedaron en las carreteras y las calles. Pero tras el continuo bombardeo, los escombros y los cadáveres se mezclaron», explica.
De algunos cuerpos, ya solo se encuentran racimos de huesos tras meses en descomposición; de muchos otros nadie sabe nada: quiénes eran o dónde quedaron soterrados, cómo fallecieron ni quiénes aún les buscan con vida.
Ibrahim Saleh, en Rafa, urge a los residentes a que se acerquen a la morgue del Hospital Europeo a fin de reconocer a sus seres queridos. Es aquí donde un equipo forense los fotografía y toma muestras para facilitar su identificación. Pero esta labor es de todo menos sencilla. Si bien los rescatistas saben los lugares en los que los familiares denunciaron ataques de drones y cazas israelíes, la búsqueda de cadáveres se antoja casi imposible.
Pese al océano de escombros y los más de 47.000 muertos, Ali Suleiman se resigna a pensar que su hijo no sigue con vida. Tamer Ali Ashur, un joven con necesidades especiales, conocía a la perfección su barrio en Al Mawasi. Pero su padre relata que la destrucción eliminó «sus puntos de referencia» y que, un día, fue incapaz de volver a casa. «No reconoció la calle y no pudo regresar. Hasta ahora no ha vuelto y yo sigo buscándolo», lamenta.