La verdad que al iniciar estas líneas me dije: Santiago otra vez, no. Podría ser un tema repetitivo, escrito ya, reiterativo… Pero por otra parte tenía como la necesidad de volver sobre mis pasos jacobeos, porque cada vez que vengo a estas tierras de Galicia, es como una atracción irresistible.
Verán, mi madre siempre me decía: «tienes que darle un abrazo de mi parte a Santiaguiño…». Que sí mamá, que te hago el encargo con gusto, que yo también quiero ese abrazo ?hasta que llegó la pandemia?, un ritual tan extendido como intrascendente, pero yo ayer lo hice en honor a mi madre.
Santiago siempre es un misterio, una fuerte tradición con raíces verosímiles, seguida a pies juntilla por muchos, a juzgar por los miles y miles de peregrinos que incesantemente hacen el camino. Denostada por otros que solo quieren ver las dudas o lagunas históricas. Allá cada cual.
Hace poco leí un artículo, no recuerdo de quien era, ni quiero recordar, que era demoledor con esa tradición jacobea y con el camino, que lo tildó como la invención del turismo, la disculpa de algunos para dejar a la mujer en su ciudad de origen y viajar «a sus anchas». De todo habría, pero hay muchos, muchísimos, que en ese camino de peregrinación han encontrado su vida interior, y cuando menos una experiencia irrepetible.
Qué quieren que les diga, que a mi me impulsa, me atrae y nunca me costó nada hacer caso a mi madre. Al contrario, era una manda hecha con sumo gusto. Y sigo haciéndola mientras venga por estas tierras gallegas.
Por cierto, desde aquí dedico esta historieta de mi experiencia a mi compañera y amiga Pepa, Cronista Oficial de Avilés y peregrina practicante de muy diversos tramos y rutas del camino, como hemos chateado recientemente.
Verás, un día hablando de estos temas en un grupo, alguien vio en mí tanta pasión jacobea que quería indagar en mis rutas de peregrinaje. Yo les contesté, con algo se ironía pensando que me descubrirían a la primera, que yo siempre hacía la misma ruta, corta y cómoda, porque mis piernas ya no me permiten mucho alarde andariego. Yo hago mi último tramo, San Clemente-Catedral, y así durante los últimos años. Al ver que no lo cogían, les dije que poco conocían las diversas alternativas, que había que salir de los itinerarios tradicionales. Pronto me pidieron alguna pista. Y yo, con algo de ironía, les dejé caer la debilidad de mis piernas para hacer tramos aún considerados normales. San Clemente es el aparcamiento más cercano a la Catedral y por tanto es la etapa más corta y cómoda para llegar a un mismo destino. Ya se que estoy vago, andar no es lo mío. Santiago lo entiende y me recibe bien con el abrazo
Luego hay otros componentes que están muy relacionados e influyen. Uno es la ruta del sureste, el abanico desde Valencia a Cartagena, unos caminos que se van uniendo hasta llegar agrupados por la calzada de Toledo hacia el norte, subiendo las montañas del Sistema Central por las Parameras, la ruta antigua, hacia Ávila para una vez pasada la meseta, integrarse en el camino francés en Benavente. Da la casualidad de que esta ruta señalizada correctamente por la asociación alicantina del camino, marca Arévalo justo en la mitad del trayecto Alicante-Santiago.
También tengo un referente histórico, muy antiguo, que me desveló mi admirado fraile venerable, el Padre Damián, que en su estancia hace muchos años como capellán en el Monasterio Cisterciense de Santa María la Real, "El Real", encontró en su archivo documentos de la antigua cofradía de Santiago, en Arévalo, desde el siglo XIII que es un referente de cofradía jacobea temprana y que insertó en el libro mecanografiado sobre la historia de ese monasterio, encuadernado en canutillo, desde La Lugareja hasta las Casas Reales arevalenses, una historia a la que le faltaba la fundación, tema ya resuelto, hasta 1800, porque no le dio tiempo a continuar.
Un legado de este fraile venerable, para mí como un padre espiritual y de la historia, que me confió un ejemplar mecanografiado en papel copia, para guardar y poderlo utilizar, como así he hecho en alguna ocasión que he tenido necesidad. Una cofradía medieval que entre sus constituciones tiene la "limpieza de sangre" de sus componentes, cuestión antaño normal y hoy tan anacrónica. La historia es así, y los caminos de Santiago, también.