Vecinos de Riofrío y Cabañas, pero también numerosas personas cuyas raíces familiares están allí aunque no residan en el municipio, hicieron sonar los cencerros este sábado, descendiendo por la ladera de la Sierra de Yemas, tal como en otros tiempos hacían los pastores coincidiendo con la festividad del patrón de los animales. También hubo quien se atavió con cornamenta y sacos de arpillera, adoptando una identidad vacuna que recuerda en lo esencial a los personajes que protagonizan algunas de las mascaradas de invierno de la provincia de Ávila.  La tradicional cencerrada de San Antón, a punto de caer en el olvido, fue recuperada el pasado año por el Ayuntamiento de Riofrío y en este 2025 no solo se ha mantenido, sino que ha cobrado una fuerza más que notable gracias a la implicación vecinal. Así lo subraya la alcaldesa, Raquel González, que agradece tanto "la gran participación de los vecinos" como la presencia de "numeroso público, procedente sobre todo de Ávila" que se sumó a la comitiva, explica en conversación con esta Redacción. "Es muy satisfactorio comprobar que la gente responde", confesaba, emocionada. No en vano, cifra la asistencia en un millar de personas, número elevado para un municipio que entre sus dos núcleos de población no llega a los 200 habitantes.

Tras bajar hasta la plaza de Riofrío desde la sierra en un desfile popular y multitudinario, muchos de los asistentes ataviados con indumentaria pastoril y haciendo sonar los cencerros y las cuernas, fueron depositando ramas y retamas de piorno en una hoguera, en torno a la cual antaño se hacía una suerte de danza pagana, según los testimonios de los más viejos del lugar. Amenizada la llegada al pueblo de los pastores con música de dulzaina y tamboril, el bullicio se mezcló con el aroma a chocolate caliente con el que el Ayuntamiento obsequió a los asistentes para ayudar a combatir el frío de enero y el descenso a pie desde a sierra, aunque "el tiempo este año nos respetó bastante", comentaba la alcaldesa de Riofrío. 

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El broche final fue la multitud que llenó la plaza con el pálpito de una tradición recuperada, un éxito de quienes se resisten a que el medio rural en el que vivieron sus antepasados se apague y se involucran personalmente por evitarlo.