Josué Barrera Lanciego cumplirá el próximo mayo 50 años, los mismos que un mes antes celebrará Camarasa, la empresa inmobiliaria y de administración de fincas de la que hoy es socio director y que en abril de 1975 puso en marcha su padre, Jesús Barrera. Camarasa, recuerda Josué, fue pionera en el sector en Ávila. A ello contribuyó, afirma, el espíritu emprendedor e inquieto de su progenitor (quien durante muchos años fue también presidente de la Hermandad de Donantes de Ávila) y la figura de Cándido Martín Álvarez, tío de su madre y abulense que trabajaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid lo que le llevó a viajar mucho fuera de España. En esos viajes ese tío abuelo de Josué descubrió que en otros países empezaban a surgir negocios para facilitar las operaciones inmobiliarias, que por aquellos años ya empezaban ya a ser más complejas al requerir de hipotecas, notarías y más burocracia. Eso llevó a Cándido a proponer al marido de su sobrina asociarse con él para poner en marcha una empresa así en Ávila. Y así fue como nació Camaral (del acrónimo del nombre de aquel tío abuelo viajero), que fue la primera inmobiliaria de Ávila y que poco tiempo después pasó a llamarse Camarasa.
«Al principio la gente se extrañaba porque hasta ese momento esas operaciones se cerraban dándose la mano y nosotros les cobrábamos por ello, por darles un servicio», recuerda Josué lo que le ha contado su padre de aquellos inicios en un sector que en España, y aún más en Ávila, aún era desconocido. De hecho, ellos fueron los primeros agentes de la propiedad inmobiliaria de Ávila y pese a las reticencias iniciales de los abulenses, acostumbrados hasta entonces a comprar o alquilar vivienda directamente al propietario, Camarasa pronto se hizo un hueco destacado en Ávila. De hecho, la empresa «poco a poco fue a más» hasta la crisis de 1997. Dicen que las crisis son oportunidades. Y para Josué Barrera, que acababa de alcanzar la veintena y que hasta entonces no se había planteado seguir en la empresa familiar, la de finales de los años 90 del siglo pasado lo fue ya que ante la situación económica su progenitor, que además de empresario era funcionario de Tráfico, se planteó si seguir o no con la empresa y eso animó a su hijo, que entonces estudiaba Magisterio, a sumarse al proyecto para reflotarlo.
Cuando Josué se incorporó a Camarasa tenía solo 20 años si bien es cierto que había pasado varios veranos en la empresa familiar echando una mano a su padre. «Iba a poner los carteles de se vende o hacía fotos de las viviendas», recuerda este emprendedor sus primeros contactos con una empresa que él hoy dirige y con un sector que, reconoce, ha cambiado muchísimo en este tiempo.
«Se dieron varias cosas coincidentes que me animaron a empezar a trabajar en la empresa», reconoce Josué que una vez que dijo sí a su padre se sacó el Grado en Inmobiliaria y Administración de Fincas en la Universidad de Alcalá de Henares y se colegió profesionalmente como administrador de fincas y agente de la propiedad inmobiliaria. Aún recuerda la primera operación que realizó, por la zona de la Cacharra, con un tasador «muy serio que me hizo ayudarle con el metro», recuerda divertido.
De entrar en una oficina en la que estaban su padre, un empleado y él en la actualidad la plantilla de Camarasa cuenta con seis trabajadores. «Mi padre sigue yendo a diario, aportando experiencia. Para mí es fundamental, me encanta que esté», reconoce Josué al hablar de su progenitor que sigue muy implicado con el negocio familiar pero «un poco como Nadal, jugando los torneos que quiere».
«Estoy contento y me gusta mucho mi trabajo, y cómo trabajamos», reconoce Josué al hablar de Camarasa, la empresa que hoy dirige y en la que es socio desde 2005. «Al final, más que gestionar inmuebles, gestionamos relaciones entre personas que tienen inmuebles y que tienen necesidades de hacer algo con ellos», apunta este emprendedor para referirse a la parte humana, la más importante por cierto, que tiene su trabajo.
«Es bastante realizante y te aporta mucho salario emocional; ya solo ser empresario te lo aporta», dice en alusión a lo que más le gusta de una actividad donde «lo que más me satisface es que la gente me diga que está contenta o que está encantada con la casa».
«Que te digan que se les atiende bien o que la información es buena también es muy satisfactorio», reconoce quien tiene como ejemplo a su padre, un hombre «muy perfeccionista y que siempre nos ha transmitido que hay que ponerse en el lugar del otro». Eso hace, asegura, que en Camarasa «las cosas se hacen como nos gustaría hacerlas para nosotros» lo que lleva a que en esta inmobiliaria se dé «muchísima importancia a la experiencia del cliente».
«Aquí lo que importa es la persona, no la casa porque trabajamos con personas», asegura Barrera para referirse al objetivo de su empresa donde, además, en los últimos años se han automatizado muchos procesos con el fin de mejorar la experiencia del cliente que puede visitar las viviendas a golpe de clic. «Tenemos un nivel de digitalización del 70 por ciento», apunta Josué para explicar que prácticamente toda la operativa se puede realizar de forma digital. Es más, ellos fueron los primeros del sector en Ávila en tener web, recuerda.
La que le llevó a unirse a la empresa familiar no fue la única crisis a la que ha hecho frente Barrera que en 2008 tuvo que lidiar con otra muy vinculada al ladrillo que les afectó especialmente. «Todo el mundo vendía, incluso el que no era profesional», apunta el director de Camarasa que señala que una de las principales consecuencias de aquellas prácticas fue que «con operaciones de mucho riesgo se convirtieron en compradores quienes no podían ser compradores». «La actividad inmobiliaria empezó a diluirse entre todo tipo de gente que hizo que todos fuéramos iguales», lamenta Josué que ahora, con perspectiva, reconoce que «el tiempo ha demostrado que quienes sí somos profesionales hemos pasado unas y otras crisis y hemos seguido trabajando con inmuebles y dando las mismas garantías a todos».
«Esas crisis lo que han hecho es que utilicemos nuestra resiliencia para fortalecer nuestras bases», dice quien lleva tatuada esa palabra en uno de sus brazos para no olvidar que con esfuerzo, trabajo y profesionalidad se sale adelante.
Camarasa, que el próximo año cumplirá medio siglo de vida y que acaba de estrenar oficinas en la calle San Juan de la Cruz, quiere seguir apostando por el «crecimiento sostenible» y por esa «apuesta por la innovación» basada en mejorar la experiencia de sus clientes que tras 50 años son muchos en Ávila y fuera de aquí también. De hecho, Camarasa también desarrolla su actividad en Madrid, pero «desde Ávila», apostilla este enamorado de la nieve, padre de dos hijos y orgulloso abulense que nació el mismo año que la empresa que hoy dirige.
¿Qué es lo primero que le viene a la cabeza sobre Ávila?
Es mi ciudad, es mi sitio.
¿Qué es lo que más le gusta de Ávila?
La gente de Ávila, y la carne. Aquí te encuentras con la gente y aunque haga mucho tiempo que no la veas, parece que la viste por última vez antes de ayer. Al principio el abulense es un poco serio pero mucha gente de fuera me ha dicho que cuando uno se hace amigos en Ávila son para siempre. Me gusta mucho eso de saber de quién eres y de dónde vienes.
¿Y lo que menos?
Creo que nos creemos menos de lo que somos. Somos serios, profesionales y tenemos muchas cosas buenas que no nos las creemos y no las vendemos bien. Nos falta transmitir todo eso bueno que tenemos.
Un lugar de la ciudad para perderse.
Me gusta mucho ir a la nieve pero en la ciudad, en Ávila, no siento la necesidad de perderme para nada. Me gusta muchísimo ir al centro los fines de semana, que hay mucho ambiente.
Un recuerdo de su infancia.
Los veranos en Gredos con mis padres y todo el grupo de amigos con los que íbamos y me acuerdo mucho de San Roque, donde vivía, y de jugar con mis amigos de toda la vida, que hoy lo siguen siendo.
Un personaje abulense que le haya marcado
Mi padre. He pasado mucho tiempo con él y paso mucho tiempo con él. Siempre ha sido una persona seria y buena. Y también mi madre, los dos, por la educación que nos han dado.
El mayor cambio que necesita Ávila es…
Creo que tenemos que ir a enseñar a la gente lo que somos aquí y las capacidades que tenemos aquí. Tengo un amigo empresario de Ávila, con trabajadores por muchos lugares, que asegura que sus empleados más fieles y los que más se identifican con la empresa, y tiene muchos, son los de Ávila. Tenemos que ser capaces de convencer a las empresas de que se instalen aquí y que confíen en nosotros.
Y tiene que mantener…
La visión de futuro. Ávila no puede vivir solo mirando a su pasado, ni a la Edad Media ni a su Muralla, con todo lo bueno que tiene su historia. El progreso no está reñido con conservar lo que es nuestra identidad y nuestras tradiciones.
¿Qué le parece Ávila hoy en día?
Me parece que ha cambiado bastante y que se han hecho cosas en los últimos años, sobre todo en el último lustro. Pero creo que se puede hacer más y no solo hablo de tener más recursos o gastar más dinero sino de cosas que no cuestan dinero. En este sentido creo que es importante que todos rememos a la vez hacia el mismo sitio porque sí que veo que aquí a veces nos perdemos en la confrontación, sobre todo en el tema político. A quienes nos representan, les pediría que se acuerden de que son abulenses y que lo primero ha de ser Ávila.
¿Cómo ve la ciudad en el futuro?
Soy optimista siempre, para todo. Yo creo que hemos perdido mucho tiempo en obcecarnos con el AVE o con determinadas cosas que yo creo que se veían desde el principio que no iban a llegar, y creo que tendríamos que haber luchado por otras alternativas que nos hubiesen dado buen resultado. Si hubiéramos dedicado tanto esfuerzo a otras cosas igual tendríamos otros resultados. Pero soy optimista, creo que se pueden seguir haciendo muchas cosas.
¿Qué puede aportar a Ávila?
Creo que aportamos los valores de nuestra empresa, que son perfectamente identificables con Ávila. Es decir, somos gente seria, profesional, se puede confiar en nosotros y además como empresa generamos también riqueza y actividad en otros sectores y servicios.