¡Qué quería yo que me durara la ilusión de la noche de Reyes todo el año! Eso fue lo que escribí en la carta: no perder la ilusión. La plantamos, la cuidamos y luego zas, un día tonto de abril no sabes dónde la has metido. Pues este año con carta certificada y todo para que viniera envuelta en un paquete y, así poder coger cada día un poco de esencia por la mañana y distribuir al gusto: un poquito en el difusor de aromas, un poquito en el bolsillo interior de la cazadora, otros miligramos en la mochila y el resto del puñadito del día en el alma.
Que los Reyes Magos vinieron de Oriente no lo tengo muy claro. Porque si han venido por Oriente Próximo hubieran llegado tarde o quizá ni hubieran llegado. Melchor con su incienso, Gaspar con su mirra y Baltasar con su Oro. Si hubieran tenido que venir en camello… bueno quizá hubieran tardado menos que en barco. Pero efectivamente, mucho oro, mucho incienso y mirra, y de ilusión seguimos flojos.
Pero yo con mi caja, creía tenerlo todo controlado. Así que empecé la rutina desde el 6 de enero: anoto todo en la agenda, hago mis tradicionales listas y cojo la ilusión cada buena mañana. Hasta aquí todo en orden. Pero un día te levantas, y ya no es que pienses que no te va a durar hasta abril, sino que te das cuenta que a 13 de enero el mundo es un caos otra vez.
¿Cómo iba a abrir la caja hoy para empezar mi ritual sabiendo que no sólo tenemos el mundo patas arriba en Ucrania y Gaza/Israel sino que ahora añadimos unos ataques en el Mar Rojo? ¿Qué ilusión me puede quedar sabiendo que tenemos en jaque a toda la población mundial, extendiendo, aún más si eso es posible, el nivel de alerta al que nos estamos sometiendo? Empiezo a pensar que no hay corazón que resista leer las noticias o encender la radio. No hay mente humana que pueda hacer de días como estos, un bunker donde las cosas pasen inadvertidas.
Hace unos días visitaba la exposición de Picasso en Polonia, que conmemora el 50 aniversario de su muerte y se enmarca dentro de la programación cultural con ocasión de la Presidencia española del Consejo de la UE. Y aparte de ver alguna de sus obras, de acércame a otro mundo lleno de «ilusiones», conocí de su relación con Varsovia. Picasso visitó Polonia en 1948 para asistir al Congreso Internacional de Intelectuales para la Paz, en Breslavia. Donó varias obras, se contagiaría de su cultura y sus gentes. Pasearía por el Gueto y me imagino que reflexionó sobre las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en un país lleno de historias por contar y, donde aseguró que las semanas que pasó en el país fueron de las más felices de su vida (hago mío también su pensar).
Pues ahí estaba yo, celebrando la vida con Picasso y su paloma de la paz. Pensando que enero es un bonito mes para dibujar palomas en el aire. Enero y su cuesta. Enero y sus fiestas. Enero y su ilusión. Enero y su día de la paz, que navega sin rumbo fijo. A la deriva, envuelta en un mar de lágrimas que deja muchos agujeros negros. Porque total si «El mundo de hoy no tiene sentido, así que ¿por qué debería pintar cuadros que lo tuvieran?» Y me dejé llevar….
Así que hoy, envuelta en un manto de nieve, rodeada de frio polar y pensando si abrir de nuevo la caja de la ilusión o hacer una litografía en un rato de inspiración, me hago la misma pregunta que Picasso: Si «Cada segundo de vida es un momento nuevo y único en el universo, un momento que nunca se repetirá. ¿Y qué les enseñamos a nuestros hijos? Les enseñamos que dos y dos son cuatro, y que París es la capital de Francia. ¿Cuándo les vamos a enseñar también lo que son? Deberíamos decirles a cada uno de ellos: ¿Sabes quién eres? Eres una maravilla. Eres único. En todos los años que han pasado, nunca ha habido otro niño como tú. Tus piernas, tus brazos, tus dedos, la forma en que te mueves. Quizá te conviertas en un Shakespeare, un Miguel Ángel o un Beethoven. Tienes la capacidad para hacer cualquier cosa. Sí, eres una maravilla. Debes trabajar, todos debemos trabajar, para hacer al mundo digno de sus niños».
Quizá la ilusión no se regala y solo vivimos por un día la ilusión de ser niños. O quizá son nuestros niños de hoy, los únicos que con mucha ilusión y trabajo construirán un futuro, un mundo digno de nosotros mismos.