El sentido común me dicta no hacerlo; son dos cosas prohibidas en grandes letras rojas en el libro de primero de primaria de columnismo: nunca llevar la contraria al director del periódico y —menos en un diario de provincias— jamás expresar opiniones contrarias al abulensismo más ultramontano. Como sé que Pablo es un heterodoxo y buen amigo del debate, no me preocupa mucho su reacción ante mi réplica a su artículo del domingo pasado. Y ustedes, estimados tres lectores, son a quienes realmente me debo; los sé poco dados a guiarse por sentimientos ni a meterse en numantinas trincheras chauvinistas. Lanzo pues mi pluma al vuelo y que sea lo que Dios quiera.
Sin ser seguidor encarnado, todo mi apoyo al Real Ávila. Un club centenario es ciudad y representa a la ciudad, aunque haya otros. Pocas entidades, fuera de las institucionales, llegan a esa edad: este periódico, el Casino, algún comercio. Su sola pervivencia es todo un éxito. El Ávila, además, vive días de vino y rosas con su ascenso de categoría; bien clasificado y a punto —pena— de haberse convertido en matagigantes copero. Y no solo al director de Diario en su columna, sino a muchas otras voces he escuchado comentar el lamentable estado del Adolfo Suárez, la mala imagen que da y la necesidad de hacer algo al respecto. Hace años que no lo piso, no dudo de su palabra. Son muchas décadas de edad y supongo que no desentonará con la decadencia de calles, parques, edificios o servicios locales.
Por pedir que no quede, pero no creo que la pregunta sea si la ciudad precisa un buen campo —quién va a decir que no—, sino dónde ubicar, en la lista de todo lo que falta, el que el consistorio se gaste una millonada en uno de titularidad pública para que lo use un club privado. Además, si conviene plantearlo al calor de unos buenos resultados; qué pasa si estos no acompañan en futuras temporadas como ha sido —por desgracia— tónica en tantas otras pasadas. Hay en España 496 equipos en categorías profesionales o semiprofesionales; muchos otros transitaron por ellas y disfrutan hoy desde las aficionadas. No estoy seguro de que la inversión en fútbol sea la que más rente a la economía de una ciudad, más allá de que unos cientos de visitantes —en el mejor de los casos— acudan en autobuses a animar los partidos.
Retaba mi estimado director al equipo de gobierno a no escudarse en torticeras excusas y reclamaba «grandes proyectos que nos emocionen» y «capacidad de gestión». Convirtiendo su afirmativo encabezamiento en pregunta, se la lanzo de vuelta: entre planes de fomento, contratos de basuras, de transporte, RPTs, calles y aceras, saneamiento, la antigua estación de autobuses, ¿lo que la ciudad merece es un buen estadio?