Mantuve hace algunas horas una larga conversación con alguien que tiene un puesto privilegiado en la estructura comunitaria de Bruselas. La verdad es que mi interlocutora, persona influyente, muy preparada y poco dada a los alarmismos, creo, me pintó un panorama altamente preocupante: los jefes de gobierno de la UE se reunirán informalmente en los próximos días en un lugar de Bélgica para "reflexionar sin agenda" acerca del "nuevo escenario que vivimos los europeos tras el triunfo electoral de Trump y en el inicio de un mandato del que lo que menos puede esperarse es un estrechamiento de relaciones entre las dos orillas del Atlántico. "La receta parece ser hacer frente a los excesos que puedan llegar de los Estados Unidos", me dijo.
Esta tesis de 'hacer frente' ya está siendo practicada por responsables españoles (Sánchez no se recata a la hora de atacar a Musk, por el momento brazo derecho de Trump) y franceses. Los alemanes callan, embebidos como están en su propia y complicada campaña electoral, en la que los nuevos poderes de Washington apoyan sin disimulo a la ultraderecha; Austria bascula; los países nórdicos "cuentan poco, aunque están del lado contrario a Trump". Italia, con la señora Meloni, ya se sabe que se ha convertido en la favorita de Trump/Musk. Y la opinión dominante en los antiguos países del Este, excepto Polonia, parece ser más cercana a Trump que a las tesis del enfrentamiento, en las que también se hallaría, de una manera cauta, la presidenta von der Leyen.
Hay que introducir en la reflexión el patente alineamiento de las grandes tecnológicas, que, para bien pero sobre todo quizá para mal, controlan el setenta por ciento de la información del mundo occidental, con el nuevo 'amo de la Casa Blanca'. Y no puede descartarse una cumbre bilateral entre Trump y Putin que, de alguna manera, desemboque en un acuerdo para poner fin a la guerra de Ucrania, con este país pagando un alto precio en territorio y otras concesiones al autócrata ruso, pero dejando, en el fondo, un aroma de que la llegada del republicano a la presidencia de EE.UU ha servido para 'desbloquear las cosas', dejando en una cierta sensación de ridículo a la diplomacia y a los mandatarios europeos.
Con estos datos (o mejor, estas sensaciones) sobre la mesa, además de todo el reajuste que se va a producir en los equilibrios en el resto del mundo, desde México hasta China, ¿qué puede salir de esta 'cumbre' informal de los hombres y mujeres que tienen sobre sus hombros la responsabilidad de gestionar las naciones que componen la UE? Probablemente, no nos enteraremos de la mayor parte de lo que en el castillo belga donde se reunirán se hable. Si lo preponderante fuese un predominio de la estrategia de la confrontación, ello derivaría en un todavía mayor respaldo de Washington a los' populistas' europeos, o sea, a la extrema derecha que repudia muchas de las euro políticas seguidas hasta ahora, comenzando, claro, por la 'vista gorda' a la inmigración 'sin papeles'. Un auténtico terremoto porque se trata, sin duda, de "debilitar al Viejo Continente".
Y mi interlocutora piensa que, a medio plazo, muchos de quienes ahora aún son hostiles a las formas y a los fondos de la política 'trumpista' podrían ir aceptando gradualmente unas y otros, con el daño que ello ocasionará a las democracias europeas tal y como hasta ahora son (¿eran?) concebidas.
Las encuestas que manejo, como una reciente de Metroscopia, indican que más del sesenta por ciento de los españoles se muestran seguros de que las democracias, en las formas como hoy las conocemos, experimentarán una transformación -obviamente a peor-en los próximos años. De hecho, dentro de la 'policrisis' que detectan los ciudadanos en todo el mundo, la de la política parece, junto con las consecuencias de un abuso del dominio de la tecnología, la que más nítidamente y con mayor dosis de gravedad se percibe.
Y eso ¿cómo se combate?, pregunto a mi interlocutora. "No lo sé; de momento, la receta parece ser aferrarse a los viejos, buenos principios de los padres fundadores de la Comunidad Europea", fue la respuesta, que me dejó bastante atónito. Las cosas han evolucionado mucho, incluso quizá demasiado, desde los tiempos de Monnet, Schuman, Adenauer y De Gssperi, con aquella Comunidad Europea del Carbón y del Acero fundada con el Tratado de París de 1951. Es más: ya nada es lo mismo y Europa no puede volver los ojos nostálgicos a tiempos de hace setenta años, tras la segunda Guerra Mundial. Se lo digo a la persona con la que converso. "Pero los valores que inspiraron aquella Europa unida embrionaria deben ser los mismos: la receta para la fortaleza de Europa es más Europa". ¿Y menos Estados Unidos?, demando. "Y menos Trump", me responde. Ya. Y eso ¿será posible? No hay respuesta.