Y el Cristo salió. La verdad es que en un principio nada hacía presagiar que el Santísimo Cristo de las Batallas se fuera a quedar a cobijo en el templo de San Pedro, pero tras la larga salida de los cofrades, que se prolongó durante 20 minutos, comenzaron a emerger también timidamente los paraguas justo cuando la imagen -que procesionaba como única protanista- estaba a punto de atravesar las puertas de la iglesia. Unas puertas que se abrieron puntualmente para las muchas decenas de cofrades que ataviados con su característica túnica y capucho negro, además del cíngulo de esparto quisieron acompañar a su Cristo.
La procesión del silencio, a la que prácticamente tomó el relevo, pareció prolongarse en ese mutismo. El numeroso público que estaba muy disperso a escasos minutos de que se abriera San Pedro se organizó respetuosamente marcando el camino que después seguiría elCristo.
El desfile se dirigió hacia el paseo del Rastro para después llegar a la plaza del mismo nombre y, eso sí, nada más enfilar la calle Caballeros tornó el rumbo por la amenaza de la lluvia que hasta entonces era constante. Fue casi cambiar el itinerario y dejar de llover pero la decisión estaba tomada.
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