Los ecosistemas son una cadena en la que cada eslabón es importante. Todos los procesos están interconectados y si falla alguno de los actores que intervienen en cualquiera de esos procesos pueden verse afectados todos los demás. Quizá uno de los ejemplos más claros de estas interrelaciones sea la desaparición del conejo en amplias áreas de España hace unas décadas a causa de enfermedades como la mixomatosis o la neumonía hemorrágica vírica (aún siguen afectándole), que supuso un serio golpe para otras especies como el lince ibérico, depredador que basa su alimentación en estos mamíferos. La recuperación del lagomorfo en zonas de Andalucía constituyó el inicio de la mejoría en la población del emblemático felino. Es decir, si algo falla, otros pagarán las consecuencias.
Los seres humanos no estamos fuera de este discurrir y lo comprobamos cada día viendo (y sufriendo) las consecuencias que tienen nuestras actividades en la naturaleza. Un buen ejemplo es la desaparición de las abejas y otros polinizadores en ciertas zonas del planeta debido al uso de pesticidas, lo que actualmente ya obliga a polinizar manualmente algunos cultivos, como extensas plantaciones de perales en China, con todo lo que ello implica.
Jorge Miguel Lobo es profesor de investigación del departamento de Biogeografía y Cambio Global del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN) del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y lleva tiempo investigando otro de esos fallos en el ecosistema, de nuevo causado por una actividad humana, en este caso la ganadería. Se trata de la desaparición de las especies de escarabajos que se encargan de «reciclar» los excrementos de vacas o ovejas criadas en extensivo, un hecho que puede parecer poco importante, pero que tiene consecuencias sobre el medio y sobre el propio ganado.
La imprescindible labor de los más pequeñosSegún explica Lobo a Cultum, existe un grupo de estos insectos, presente en todo el mundo (representado por entre 15.000 y 20.000 especies diferentes), que está especializado en aprovechar las deposiciones de los hervíboros y gracias a ellos el suelo mantiene sus propiedades. «Alguien se tiene que encargar de que elementos como el nitrógeno, el potasio o el fósforo vuelvan a la tierra», explica Lobo. Quizá el más conocido y vistoso de todos estos coleópteros, por su hábito de hacer bolas a partir de las boñigas de vacas y caballos y transportarlas caminando hacia atrás, sea el típico escarabajo pelotero, pero desde luego no es el único.
«Estos animales son los principales responsables del retorno de nutrientes al suelo en los pastizales. Es algo similar a lo que ocurre con la hojarasca de los bosques, que cae al suelo y devuelve a la tierra parte del alimento que ha tomado el árbol durante el año, solo que en los prados es necesaria la ayuda de estos escarabajos para que el proceso sea efectivo», ilustra el profesor del CSIC. Estos pequeños animales entierran los excrementos en el suelo para alimentarse de ellos y proporcionar alimento a su potencial descendencia, de manera que no quedan en la superficie, pero como no consumen todo lo que entierran ayudan a fertilizar el suelo de modo natural.
Pero estos insectos están desapareciendo y, a causa de ello, los pastizales están cambiando. Y la culpa la tienen las ivermectinas, un antiparasitario que se emplea en el ganado. Se trata de una sustancia que ha permitido controlar muchos parásitos internos en vacas, ovejas o caballos, además de ser eficaz contra otros externos, como las garrapatas; también mejora el lustre del pelaje del animal e incluso se dice que aumenta la producción de leche si es el caso.
La imprescindible labor de los más pequeñosEl problema es que «se utiliza sin demasiado criterio», dice Lobo. «Así como con los antibióticos hay cada vez más restricciones y, en la Unión Europea, está prohibido desde hace años su uso preventivo, con las ivermectinas no hay ninguna normativa que limite su empleo y muchas veces se emplean cuando no son necesarias. Es verdad que son sustancias muy útiles y que han permitido acabar con muchas parasitosis, pero eso no disculpa su uso indiscriminado. Algunos experimentos han revelado que en las heces de las vacas habitualmente no hay parásitos que justifiquen su utilización".
El problema está en que estas ivermectinas son provechosas para el ganado, pero no desaparecen del todo en el cuerpo del animal y en las heces quedan restos que crean lo que Lobo describe como «escarabajos zombis». Esos restos de ivermectinas afectan a los coleópteros -sobre todo a los más grandes, los que más potencial de enterramiento tienen- de tres maneras diferentes: en primer lugar trastocan la capacidad sensorial de sus antenas, con lo que pierden capacidad para encontrar alimento y pareja; por otra parte, en el caso de las hembras el número de ovocitos se reduce drásticamente; y por si esto fuera poco, su capacidad motora también disminuye de manera rotunda. Es decir, quedan seriamente incapacitados para alimentarse y reproducirse y, en consecuencia, sus poblaciones caen en picado (por si esto fuera poco, estas sustancias pasan a la cadena trófica cuando aves, zorros y otros pequeños carnívoros devoran a los escarabajos).
Podría parecer que este hecho no reviste demasiada gravedad, pero lo cierto es que, más allá de que la desaparición de estas especies ya es una tragedia en sí misma, provoca además un efecto rebote que afecta a propio ganado. Al no haber escarabajos para enterrar y degradar el estiércol de las vacas, las boñigas quedan en la superficie y los nutrientes que aportan al suelo no se aprovechan, por lo que las especies vegetales que conforman los pastizales se ven afectadas y la conformación botánica de estos lugares cambia.
Al no degradarse los excrementos, el suelo cambia su composición y pierde nitrógeno, por lo que algunas especies de plantas merman y otras crecen. Además, alrededor del estiércol que queda al aire medran algunas especies que no son palatables (apetitosas) para las reses, aparte de que a nadie, ni a una vaca, le gusta comer junto a su propia letrina.
El resultado son prados con plantas que el ganado aprovecha menos y de peor manera, con lo que al final las ivermectinas, más que un beneficio, pueden suponer un problema para las explotaciones de ganadería extensiva.
Lobo explica que en Doñana se puede apreciar perfectamente la diferencia entre usar estas sustancias y no usarlas. Según comenta, en la parte interior del parque las restricciones son abundantes, y una de ellas se refiere precisamente a la prohibición de emplear ivermectinas. En esta zona, añade el investigador, las poblaciones de escarabajos coprófagos son nutridas y sanas. Sin embargo, unos pocos kilómetros hacia el exterior del área protegida, donde las ivermectinas son de uso común, apenas aparecen estos coleópteros. Y Doñana es solo un ejemplo. «A lo largo y ancho de Europa, cuesta encontrar pastizales con la fauna coprófaga que había en los años 80». Y es que fue precisamente en la década de los 90 cuando la utilización de las ivermectinas se generalizó.
Emisiones.
Pero el cambio en la composición específica de los pastizales no es la única consecuencia de la desaparición de los escarabajos coprófagos. Al enterrar los excrementos del ganado, estos insectos, aparte de mejorar las condiciones del suelo, evitan emisiones de gases de efecto invernadero. Los restos fecales, si se quedan al aire, propician la multiplicación de bacterias que emiten dióxido de carbono y metano, cosa que no ocurre cuando están bajo la superficie, en condiciones anaerobias que impiden la proliferación de esas bacterias. Otro efecto más.
Jorge Javier Lobo lamenta que no haya ninguna intención, al menos de momento, de poner freno a este problema. «Hemos hablado con la Agencia Española del Medicamento para exponerles la situación y proponerles algún tipo de restricción en el uso de ivermectinas, pero no parece que vayan a hacer nada al respecto», por lo que su punto de vista no es demasiado optimista, al menos a corto plazo. Es cierto que la situación en España no es la misma que la de Australia hace medio siglo, pero si las cosas no cambian es posible que lleguemos a la completa desaparición de estas especies de insectos, al menos en las zonas con ganadería extensiva y uso de ivermectinas.
El caso de Australia.
Según explica Jorge Miguel Lobo, escarabajos coprófagos hay en todo el mundo y en cada lugar están especializados en procesar los excrementos de los herbívoros originarios de la zona. Los australianos, por ejemplo, estaban preparados para hacerlo con las heces de los marsupiales, pero el hombre introdujo vacas y ovejas merinas, y las comunidades de coleópteros presentes en la gran isla no estaban preparados para degradar su estiércol. Esto derivó en un cambio en la composición del suelo de los prados y, en definitiva, en un menor aprovechamiento de los pastos.
¿Cómo lo solucionaron? Importando escarabajos. A pesar de que Australia es, y con razón, un país extremadamente celoso a la hora de dejar entrar en su territorio organismos nuevos, ya que cuenta con unos ecosistemas tremendamente vulnerables a especies foráneas, por medio de pruebas encontraron las especies de coleópteros coprófagos adecuadas para encargarse de los excrementos del ganado procedentes de África y la cuenca mediterránea. «Llevamos ya 50 o 60 años con el proyecto en Australia -hay personal del CSIC implicado- y ahora mismo ya ha cambiado la nitrificación de los pastos y ya tienen sus propios escarabajos criados allí, y poblaciones grandes», explica Lobo.
Datos.
Algunas cifras que da Lobo pueden ayudar a entender mejor el papel de estos escarabajos. En un pastizal mediterráneo con una modesta densidad ganadera pueden producirse más de dos toneladas de excremento por hectárea y año. Si se tiene en cuenta que una hectárea puede albergar alrededor de 6.000 individuos de escarabeidos activos en cualquier momento, y que su acción entierra y descompone tres cuartas partes de las heces depositadas, la acción de estos escarabajos es equivalente a la adición de más de 35 kilos de nitrógeno por hectárea. Además, la acción de los escarabeidos impide que entre un 3% y un 4% de la superficie de los pastizales se convierta en improductiva para los herbívoros cada año, ya que estos rechazan alimentarse alrededor de los excrementos. Si hasta los años 50 del pasado siglo los «peloteros» suponían alrededor de una cuarta parte del total de capturas de escarabeidos en la Península, en la actualidad escasamente suponen un 5%. La disminución de las poblaciones de estos escarabajos en la región mediterránea duplica, como mínimo, la emisión de dióxido de carbono y metano por parte de la ganadería extensiva.