El rey del thriller atmosférico, el donostiarra Ibón Martín, vuelve a deleitar a los lectores con Alma Negra, su nueva novela que continúa la serie Ane Cestero, que aglutina más de 250.000 ejemplares vendidos. En esta entrega, el escritor sumerge a sus seguidores en el escenario más extremo: la zona minera de Vizcaya, un territorio donde las ruinas del pasado industrial han sido reconquistadas por la naturaleza, dando lugar a un paisaje de belleza inquietante y sobrecogedora.
Tras publicar tres obras de esta saga -La danza de los tulipanes, La hora de las gaviotas y El ladrón de rostros-, la nueva novela de Martín constituye un homenaje literario a esta zona de España. Los Montes de Hierro, un área histórica marcada por siglos de explotación minera, se convierten en un personaje más, fundamental en la construcción de la trama del relato. El autor, conocido por dotar a los escenarios de sus libros de una presencia casi tangible, utiliza la terrible historia de la Margen Izquierda como un reflejo de las tensiones, secretos y oscuros rincones que se sienten como una extensión del conflicto humano.
Los paisajes extremos, torturados durante miles de años para extraer de sus entrañas el preciado mineral de hierro, hoy lucen limpios, aunque ríos como el Barbadún o los lagos de La Arboleda todavía cargan con los vestigios de la contaminación de su pasado y se presentan como un reflejo del desgaste y las cicatrices pasadas.
Otra parte integral de la novela son las ruinas de los hornos de calcinación y lavaderos de mineral, que se encuentran esparcidas por la región cargados de simbolismo, recordando al lector que este área es tanto una huella histórica como un espacio vivo de misterio.
Los lugares abandonados hace varias décadas y hoy recuperados por la naturaleza, mezclan la belleza salvaje con el recuerdo de un pasado industrial que sirve de metáfora de la dualidad del ser humano y la tensión entre el progreso y la destrucción.
Todo este ambiente envuelve a los personajes de la novela, atrapados en una serie de sucesos que los superan y que no pueden escapar de la influencia de su entorno: un lugar que sigue estando marcado por el dolor, las injusticias y la lucha por la supervivencia.
En Alma Negra, Martín también aborda en tiempo presente la resistencia a la reapertura de minas, donde los habitantes de los pueblos en los que se desarrolla la trama se oponen ferozmente a cualquier intento de revivir un pasado que aún duele.
Las protestas y pancartas en las que se exige el respeto por la memoria de las víctimas de la minería son ecos de una realidad que, aunque no es el foco principal de la historia, aporta una capa adicional de profundidad al reflejar los conflictos sociales que protagonizaron la época de la reconversión.
A través de esta ambientación, el escritor no solo construye un thriller absorbente, sino que nos invita a reflexionar sobre el peso de un legado trágico, ya que el material con el que se forjaron los sueños de la industria vasca es el mismo que pobló las pesadillas de aquellos que se encargaron de extraerlo.
Entre las aldeas durmientes de belleza singular descritas en la obra, aún laten supersticiones y oscuras leyendas como la misteriosa figura de Alma Negra, que el autor revive en estas páginas. Un símbolo de la codicia, crucial en el desarrollo de la trama, que mantiene viva la memoria colectiva de la cuenca minera.
Un recuerdo muy vivo
La historia sigue la aparición del cadáver de Teresa Echegaray, la poderosa mujer que pretende reabrir la explotación. Este hecho despierta entre los habitantes de la cuenca minera el miedo a las leyendas dormidas y reaviva el rencor acumulado durante largos años.
La investigación del asesinato se ve lastrada por un acontecimiento que sacude la vida de Julia, que junto a Ane Cestero, despojada de su uniforme y su placa, intentarán resolver el caso más complicado al que han tenido que hacer frente, armadas únicamente con su instinto.