Pablo Serrano

CARTA DEL DIRECTOR

Pablo Serrano


A golpe de nostalgia

05/01/2025

Cuando uno va cumpliendo años, la nostalgia se  apodera del día a día, y más en estas fechas. Quizás porque de niños se viven con una emoción especial y ahora, los más pequeños de la casa son los que disfrutan lo más semejante en estos días lo que vivieron generaciones pasadas. De niño, antes de aterrizar en Ávila, recuerdo el último día de colegio antes de las vacaciones de Navidad y la visita a una gran nave de juguetes que había a medio camino entre mi centro escolar y mi casa donde me podía pasar horas y horas viendo las novedades más sorprendentes de cada año, parándome el tiempo que me daba la gana en cada producto. Tampoco quedan en el olvido aquellas navidades en el norte de Palencia, en la casa de los abuelos, al calor de aquella cálida chimenea en un pequeño salón lleno de espíritu navideño.
De mis primeras navidades en Ávila recuerdo que me prohibieron salir a pedir el aguinaldo, que no tenía ni idea de lo que era, hasta que lo comprobé aquella Nochebuena de 1984. El timbre de nuestro primer domicilio en Jesús del Gran Poder no dejaba de sonar aquella tarde con jóvenes cantando villancicos. Mis padres descubrieron que lo de pedir el aguinaldo estaba muy arraigado en Ávila, y en las siguientes navidades, a pesar de mi nula capacidad para el canto, me animé con los amigos del barrio a participar de una tradición que me llenó muchos años de juventud y que hoy, late aunque con bastante olvido.
Aquellos días de vacaciones escolares me permitían redescubrir las piedras de la Muralla por el atrio de San Isidro. Después de conseguir una traca de petardos, mi amigo Carlos y yo la desmontábamos en 25 petardos invididuales para que duraran más, y los colocábamos entre los sillares del monumento. Lo que hoy sería un atentado contra el patrimonio en toda regla. 
De la Nochevieja tengo tres recuerdos que me evocan una sonrisa cada vez que vienen a la memoria. El párroco, con sotana, del pueblo de mis abuelos casi atragantado con las uvas durante unas campanadas; a mi padre dando uvas a la perra de casa, mientras él tomaba un trozo de salchicha, u otro año, cuando la sordera ya hacía mella en el abuelo, y a la cuarta o quinta campanada dijo: «una...»
A ver cuál es el primer anuncio del año, a qué hora nace el primer bebé, nevará o no en la Cabalgata, qué carrozas participarán, ¿aguantarán los caramelos hasta el final? ¿Igual de cutre que el año anterior?... Mil cosas vienen a la cabeza, como la sabrosa salsa de Navidad que elaboraba con atino mi madre para una pechuga de pavo relleno, habitualmente el 1 de enero, y que en los años de juventud era lo único me motivaba para levantarme tras haber dormido unas pocas horas. También aquella noche de Los Velada cuando se vino abajo el ropero y no llegamos ni a los churros...
Nostalgia que evoca un tiempo más romántico, y aunque tratamos de inculcar la Navidad vivida como una experiencia única a generaciones venideras, vienen embaucadas por el consumismo y la tecnología. Y tan difícil es luchar contra esta inercia, que apenas lo que me queda es susurrarlo con la boca pequeña, y evocar las navidades de un tiempo pasado para que hoy y mañana no dejemos de vivir de forma entrañable estas fiestas.