M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


De emociones y bestias

28/04/2024

Vivimos atrapados por las emociones. Pareciera que la intensidad de vida estuviera asociada a la fuerza de ellas. Ante el desbarajuste emocional, que es identidad de nuestro tiempo, desde la educación y otros agentes sociales se quiere dar respuesta a ello, por lo que en algunos centros educativos ya se están haciendo prácticas acerca de cómo manejar las emociones de una forma más positiva.

"Se está imponiendo una educación centrada en terapias emocionales porque lo racional requiere esfuerzo y lo emocional es más liviano", escribe José Carlos Ruiz en su libro El arte de pensar. Y más adelante afirma: "Queremos experimentar siempre emociones positivas y censuramos las demás, las rechazamos." No tenemos herramientas emocionales para cuando los malos momentos se presentan. Incluso, por esa falta de aceptación y desconocimiento de su manejo, hay veces que sufrimos desproporcionada e innecesariamente, lo que afecta a nuestra salud psicoemocional.

Como sigue diciendo el autor citado, "¿Por qué este auge de lo emocional? Nuestros abuelos, incluso nuestros padres, no se preocupaban tanto por el tema emocional. Su mundo era más duro a nivel de comodidades, sus opciones eran muy limitadas y su contacto con el exterior se reducía a lo cercano, a lo próximo, en definitivas cuentas, a lo real". Y aquí está una de las claves. El mundo virtual, la ventana constante que tenemos abierta a las redes, nos ha alejado del mundo real que nos rodea, que es el que antes daba modelos y expectativas de vida. Ahora estos modelos y expectativas son los de los triunfadores que a través de las redes y medios admiramos. La frustración está servida.

Hace unos días, en el Cineclub local de los lunes, se proyectó otra película sin desperdicio: The beast, la bestia, que es una distopía que sucede en 2044 y en la que su personaje principal, protagonizado magistralmente por Léa Seydoux, ha de volver, mediante la Inteligencia Artificial, a sus vidas pasadas en 1910 y 2014 para purificar su ADN y así poderse liberar de sus emociones. Cuenta la relación, imposible de consumar en ninguna de las dos vidas pasadas ni en la última, entre la protagonista y el hombre del que se enamora.

Citando a los estoicos, uno de los personajes afirma que lo que nos impide ser felices son las emociones. Pareciera que el mensaje concluyente es que, si quieres encontrar la paz y equilibrio, has de deshacerte de las emociones que te atrapan, como en el caso del film lo es la emoción del amor. Y aquí estamos con el debate del todo o nada. Como si el equilibrio que da el pensamiento como instrumento de manejo de las emociones no tuviera posibilidad de entrar en la vida y regular las emociones. Nos alimentamos de emociones –la dopamina manda- y nos hemos vuelto insaciables de ellas. El problema no son ellas, sino las causas derivadas de ellas. Y esas causas que escapan a nuestras manos, ¿se solucionan haciendo una lobotomía a las emociones? El ser humano resultante, aparentemente carece de alma.

La solución distópica en el film es que, ante la falta de capacidad del ser humano para el equilibrio y la felicidad, nos liberemos de los efectos negativos de la emoción mediante la técnica de IA que la hace desaparecer. Léa Seydoux se niega a renunciar a la emoción del amor, por lo que en ese mundo distópico no va a tener opción de trabajo, integración o felicidad. La película se basa en el relato de Henry James titulado La bestia en la jungla (1903), en el que plantea uno de los grandes dilemas de la condición humana: comprometerse con el amor o seguir el instinto egoísta. Ese sería el significado de la bestia que acecha y ante la cual no habría que olvidar aquello que Jean Paul Sartre defendía, que la vida es una elección continua.

Foto: Ana Jiménez (@ginger_ajm)