En Ávila, hablar de ganadería extensiva no es hablar de una opción. Es hablar de la vida en los pueblos. De lo que sostiene empleos, familias y paisajes. Es una actividad que da alimento, sí, pero también algo que se suele olvidar, el equilibrio. Porque cuando el campo funciona, todo lo que hay alrededor también lo hace.
Pero llevamos años en los que esto no se sostiene. En 2024, más de 2.000 animales muertos por ataques de lobo solo en esta provincia. Pérdidas que pasan de los tres millones de euros. Explotaciones familiares que no saben si podrán aguantar otro año más. ¿Y qué respuesta se les da? Ninguna que sirva de verdad. A veces ni siquiera se reconoce el problema.
No se puede defender la biodiversidad ignorando lo que pasa en el terreno. El lobo ha dejado de ser una especie amenazada en buena parte del país, está creciendo en número y en territorio. Eso no es una opinión. Son datos. Y los datos deberían pesar más que los lemas. Porque aquí la clave está en hacer posible que convivan ganado y lobo. Pero para eso hay que intervenir. No se puede mirar para otro lado mientras se vacía el campo.
Por eso, cuando una medida funciona, merece un mínimo de atención. El programa de mastines que impulsa la Junta no es una ocurrencia. Lleva años en marcha y se está viendo que ayuda. Evita ataques, protege sin violencia, mejora la convivencia. Y, sobre todo, parte de una lógica: cuidar lo que ya existe sin cargarse nada por el camino.
A estas alturas, seguir planteando que matar a un lobo que arrasa un rebaño supone un atentado al medio ambiente es no haber pisado nunca una dehesa. No se puede aplicar el mismo discurso para todo. Porque no todos viven en las mismas condiciones. Y si el objetivo es proteger el entorno, habrá que escuchar también a quienes lo habitan cada día.
PACMA tiene una voz legítima y una sensibilidad que suma en muchos debates. Pero en este, no se puede seguir defendiendo una idea que no ofrece soluciones. El discurso de que todo control es caza y toda caza es un retroceso no resuelve nada. Y, además, genera más distancia entre campo y ciudad. No se puede defender al lobo mientras se deja caer al ganadero, porque si cae la ganadería, cae todo con ella. El trabajo, los productos de cercanía, la población en los pueblos. Y también el paisaje que algunos solo quieren ver los fines de semana. Pensar que el medio rural puede resistir sin sus propios habitantes es una fantasía que sale muy cara.
La clave no está en volver al pasado, ni en acabar con el lobo. La clave está en gestionar con sentido común. Compensar cuando hay que hacerlo. Ayudar con medios, no con promesas. Y entender, de una vez, que sin ganadería, el medio natural queda cojo.