El destrozo del cristal de una de las rampas mecánicas instaladas en plaza de Ajates, aún no inauguradas, es una muestra más, preocupante y triste, de ese vandalismo idiota que practican unos pocos abulenses que parecen necesitados de llamar la atención con unas acciones muy dañinas que les definen a ellos pero perjudican a todos.
Bancos arrancados, cristales de farolas rotos, pintadas en parques y otros lugares, también restos de juergas arrojados al suelo aunque a cinco metros haya contenedores de basura…; en el tema del vandalismo urbano no se puede decir que haya ni mucho ni poco porque por su sin sentido, porque no beneficia ni a quien lo perpetra y porque nos cuesta a todos los abulenses mucho dinero que podría destinarse a cosas realmente necesarias, lo mínimo ya es excesivo, aparte de vergonzante.
Hay tanta cobardía como estupidez en llevar a cabo esos destrozos, injustificables ni siquiera como tristes desahogos de sus hacedores. Lo primero, porque la presunta rebeldía que podría argumentarse no es tal sino solamente inseguridad; y lo segundo, porque ese destrozar por el mero hecho de destrozar algo que es de todos evidencia la falta de muchos buenos valores necesarios para vivir en sociedad.
Ese vandalismo no solamente ensucia y estropea la ciudad sino, y eso es muy importante, nos cuesta mucho dinero a todos los abulenses –insistiendo en la anterior idea, aunque el montante económico no sea exagerado sí es excesivo porque debía ser cero–, ya que la parte del presupuesto municipal que hay que derivar a ese fin que podría ir para servicios públicos, obras de mejora de lo que se estropea por el paso del tiempo, etc.
Sea porque falta educación, sea porque falta concienciación ciudadana, sea porque a veces practicamos el egoísmo tonto de valorar mucho lo propio y despreciar lo que es de todos como si por eso no fuese también de cada uno de los abulenses, y sin olvidar que el problema del vandalismo en Ávila es por fortuna poco acuciante –sobre todo si se compara con lo que ocurre en otras ciudades–, habría que saber parar esas acciones violentas contra el mobiliario urbano para que no vayan a más. Si a quienes practican esos destrozos se les sancionase como merecen, sabiendo que es difícil su identificación en no pocos casos, es seguro que ese escarmiento lo sería en carnes propias y también en ajenas, invitando a quien tuviese esa idiota tentación a que la dejase olvidada.
Tenemos una ciudad preciosa, segura y bastante bien cuidada, y no podemos dejar que unos pocos, sólo unos pocos, nos perjudiquen a todos con su falta de civismo. Es injusto, además de muy triste.