Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


El gran desapego

11/05/2024

Ha pasado la semana de las incertidumbres. De los rumores y bulos. De los enroques monclovitas. También de un uso extraño del poder institucional. Hemos escuchado de todo por parte de todos o casi todos, menos quizá del presidente que desde aquel miércoles a este lunes matutino había guardado un sepulcral silencio. En el ambiente flotan demasiados interrogantes. La oposición no da tregua. Hiciere lo que hiciere, y saboreando unas encuestas y una percepción social, que a veces solo ellos ven, quiere o quería un paso más. Y pronto la calle volverá a ser tomada con pancartas prefabricadas y discursos vacíos en general pero con alguna frase estruendosa de las que abren titulares y que es lo único que a los escribidores de discursos que todos tienen, acaba recompensando el ego. Hemos conocido a muchos en esa trituradora de relaciones personales que es la política y los partidos.

Es curioso que ahora se vuelva, casi una década después a hablar de regeneración. Perdóneme lector, los políticos no creen en regeneración alguna. Solo es un melifluo eslogan oportunista y recurrente cada cierto tiempo. Si creyeran en ella actuarían de otro modo, empezando por las estructuras autoritarias y férreas de sus propios partidos, donde el que tienen pensamiento propio, no prospera y solo el que se sublima hasta la extenuación seguidista del jefe, alcanza algún pretorial. Como ocurre igual con la disciplina de voto, ya sabe aquello de prietas las filas, o que vienen los míos.

España es así, entre un cainismo visceral y una hipocresía tragicómica e irrisoria. Mientras la hojarasca seguirá ahí, y gobernarán unos y otros. No olvidemos que ningún presidente salió bien de la Moncloa, ni Suárez que todos se confraternizaron para derribarlo a cualquier precio, ni González que acabó entre escándalos de gobierno y corrupción, o un Aznar que con aquella "tú y tu maldita guerra" según cuentan que espetó un cariacontecido Rajoy la noche de aquél 14 de marzo tras los atentados y tantísimas mentiras que siguieron, ni un Zapatero arrojado a las tinieblas de mil infiernos. Entre sentencias de corrupción por un edificio o sede otro se despidió sin ocupar su sitial y sí hacerlo el bolso florido de una de sus lugartenientes, a este, el actual inquilino, que quizá con lo protagonizado ha iniciado un irrefrenable declive y que desde el primer minuto han insultado y vituperado. Tiempo al tiempo, y otros vendrán que experimentarán lo mismo. Aún resuenan el discurso incendiario e insultón, de bajeza moral, del nonato Casado, a quién se le vino todo demasiado grande, en la primera de sus campañas frente a Sánchez y la retahíla o caterva de insultos con felonías incluidas. Es lo que hay. La bajeza y la mediocridad cultural y social de una clase o forma de hacer política que refleja el espejo de una sociedad igualmente mediocre.

No nos asustemos. En gran empacho y el gran dislate es pensar lo contrario. Hoy el desapego a la política y lo que es peor, a lo público, es una generalidad. En este lodazal solo ganan quienes lo permiten. Los políticos que entienden que el fango y el barrizal es la pasarela al poder. Y ya saben por último que quién a hierro mata a hierro muere. Y no lo decimos nosotros. La espada lleva mucho envainada afortunadamente en este país que se pasó todo el siglo XIX entre ruido de sables y mesas rotas, y el siglo XX entres dos inefables dictaduras y una República que suicidaron desde el primer minuto los libertarios del radicalismo y los caciques del conservadurismo.