A veces el reencuentro con las palabras dice más que el reencuentro con las personas. Me gustaría dejar una reflexión sobre el sentido que cada uno tiene de ciertos acontecimientos en torno a la palabra, que quizás no se tengan en torno a otros recuerdos, tal vez sí a remembranzas de olores, de sabores o de sensaciones indescriptibles que nos hacen volver sin sentido alguno a concretos momentos de nuestras vidas. Pero nada seguramente es comparable a lo que gira alrededor de las palabras, como catalizadoras de antiguas evocaciones, de viejas sensaciones, a veces increíbles por tan singulares, y otras indescriptibles por ridículas. ¿Quién no se ha sentido violentado por el recuerdo de una frase mal expresada en un contexto que no era el apropiado? Y, por el contrario, ¿quién no se ha identificado en las palabras dichas por alguien, en circunstancias varias, y que han resumido un contexto vital propio?
Pues en el título del libro de Jacinto Herrero "Ávila la casa", aun cuando no se hubiera leído, seguro que nos sentimos identificados muchos abulenses. Una "casa" citada de esta forma significa siempre el lugar al que volver, el sitio del que partiste pero que siempre te esperará, casa firme y abierta. Ávila la casa no es un edificio con pared y ventanas, con cristales y con chimeneas, con muebles y cojines acolchados. Ávila la casa tiene nueve puertas, abiertas a todos los costados de las estaciones, abiertas para dejar pasar a los extraños y hacerlos sentir propios, cerradas para encapsular las emociones de esa vida tan íntima que solo conocen los vientos que las surcan, o los vencejos de alas puntiagudas que señalan el norte en el verano.
Ávila la casa despliega su pasillo en el Paseo del Rastro y coloca su inmensa librería en los anaqueles de las espadañas, deja que los enamorados vivan pasiones armoniosas en un dormitorio cercano al puente Adaja, donde el rumor del agua les sirve de loca melodía. Los bebés de esta casa se mecen suavemente en el cuarto de estar de la Plaza de El Chico, y los jóvenes, ávidos de aventuras, llevan a sus amigos al salón, al espacio más grande y más abierto en el parque del Soto. Ávila la casa renueva sus cuadros con las estaciones , que casi siempre son de atardeceres, bermellones u ocres, dependiendo del mes y de los hados, de atardeceres rojos en el lienzo del norte.
Ávila la casa es acogedora y no margina por el color de nada, ni el de la piel ni el de los sentimientos. La casa a veces está desangelada, porque es imprevisible que la habiten, a veces, indignos servidores; en ocasiones necesita un poco de pintura para remozarla, pero qué hogar no requiere de estos afeites básicos. Pero Ávila la casa es nuestra casa, el refugio de todo peregrino, el refugio de nuestros corazones, peregrinos al fin, indefectiblemente.