En un poema dedicado al amor, en "La consolación de la filosofía", dice Boecio: "¡Qué dichosa serías, raza humana/ si el Amor que gobierna las estrellas/ gobernase también en vuestras almas!" Hermosa reflexión en tiempos de oscuridad como los que vivimos, donde fuera de casa un gobernante con tanto poder como capacidad para el despropósito está apunto de crear, si no la hecho ya, una de las mayores crisis de la historia reciente de la humanidad, enfrentando a unos con otros, provocando conflictos que pueden devolver a la humanidad al peo pasado, condenando a los más pobres a serlo aún más y haciendo que las leyes valgan menos que la banalidad de un gobernante cargado de soberbia y desprecio por todos los que no son como él. "El progreso de la humanidad no puede depender de la destrucción", dice el escritor chino Yan Lianke. Que se lo digan a Trump.
Y dentro de nuestras fronteras, para qué les voy a contar: depreciación y desprestigio imparables de las instituciones democráticas, un gobierno dividido, sin la mayoría suficiente para casi nada y sometido al chantaje permanente de sus aliados de conveniencia, un presidente cercado por los escándalos, cada vez mayores, de corrupción en su entorno familiar y político, un país que no ha aprovechado los fondos europeos para reinventarse, para reindustrializarse y poder afrontar el futuro y que cada vez pinta menos en Europa y en el escenario mundial, relación con China incluida, porque casi todo es puro marketing, puros intereses mediáticos, sin un proyecto común medianamente sólido. No importa el futuro, sólo sobrevivir al presente.
Así que estos días en los que muchos españoles buscan olvidarse de todo y descansar -o cansarse mucho más, allá cada cual- no estaría mal recetar un poco de luz en estos tiempos de oscuridad. La luz de ese "Amor que gobierna las estrellas" al que se refería Boecio. Y esa luz la pueden encontrar en cada una de las iglesias de cualquier pueblo o ciudad de España, en el silencio y la paz del encuentro con uno mismo y con Dios. O en las procesiones que desde este Domingo de Ramos ya empiezan a recorrer toda la geografía española. Ese Cristo que buscan todos, incluido el ateo Javier Cercas, esa fe que tantos echan de menos está viva en el Cristo de la Vega en Toledo, en el viacrucis en el anfiteatro romano de Mérida, en Las Turbas de Cuenca, en la Ruta del Tambor y del Bombo en el Bajo Aragón, en la de Jesús de Medinaceli y el cruce de procesiones en la Puerta del Sol madrileña, en la procesión de Las Palmas del Domingo de Ramos en Elche, en los "picaos" de San Vicente de la Sonsierra, en los apóstoles marineros de Viveiro, en la "Madrugá" de Sevilla, en el Cristo de Mena, con la Legión, en Málaga, en el encuentro de la Virgen y su hijo en Medina del Campo, en la de Los Pasos del Viernes Santo en León, en la de las Capas Pardas en Zamora, en la Sagrada Pasión del Redentor en Sevilla o en Valladolid -tan diferentes y tan iguales-, en la del Santo Entierro en Córdoba, en Los Salzillos de Murcia o la Diablesa de Orihuela. Riqueza cultural y religiosa de España. Fe viva de muchos.
En cada una de ellas, si se mira bien, está la Luz que necesitan los hombres y mujeres de este tiempo. La luz para las almas de quien entregó su vida por todos y que para todos guarda el abrazo del Amor. La Semana Santa puede ser tiempo de descanso, pero también de encuentro con uno mismo y con los demás. Y es, desde luego, tiempo para mirar al que sufre, al vulnerable, al desfavorecido, al perseguido, al inmigrante, todos iguales en dignidad y derechos, Cristos vivos de este tiempo, Cristos crucificados por cada uno de nosotros. En tiempos de oscuridad hay que mirar a la Luz que importa, la única Luz que permanece encendida siempre.